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Gravity Rush

Volando voy, volando vengo.

Este análisis forma parte de la sección de Game Over.

Gravity Rush, concebido inicialmente para PlayStation 3, te pone en la piel de Kat, una atractiva y amnésica joven que, no se sabe muy bien cómo ni por qué, despierta un buen día en Hekseville, una extraña ciudad flotante en perpetuo atardecer, cuya estética y verticalidad recuerdan vagamente a Basel, la torre mecánica de Resonance of Fate (tri-Ace, 2010). Junto a ella corretea un misterioso gato capaz de otorgarle el poder de manejar la gravedad casi a su antojo, por lo que los habitantes de la metrópoli no tardarán requerir sus servicios para reparar instalaciones, recuperar mobiliario urbano y, en general, resolver sus múltiples problemas.

La manera de articularlos sigue el libro de estilo del sandbox. Dispones de una considerable zona inicial por la que dirigirte con total libertad y de otras que irás desbloqueando a medida que progreses en el juego. Un mapa te indica aquellos puntos calientes en los que encontrarás misiones principales y secundarias o en los que poder conversar con lugareños, sin otra trascendencia que la de ofrecerte alguna que otra pincelada narrativa. El acceso al interior de edificios únicamente es posible, eso sí, en momentos muy puntuales y por exigencias del guión, lo que otorga a Hekseville un desagradable impronta a compacto cartón piedra pese al esfuerzo del estudio por agujerearla a base de corredores y túneles.

"La satisfacción que proporciona el sistema de control se tambalea ligeramente cuando el juego exige cierto rigor."

Más allá de una aceptable historia a golpe de viñeta y el fantástico apartado visual, Gravity Rush es ante todo un sistema de control. Pulsa gatillo derecho y Kat quedará libre de la gravedad. Púlsalo de nuevo y el yugo se restablecerá en la dirección indicada, impulsando a la joven hacia allí. La gracia estriba en la existencia de un límite de tiempo. Cuando el indicador gravitatorio llegue a cero Isaac Newton recuperará la razón, lo que permite al juego acotar con elegancia el rango de alcance del jugador. Con todo, una vez potenciada adecuadamente dicha habilidad, porque aquí también se coquetea con el rol, ningún rincón quedará fuera de tu alcance por remoto que esté.

Es en la exploración aérea cuando triunfa el juego de SCE Japan Studio. La sensación de vértigo y velocidad al surcar el cielo en Mach 1 es fantástica y resulta sumamente gratificante alcanzar gemas imposibles para subir niveles, aunque los desplazamientos acaban echando de menos algún tipo de reto más allá de gestionar con inteligencia el poder de la protagonista.

La satisfacción que proporciona el sistema de control se tambalea ligeramente cuando el juego exige cierto rigor. Los desafíos desperdigados por el mapa, una especie de pruebas que en esencia se limitan a explotar las mecánicas de juego bajo límites de tiempo, acabarán en más de una ocasión con Kat estampada contra una inesperada farola o una minúscula rama, o en posición horizontal, sobre una pared que el software ha interpretado como suelo. Algo similar, aunque en menor medida, sucede también con los combates.

SCE Japan Studio es lo bastante inteligente como para proponer enemigos estáticos y de punto débil anunciado en grandes titulares, pero la sensación de imprecisión y caos llegado el momento de atizar, sobre todo en el tramo final, se acaba palpando más de la cuenta.Aunque el juego dosifica mecánicas con acierto, absolutamente toda la propuesta gira en última instancia alrededor de la manipulación de la gravedad y los desplazamientos aéreos, por lo que una vez superado su ecuador y completo el repertorio de habilidades, la cosa transita al borde de la reiteración pese al discreto número de misiones secundarias y a la duración de la historia principal.

Gravity Rush es, en definitiva, un juego de exteriores y altos vuelos, que se muestra convincente mientras Kat permanece suspendida en el aire, pero titubea en el momento en que pone los pies en el suelo o cuando exige precisión de cirujano. La confianza ciega que el estudio siente hacia un sistema de control novedoso y gratificante, pero nacido para la exploración placentera antes que para la urgencia del cronómetro, es encomiable, aunque a la larga acaba resultando contraproducente hasta cierto punto, ya que el estudio edifica toda su disertación en torno a él, limitándose a sobreexplotarlo a base de retos y pruebas de velocidad en lugar de potenciarlo a través de una narrativa algo más elaborada.

La satisfacción que genera Gravity Rush va unida, así, a la bulimia que dejan las ideas brillantes que no acaban de romper. Eso es algo que va en detrimento del juego y que quizás tenga algo que ver son su descenso a la liga de la portabilidad, pero es también un discurso mucho más meritorio que el que en una flamante sobremesa otros son capaces de ofrecer.

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