Análisis de Golf Story
Veni, birdie, vici.
Para muchos, el deporte es más que una actividad física. Puede ser una pasión, un entretenimiento, una herramienta de escape... Hoy en día, el deporte es incluso una plataforma para la protesta, para la insubordinación, para dar voz a quienes no consiguen que se oiga por encima de los que tienen un megáfono más grande. Su politización es un tema peliagudo, pero quienes dicen que no se debe mezclar una cosa con la otra olvidan que no hace tanto el tenis, por ejemplo, sirvió en el caso de Ashe contra Graebner para exponer la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos en los Estados Unidos; o que en el fútbol el FC St Pauli ha sido para infinidad de hinchas de izquierdas un vehículo vertebrador contra el auge del fascismo que amparó el hooliganismo en sus primeros compases. Y es que por mucho que podamos sentir fascinación por la precisión y perfección anatómica de los mejores atletas, quizás aún más interesante son las motivaciones que hay detrás, la psicología detrás de un golpeo perfecto, de un salto milimétrico; o incluso de la persona que está efectuando semejante portento. Toda obra cultural que se apoya en este mundo, especialmente las películas, ha entendido a la perfección que el deporte puede encerrar otras muchas historias, desde una de superación personal -ahí tenemos, por ejemplo, al Daniel-san de Karate Kid y su rozando-peligrosamente-la-descalificación patada de la grulla o a un Rocky exultante pese a su polémica derrota- hasta una en la que Michael Jordan y Bill Murray se convierten en la última esperanza de los Looney Tunes y el planeta Tierra. Por qué no.
Huelga decir de entrada que la historia de Golf Story está más cerca de esto último que de cualquiera de los ejemplos anteriores, pero al menos entiende también que el deporte es una excusa tan buena como cualquier otra, quizás incluso mejor, para construir a su alrededor todo su discurso. Un discurso que tiene retazos de esa superación personal de la que hablaba antes, pero cuyo verdadero motor es un sentido del humor desenfadado con el que se remarca que aquí, por encima de todo, hemos venido al green a olvidar nuestros problemas y a pasar un buen rato.
Ayuda el hecho de que el nuestro avatar, un simpático muchachuelo de nombre desconocido, sea básicamente imbécil. Ojo, lo digo en el sentido más tierno y elogioso de la palabra: la única queja que se le puede poner, y es de las pocas cosas que se le puede achacar al juego en general, es que no nos deje elegir sexo y nombre para nuestro pequeño coleguilla, por eso de la representación. Por lo demás, estamos ante un chaval despistado, inocente y genuino: un Oliver Atom del golf al que esa pelota metafórica que es la gente le golpea en la cara repetidamente mientras asegura que el balón es su amigo. Un adorable memo cuyas aspiraciones como golfista sirven de excusa para recorrer el mundo de Golf Story, una serie de campos adjuntos con distinta temática -prehistórica, glacial, playera...- llenos de un encanto sorprendente pero también familiar.
Porque si algo ha hecho bien la gente de Sidebar Games, desconocidos a los que conviene seguir la pista a partir de ahora, es analizar y comprender los juegos que han inspirado a este; especialmente RPGs alejados del mundo del golf como pueden ser Earthbound, The Legend of Zelda, o Pokémon. Insisto en que el trasfondo es mucho más desenfadado que en estos otros casos, especialmente el primero, pero es innegable que hay similitudes en ese sentimiento de aventura que nos embarga al superar nuevos retos o descubrir nuevas áreas. Golf Story es, ante todo, un juego amable y accesible, que busca despertar nuestro interés apelando a sentimientos mayormente positivos y estimulantes; y todo en él contribuye a que, seas aficionado o no al deporte en el que se centra, sientas una cierta familiaridad con el juego incluso a los pocos minutos de encender la consola. Para muestra, un botón: pese a no saber todavía si existía o no el concepto "dinero", lo primero que hice al salir de mi cama virtual fue dirigirme a la maceta y darle un buen meneo para ver si caía una propinilla. El tintineo inmediato de las monedas en el bolsillo me tranquilizó lo suficiente como para comprender que esta gente sabe lo que se hace, y que daba igual cómo de difícil se pusiera la cosa, todo iba a salir bien ya fuera gracias a su experiencia como desarrolladores o a la mía como jugador.
Si algo ha hecho bien la gente de Sidebar Games es analizar y comprender los juegos que han inspirado a este; especialmente RPGs alejados del mundo del golf como pueden ser Earthbound, The Legend of Zelda, o Pokémon.
Suena a exageración boba, pero lo cierto es que es bastante así. Las distintas misiones que van surgiendo a lo largo de la historia, tanto principales como secundarias, sirven no solo para sacarnos una sonrisa, sino también para asumir un sistema de golpeo más profundo de lo que parece a simple vista. Con ello no quiero decir que estemos ante el Dark Souls del golf *chupito*; más bien que, aún con sus limitaciones de juego comedido y gráficos sencillos -pero terriblemente bellos, gracias a su colorido estilo retro-, conseguir una buena tarjeta requiere comprender bien su funcionamiento y mostrar una cierta habilidad. La base es relativamente sencilla, no muy alejada de exponentes como Everybody's Golf o el inmortal Neo Turf Masters, pero a ella se le une una serie de modificadores del disparo que conviene tener presente en todo momento, ya que el reto de los hoyos no está tanto en su tamaño como en los distintos obstáculos, tanto naturales (inclinaciones de terreno, viento) como aún más naturales (topos, pájaros, tortugas y hasta muertos vivientes).
Me dejo lo mejor para el final, y es sin duda la cantidad y calidad del contenido que esconde. La historia principal, llena de detalles delirantes y situaciones de comedia pura, sobrepasa fácil la decena de horas, y viene salpicada de numerosísimas misiones secundarias que van desde competir para ver quién corta más rápido el césped a demostrar a un grupo de chavales "guays" que eres el rey del lanzamiento de frisbee. También tenemos la opción de echar partidillos sueltos en los mundos que hemos desbloqueado, algo que ayuda a alargar un poco la experiencia una vez superada la aventura. E incluso, si queremos, podemos aprovechar los dos mandos de Nintendo Switch para echar un uno contra uno a cara de perro con las condiciones que nosotros queramos. No está mal para un juego que, pese a su humildad, da una lección sobre cómo evitar la repetitividad y expandir lo justo sin caer por ello en recursos fáciles o artificios, a diferencia de lo que ocurre con algunos de sus hermanos mayores en el género.
Golf Story es, por derecho propio, uno de los tapados de este año y una de las sorpresas más agradables dentro del catálogo de Nintendo Switch y, ya puestos, de cualquier consola.
Ni siquiera detalles como el hecho de que solo esté en inglés o que su sistema de progresión sea prácticamente testimonial (podemos mejorar nuestras estadísticas subiendo de nivel o comprando objetos, pero rara vez notaremos la diferencia entre el antes y el después) consigue minar el entusiasmo que genera el que es, por derecho propio, uno de los tapados de este año y una de las sorpresas más agradables dentro del catálogo de Nintendo Switch y, ya puestos, de cualquier consola. Golf Story escapa de los convencionalismos y se muestra como una aventura vibrante y cándida, con numerosos personajes disparatados y momentos únicos capaces de sacarnos una sonrisa incluso en un mundo tan elitista y aparentemente esnob como el del golf. Si el deporte puede ser mucho más que solo eso, "deporte"; celebremos que de vez en cuando alguien nos recuerde que también es, por encima de todo, disfrutar.