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Análisis de Gato Roboto

Con miaucha marcha.

Eurogamer.es - Recomendado sello
Un metroidvania de bolsillo y miaucho estilo.

Gato Roboto es una experiencia pequeñita y adorable, como un minino que puedes acurrucar en la palma de tu mano y que pide poco más que atención y cariño. Es el viaje de la gatita Kiki y su dueño Gary por los confines espaciales con un planteamiento calcado al de los metroidvania, por lo que la exploración, el backtracking y la recolección de piezas para mejorar el equipo son parte central de su diseño. Pero si las aventuras de Samus apuestan por la complejidad del diseño de niveles y la inquietud que genera sus escenarios desolados vestigio de civilizaciones antiguas, la de Kiki apuesta por ser mona. Por parar un momento a lavarse (eso no pasa, pero podría pasar perfectamente), que tampoco es culpa suya que la nave de Gary haya tenido un percance, se haya estrellado en un planeta desconocido y ahora esté atrapado entre los escombros. ¡Como si fuera culpa de Kiki! No, no; cada cosa a su tiempo. Que igual ahora pues van bien unos mimos. Pero el caso es que después de que la nave se siniestre en territorio inhóspito, como decía, Gary queda inmovilizado y le toca a la pobre gatita pagar el pato y salir a investigar. Con resignación. O pasotismo, cuesta diferenciarlo cuando hablamos de gatos. Y como un pelaje tan delicado se lleva regular con las exploraciones espaciales, se monta en un meca.

Gato Roboto es Metroid si viviéramos en una línea temporal alternativa en la que los gatos dominaran el cotarro y diseñaran videojuegos. O bueno, quizá eso ya ha pasado.

Y como buen ejemplo práctico de la frase hecha "en el pote pequeño está la buena confitura", lo nuevo de doinksoft y Devolver Digital es un juego con estilo gráfico de 8 bits corto y directo, uno de esos que mis compañeros tendrían a bien calificar como "fresquito e ibicenco" que te soluciona una tarde calurosa de verano. No tiene, efectivamente, la complejidad de los Metroid, ni muchísimo menos. No vengáis buscando eso aquí porque no lo vais a encontrar. Tampoco lo pretende. Es una simplificación total de la fórmula de los metroidvania con un sentido del humor agudo y consciente, y que, como dije en el avance de hace unos días, "no existiría si no fuera por la época que nos ha tocado vivir, por internet y por los memes de gatos", por esa narrativa que rompe constantemente la cuarta pared y que sabe que cuenta con la confidencia y predisposición del jugador. Hay una rana que te echa un cable mejorando tu equipo, una caldera con bigote que está muy enfadada por unas movidas y jefes finales que son ratoncitos en meca. Y también una historia simple con un desarrollo muy entretenido. De ese palo.

También destaca lo bonito que es. He estado un rato buscando una forma de describirlo, pero siempre me viene lo mismo a la cabeza: es un juego muy mono. Su estilo pixelado de paleta monocromática da para mucho más de lo que puede aparentar, y doinksoft lo ha sabido manejar con talento para crear un mundo rico, con escenarios encantadores que guardan algún que otro secretito sobre la historia de ese misterioso planeta y enemigos que dan ganas de abrazar. A algunos hasta me daba pena matarlos.

Pero, y aquí entramos en el meollo del asunto, Gato Roboto se acaba en un suspiro, algo que muchos considerarán un defecto y otros una virtud. Yo soy de los del segundo grupo, pero es cierto que superar la primera partida rozando las cuatro horas con casi un 80% completado puede resultar excesivamente breve para muchos. Para estirar un poco el chicle hay zonas secretas y opcionales que desbloquean nuevo equipo o custodian cintas que nos permiten usar nuevos colores para tintar el apartado visual y descansar del blanco y negro que viene por defecto, pero no son incentivos que inviten a rejugarlo.

Lo importante, de todos modos, lo que más valoro en este caso, es que me lo he pasado bien. Gato Roboto es divertido de controlar, porque Kiki puede salir del meca a voluntad, y aunque cuando se aventura sin protección basta un toque para enviarla al otro barrio, puede escalar por las paredes, meterse en el agua (se ve que el meca no es impermeable) y colarse por recovecos por los que el robot no cabría. Y en ambos casos, tanto armada como a pelo, moverla es una gozada: los controles son simples, precisos e intuitivos, carne de la vieja escuela, y las habilidades que vamos desbloqueando y que resultarán familiares para cualquiera que haya jugado a la saga de Samus, como los misiles o el salto con giro, agilizan muchísimo la travesía entre los modestos niveles. Dicho de otro modo, habría jugado muchas horas más. Dentro de sus limitaciones también ofrece variedad, como un nivel en el que no podemos salir del meca u otro en el que no podemos usarlo directamente; es anecdótico porque el propio juego, y lo digo más como un halago que como un desdén, lo es.

Un gato montado en un meca. Si es que no hace falta decir nada más.

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