Análisis de Go Vacation
Quien mucho abarca poco aprieta.
Aun recuerdo como si fuera ayer el día en que estrené mi Nintendo Wii. Creo que será una sensación compartida, porque los tempranos 2000 fueron una época dura para ser nintendero y pocas veces en la historia de esta industria un proyecto de sobremesa (de nombre en clave Revolution, no se andaban con chiquitas) había levantado semejante expectación. En mi caso particular fueron meses de espera casi obsesiva, coronados por una busca y captura que terminó de la mejor manera posible: un par de días antes del lanzamiento, y tras haber recorrido todos los bazares de la ciudad, me cruzaba en las escaleras del curro con un compañero y nos fundíamos en un abrazo eufórico. Ambos teníamos la consola en la mano.
De vuelta a casa, tras irrumpir en el salón comedor, tomar el control del mando a distancia, desconectar el informativo de Antena 3 y proceder al ritual de desembalado propiamente dicho, me esperaba la madre de todos los gimmicks: Wii Sports, aquella maravilla venida del futuro que te permitía jugar al tenis sin botones ni sticks, con una raqueta imaginaria en la mano. Huelga decir que jugué hasta hartarme, que llevé la máquina a fiestas, que le vendí la moto a quien tuve ocasión y que soy directamente responsable de un buen montón de unidades que seguramente estarán criando polvo en el trastero de alguien. Fue una locura global, y solo hace falta echar un ojo al cine y la televisión de la época para comprobar hasta qué punto el ingenio se ganó un puesto en la cultura popular. Fue también una adolescencia de la que pronto nos despertaron a bofetadas, y por eso Go Vacation se siente extraño: porque parece ignorar deliberadamente todo lo que ha ocurrido en los últimos siete años.
Digo siete y no doce (Wii Sports se lanzó al mercado en noviembre de 2006) porque es esa la época a la que nos traslada esta aventura vacacional: no a los buenos viejos tiempos, esa infancia del control por movimiento en la que todo parecía posible y bastaba con hacernos agitar el mando para emocionar, sino a la fiebre del oro posterior, a los años que confirmaron que realmente nadie pretendía hacer mucho más; unos años del vale todo que buscaron capitalizar por las bravas el obsceno parque de consolas instaladas facturando software perezoso y oportunista en el que el diseño era lo de menos y vender periféricos de plástico barato era lo de más. Go Vacation no juega exactamente en esa liga, porque salta a la vista que es un producto mínimamente cuidado y porque al menos en términos de variedad hay poco motivo para la queja, pero si hablo en presente y no en pasado es porque el asunto es literal: no estamos ante una secuela, ni ante un heredero espiritual, sino ante una versión en alta definición de un juego de fondo de armario que se publicó en Wii en 2011, cuando estas cosas todavía colaban. Pero ya no estamos en 2011.
Es una literalidad que te golpea pronto en la cara, cuando te lanzas a la playa chanclas en mano y descubres que el stick derecho está de adorno y girar la cámara implica utilizar el gatillo izquierdo como modificador, simplemente porque así eran las cosas en Wii. Dejando de lado el aspecto puramente gráfico (y tampoco estamos hablando de Uncharted 4), el trabajo de actualización llega hasta ahí, y a nivel de estructura el juego tampoco disimula particularmente bien su condición de refrito. Quizá en su día fuera ambicioso en comparación con sus compañeros de estantería, porque Go Vacation intenta plantear hasta 4 mundos abiertos en los que acudir de prueba a prueba es una posibilidad y echar la tarde sacando fotos o grindando en barandillas es otra igual de factible, pero a nivel de modelados, arquitectura, complejidad de escenarios y prácticamente cualquier escala imaginable todo recuerda demasiado al pasado: explanadas completamente lisas, texturas basadas en celdas que se repiten hasta el infinito, rampas resueltas con cuatro polígonos y un nivel general que, insisto, ya era justito cuando el Barça ganaba Champions.
Pero cuesta enfadarse, porque el juego pone (puso, para ser más exactos) de su parte y porque con estos calores siempre apetece subirse a un quad en bañador y que el fresquito te de en la cara. Go Vacation es (era) así de veraniego, así de despreocupado y juguetón, e incluso cuando toca hacer las maletas y abandonar el resort caribeño para echar una carrera de trineo en la estación de montaña siempre se siente como un juego pensado para disfrutarse en estas fechas, lejos de la oficina y con el móvil en modo avión. Aparte de estos dos entornos, quizá los más disfrutables, el juego también plantea un mapeado de tintes urbanos y algo parecido a una granja rodeada de castillos, pistas de tenis y cordilleras donde practicar el piragüismo o la equitación, pero en todos los casos la estructura es idéntica: peinar el mapa en busca de nuevos amiguetes que nos ofrezcan otro minijuego más, ir completando un cuaderno de sellos que nos permita acceder a las versiones más avanzadas de cada uno de ellos, y hacer todo esto a bordo de diferentes medios de locomoción que intentan adaptarse a las circunstancias: podemos recorrer la playa en quad y continuar el viaje en una moto de agua, podemos descender las pistas nevadas esquiando o en una tabla de snow, y podemos acudir a la puerta del hotel que organiza la competición de hockey de mesa enlazando trucos con nuestros patines en línea. Cada escenario incorpora tres o cuatro de estos vehículos, y todos sin excepción se vuelven triviales y absolutamente monótonos en apenas un par de minutos.
