God of War: La historia de la saga
Todo lo que necesitas saber.
De cara al inminente lanzamiento del nuevo episodio de la saga hemos decidido refrescaros la memoria, recopilando en un breve artículo todos los momentos clave en la mitología de la franquicia: el origen de Kratos, su ascenso al panteón de los dioses y, cómo no, el incalculable número de víctimas que ha dejado tras de sí su afán de venganza. Obviamente quedáis avisados: como no podía ser de otra manera el siguiente texto contiene spoilers masivos, así que aventuraos a su lectura bajo vuestra propia responsabilidad.
La historia comienza con la Gran Guerra, una batalla de proporciones apocalípticas que enfrentó a Dioses y Titanes en el principio de los tiempos. A la cabeza de los primeros estaba Zeus, y la suya era una historia de venganza: su padre, Cronos, había devorado uno a uno a todos sus hermanos temeroso de la profecía que vaticinaba su caída a manos de su propia progenie. Fue la mano de Zeus la que forzó al titán a devolverlos al mundo, y volvió a serlo en el momento del enfrentamiento final, cuando empuñó la Espada del Olimpo y se alzó victorioso. Así, los titanes fueron esclavizados y el dios de dioses ascendió al trono como legítimo gobernante, pero las profecías volvían a ser oscuras: él también encontraría su fin, y el responsable sería un humano con una marca inconfundible en la piel.
Asustado, Zeus ordena a sus dos primogénitos, Ares y Atenea, que desciendan a la tierra para dar caza al chico y acabar con su vida lo antes posible. Aquí entra en escena Kratos, aunque no en el papel que esperamos: el supuesto elegido no es otro que su hermano Deimos, que es secuestrado por Ares ante la impotencia del espartano. Pasan los años, y el Kratos que todos conocemos se ha casado y tiene una niña. También es el comandante de los ejércitos espartanos, y tras una exitosa carrera profesional masacrando aldeanos inocentes acaba topándose con un hueso demasiado duro de roer: los ejércitos bárbaros. Incapaz de aceptar la derrota, el desesperado general invoca a Ares con su último aliento, ofreciéndole su alma a cambio de la aniquilación de sus enemigos. Dicho y hecho: el dios aparece, fulmina a los invasores y le entrega a Kratos las legendarias espadas del caos, un regalo envenenado que se fija a su carne mediante unas cadenas incandescentes.
Volvemos a avanzar unos cuantos años, y un Kratos que ya tiene poco de humano recibe de Ares el encargo de asaltar un poblado de adoradores de su hermana, Atenea. Una inocente ancianita le advierte que quizá no sea una buena idea, pero Kratos no quiere escuchar y se abandona a una orgía, otra más, de sangre y destrucción absolutamente descontroladas. Tanto, que quien acaba probando su acero en último lugar son las víctimas más inesperadas: su mujer y su propia hija. Fue el propio Ares quien lo dispuso todo en un macabro intento de terminar de arrebatarle a su guerrero definitivo los últimos jirones de humanidad, pero el plan no tarda en volverse en su contra. Horrorizado por lo que ha hecho Kratos jura venganza, no sin antes ser maldecido por la anciana a portar en su piel las cenizas de su propia familia. Así es como nace el Fantasma de Esparta.
Un nuevo salto en el tiempo, concretamente hasta los hechos que relata God of War Ascension; hacia las desventuras de un Kratos en rebeldía que pasa a ser prisionero de las tres Furias, guerreras formidables nacidas de la misma ira de los dioses primordiales que desde tiempos inmemoriales persiguen a quienes se atreven a romper un juramento de sangre. Pero divinas o no, unas cuantas cadenas no son rival para el futuro Dios de la Guerra: Kratos se libera violentamente, y en el camino acaba trabando amistad con Orkos, el hijo de Ares y un primer aspirante a guerrero definitivo que acabó decepcionando a su padre. En su papel de guardián de los juramentos Orkos informa a Kratos de que la única manera de liberarse de su promesa y de las visiones que lo atormentan es acabar con la vida de sus captoras. Una por una caen, y una por una van sembrando el camino hacia una última revelación: la presa final que Kratos debe eliminar es el propio Orkos, hijo también de la Reina de las Furias y un nuevo inocente que acaba pagando con sangre las ansias de venganza de nuestro protagonista.