Porque ahí está la cosa, en el control. En el control, en las físicas, y en un documento de diseño que intenta ganar el partido enviando balones al área y rezando un Ave María. Acumulando efectivos, simple y llanamente, y planteando una autentica salvajada de pruebas que dejan en evidencia la oferta del Wii Sports original pero a la vez hacen añorar una simpleza que no estaba reñida con el mimo, el pulido y la capacidad para arrancar sonrisas. Donde el juego de Nintendo planteaba cinco modalidades deportivas que iban al turrón e intentaban cubrir los gustos de todos Go Vacation alardea de más de cincuenta, pero tras este aspaviento generalmente se encuentra la más dolorosa mediocridad: hay tenis y voley playa, hay competiciones de skate, surf, paracaidismo, golf, saltos de ski, motos acuáticas, tiro al blanco y carreras con deportivos, pero no hay una sola idea. Los circuitos son aburridos, la sensación de velocidad es nula, la inercia y el peso son conceptos que también se han ido de vacaciones. Todo es cuadriculado, maquinal, inerte, una sucesión de animaciones cerradas y toscas que no emocionan ni cuando toca enlazar dos mortales de espaldas subido a una tabla de surf. Y sí, de vez en cuando también toca agitar el mando.
Es algo que generalmente sólo haremos la segunda vez que visitemos una prueba concreta, si es que encontramos ese tipo de motivación: por norma general cada primer contacto es algo así como una versión de demostración, un recorrido simplificado que superar con una mano a la espalda para ganarse el sello y que más tarde permitirá experimentar con diferentes modos de control. Insisto en que si uno no ha vivido bajo una piedra buena parte de la última década no suele tener demasiado sentido decantarse por el control gestual: con el factor novedad muerto y enterrado, lo que queda es un rosario de aproximaciones bastante imprecisas que suelen ganar cuando el factor movimiento se reduce a efectuar algún truco que otro mientras confiamos el control real a métodos tradicionales. Aun así no está de más buscar desafíos adicionales, porque el nivel de dificultad global como digo es insultantemente sencillo, y baste señalar que un servidor no ha encontrado mayor problema a la hora de recolectar todos los sellos en un primer intento. No, no creo que ningún equipo profesional llame a mi puerta próximamente.
Aun así vuelvo a insistir en que las penas con pan son menos, y en que si el juego hace algo bien es camuflar sus estrecheces ofreciéndote siempre un nuevo juguete con el que distraer tu atención. Es cierto que no es Forza Horizon, pero la idea de base es la misma: fiesta, solete, diversión, y una cascada de desafíos que en su búsqueda de variedad a cualquier precio acaba recurriendo más de una y más de quince veces a ese rascar del fondo del barril del que provienen, por ejemplo, los concursos de esquivar tartas, las competiciones de bolazos de nieve o ese concierto a cuatro en el que interpretamos grandes éxitos de la música preescolar pellizcando copas de vino. Es su manera de cubrir el cupo pero también de soltarse la melena, dejando caer homenajes a Guitar Hero o a Matrix, o plantando vías de aceleración en los circuitos de patinaje en línea que recuerdan muy moderadamente a F-Zero.
Go Vacation, pese a sus innumerables carencias, es un juego que quiere gustar, y es posible que tenga éxito en su empresa si el jugador es especialmente poco exigente con los títulos que admiten multijugador a cuatro, o si es un niño de nueve años. Y no hay nada malo en ello, pero aunque no me guste especialmente tocar este punto creo que semejantes pretensiones hubieran casado mejor con una horquilla de precios que no rondara los cuarenta y cinco euros. Así las cosas, y se pertenezca al grupo que se pertenezca, resulta imposible recomendarlo: la máquina de Nintendo no va precisamente corta de opciones muy superiores para los más pequeños, y en cuanto a los otros, los que simplemente queremos reunirnos con tres colegas y echar el rato, por desgracia hace unos cuantos años que dejamos de ver estas cosas con la ilusión de un niño.