Libre de su contrato con Ares, Kratos decide volverse a poner al servicio de los dioses con la esperanza de que le ayuden a borrar sus recuerdos. Su primera tarea es rescatar a Helios, el dios del sol, lo que le lleva a adentrarse en el inframundo. Allí se encuentra a Perséfone, sobrina y a la vez esposa de Hades, que le ofrece volver a ver a su hija a cambio de renunciar a todo su poder divino. Kratos accede, y es entonces cuando Perséfone revela su verdadero plan: destruir el pilar que sujeta el mundo acabando así con la vida en la tierra y quedando libre de sus obligaciones para con los muertos, un ingrato papel que ella nunca eligió. Una vez más Kratos se ve obligado a elegir, y la familia vuelve a salir perdiendo: tras despedirse de la niña una última vez recupera sus poderes y se embarca en una nueva carrera homicida que termina con el titán Atlas sujetando los maltrechos cimientos del mundo y con un nuevo recado de Atenea: matar al mismísimo Ares, el dios de la guerra.
Kratos accede sin pensárselo dos veces, y parte rumbo a una nueva misión que pasa por recuperar la legendaria caja de pandora, el único instrumento que puede matar a un Dios. E inesperadamente es Cronos quien vuelve a escena: su castigo fue vagar por el desierto toda la eternidad, y lo que carga a la espalda no es otra cosa que el templo que sirve de descanso eterno al misterioso artefacto. Tras enfrentarse a pesadillas sin nombre el espartano casi consigue hacerse con la caja, pero Ares siente su presencia desde Atenas, en el otro confín del mundo, y zanja la amenaza lanzando un pilar que atraviesa el desierto a modo de jabalina. Kratos muere empalado, pero como veremos más adelante la muerte no era un impedimento absoluto en la mitología griega: un nuevo viaje al reino de Hades, un nuevo regreso, y el enfrentamiento final. La caja, ahora en posesión de Ares, cambia de manos violentamente y tras una pelea agónica en la que Kratos se ve forzado a revivir como su familia cae de nuevo víctima de sus propias espadas el sanguinario dios muerde el polvo al fin. La venganza se ha completado.
Tras la victoria Kratos decide regresar con Atenea, y nuevamente vuelve a comprobar que sus esperanzas están condenadas: la diosa le informa de que sus pecados son demasiado terribles para ser perdonados y sus pesadillas seguirán acompañándole eternamente. Abatido, Kratos decide poner fin a su sufrimiento lanzándose al mar desde las alturas, pero es recogido en el último momento por una mano salvadora. No es otra que la de la misma Atenea, ahora sí decidida a recompensar la hazaña del mortal que ha sido capaz de asesinar a un habitante del Olimpo: el trono del Dios de la Guerra está vacío, y alguien debe ocupar su lugar.
Nuestro héroe no tiene intención de descansar en tan distinguido asiento por mucho tiempo. Así, con Kratos convertido en el más reciente miembro del panteón, llegamos a los hechos que narra Ghost of Sparta, y a la búsqueda del hermano perdido, un Deimos que se encuentra prisionero, una vez más, en lo más profundo del reino de los muertos. Recién liberado y enfurecido aún por todos los años de cautiverio Deimos ataca a su hermano, y tras una breve pelea el propio Tánatos decide tomar cartas en el asunto. Deimos vuelve a ser secuestrado, su hermano lo salva de una muerte segura, y llega el perdón. La alegría no dura: los hermanos unen fuerzas contra el Dios, pero la batalla se acaba cobrando dos vidas. Kratos vuelve a consumar su venganza, y de nuevo emprende el camino a casa en total soledad.
Impresionada por sus hazañas Atenea decide ofrecerle a Kratos la recompensa definitiva, pues un hombre sin lazo alguno de parentesco entre los vivos puede por fin reclamar su lugar como un dios de pleno derecho. El espartano, sin embargo, rechaza la oferta y vuelve a jurar venganza, convirtiendo esta vez la conquista de toda Grecia en su nuevo objetivo. Es la primera vez que Atenea le llama hermano.
Kratos avanza ciudad tras ciudad, y a lo largo de una de estas batallas sus poderes divinos le son arrebatados de nuevo, para ir a parar a un coloso que está a punto de derrotarle. No todo está perdido: la espada del olimpo aparece en escena, y tras imbuirla de las pocas fuerzas que le quedan Kratos consigue eliminar al coloso y reclamar la victoria. Aprovechando su forma mortal Zeus desciende en persona en el campo de batalla y ensarta la espada en el pecho de Kratos, lo que nuevamente da con nuestro protagonista en el inframundo. Su descenso es interrumpido por Gaia, la madre de los titanes, que le ofrece un nuevo plan de venganza: hacerse con los hilos del destino, un artefacto que permite viajar en el tiempo y adelantarse a la treta de Zeus. Tras viajar a la isla de la creación a lomos de Pegaso y enfrentarse a nuevos y viejos terrores, Kratos consigue por fin regresar al momento anterior a su muerte, recuperar la espada y enfrentarse con Zeus, pero las cosas vuelven a torcerse justo antes del final. Atenea se interpone entre ambos y detiene la espada con su propia carne, revelando con su último aliento el sentido de las palabras que le dedicó tiempo atrás: Atenea y Kratos son realmente hermanos, y Zeus es el padre de ambos.
Decidido a arrasar el Olimpo hasta sus cimientos, Kratos vuelve a utilizar los hilos para regresar al pasado y forjar un pacto con los titanes, que de vuelta al presente ascienden con las manos desnudas las faldas del monte sagrado en la escena que da comienzo a God of War III. La primera batalla es cruenta, pero no tanto como su desenlace: en la que es sin duda una de las ejecuciones más recordadas de toda la saga Kratos hunde sus dedos en las cuencas oculares del dios Poseidón, para posteriormente arrojar su cadáver al mar inundando el mundo completamente. La alegría de Kratos y Gaia no dura, porque Zeus interrumpe su ascenso y un solo ataque fugaz arroja a ambos montaña abajo.
Es entonces cuando Gaia traiciona al espartano, un mero instrumento que ahora carece de utilidad, permitiendo que caiga de nuevo a una muerte segura. De vuelta en el inframundo es recibido por el espíritu de Atenea, y tras asesinar a Hades descubre que la clave de la victoria final reside nuevamente en la caja de Pandora y en la muchacha que le da nombre. Helios es decapitado, el rostro de Hércules acaba convertido en una pulpa informe, y finalmente Kratos localiza a Hefesto, el dios herrero que creó a la chica como una llave con forma humana pero terminó encariñándose demasiado con ella. Kratos corre la misma suerte, y cuando llega el momento de sacrificarla para poder acceder a la caja el recuerdo de su hija le hace replantearse las cosas. Evidentemente este momento de lucidez no podía durar, y basta una pequeña provocación de Zeus para que el espartano deje morir a la cría y vuelva a enzarzarse en una batalla que termina con una sorpresa más: la caja estaba vacía desde el principio.
Padre e hijo vuelven a citarse en la cima del monte olimpo. Gaia reaparece para sellar su traición intentando aprovechar el enfrentamiento para matarlos a ambos, pero el destino se reserva otro giro más: los dos luchadores caen, y la pelea continua dentro del pecho del titán, donde Kratos empala a su padre contra el corazón de Gaia acabando con ambos rivales de un solo golpe. Sabiéndose por fin victorioso el espartano baja la guardia, momento que su padre, ahora en espíritu, aprovecha para contraatacar enviando a Kratos a una ensoñación en la que vuelve a ser torturado con recuerdos de su familia. Confuso y atormentado intenta encontrar la salida, pero tiene que ser nuevamente Pandora quien se le aparezca en sueños para guiarle de vuelta a la realidad y acabar, esta vez de manera definitiva, con el señor del Olimpo.
Con su venganza completamente consumada es el momento de una última revelación, y de una nueva aparición de Atenea, que reclama para sí el contenido de la caja. Una caja que en apariencia estaba vacía, pero que al abrirse habría liberado dos cosas: los males del mundo, que fueron a parar a una casta de dioses ahora corrompida y voraz, y la esperanza, un arma secreta que se había escondido en lo más profundo del alma de Kratos. Fue Atenea quien la encerró bajo llave, y quien ahora dice quererla para entregársela al mundo, pero Kratos ha aprendido a desconfiar de los dioses. Incluso de sí mismo: con un último esfuerzo alza la espada contra su hermana y finalmente se atraviesa su propio pecho, liberando un torrente de luz blanca sobre un mundo en caos y una humanidad que, en palabras de la diosa, "no sabrá qué hacer con ella". Decepcionada y rabiosa dedica una última mirada de desdén al agonizante dios de la guerra, y Kratos muere como vivió: en total soledad, y rodeado del caos que él mismo ha creado. O no, porque un reguero de sangre se pierde en el mar...