Hard Reset
Reseteando un género.
Olvida todo aquello que las grandes productoras nos venden actualmente como la quintaesencia del shooter en primera persona. Borra de tu mente esos fuegos artificiales con forma de eventos programados made in Hollywood que resultan bonitos pero no suponen absolutamente nada para el jugador. Dejemos de lado todas esas moderneces y volvamos a la esencia más básica del género. Ahora, añádele un concepto jugable minimalista pero igualmente efectivo donde no hay lugar para auto-regeneración de salud ni coberturas. Ni siquiera tiempo para agazaparse o recargar. Échale unas cuantas oleadas de feroces enemigos que no conocen el significado de tregua y que te perseguirán hasta lo más recóndito del mapeado en busca de tu cabeza. Todo ello nos dará como resultado un humeante rifle tras disparar trillones de proyectiles en una alocada y jodidamente divertida orgía de destrucción. Y es que, pocas veces un nombre ha tenido tanto significado.
Hard Reset no llegó para enseñarnos nada que no supiéramos ni perdía su tiempo en intentar colarnos con calzador un bulo con tintes de innovación superflua para, una vez agotada la bala del factor sorpresa, volver a repetir los mismos patrones de otros tantos productos canónicos. Es una vuelta a los orígenes de un género - salvo en honrosas excepciones - defenestrado con los años. Un shooter puramente clásico, para algunos puede que excesivamente chapado a la antigua, de propuesta sincera, seguro de sí mismo y con una muy estudiada mecánica que no nos cansaremos de repetir una y otra vez.
La excusa que nos propone para seguir avanzando, en otras lides traducido como argumento, es tan intrigante y de suma relevancia que importa cero. Éste se va destapando mediante una serie de viñetas tipo cómic, resultonas en cuanto a diseño y que sirven para amenizar los excesivamente largos tiempos de carga, pero lo que de verdad quieren los muchachos de Flying Wild Hog es que atendamos al 'Press Any Key to Continue' que aparece en la parte inferior derecha de la pantalla para continuar sembrando la ciudad de Beozar con los restos de nuestros enemigos.
Enemigos, cientos, miles de criaturitas de diferentes tamaños y condiciones que pueden acabar contigo en un abrir y cerrar de ojos si no estás despierto. Porque sí, Hard Reset es difícil, incluso en su nivel normal la exigencia es máxima y, cualquier esbirro, por diminuto que sea, puede matarte. Especialmente los más numerosos y dementes de todos ellos: una especie de arañita con una sierra incorporada que carga en manada sin responder a patrones de ataque lógicos y hace de la aleatoriedad de movimientos su razón de ser. Porque si hay un protagonista en Hard Reset, además de las armas, es contra quien las usamos.
Con unos cuantos shooters en nuestras espaldas, uno se cansa de comprobar cómo las desarrolladoras se ceban en llenar un escenario de cartón piedra con patos de feria, dianas con patas sin motivo alguno de existencia más allá de ser aniquilados. Aquí, lo que tenemos son unos escenarios dinámicos, parques de atracciones minados que, además de echarnos un cable en un momento dado, se convierten en una sofisticada trampa de ultimísima generación casi tan sedienta de sangre como los seres que combatimos.
Nuestros propios ataques pueden resultar contraproducentes, y después de acabar con una horda de diabólicos robotitos, una bala perdida puede llegar a impactar en aquel barril explosivo que tenemos a unos cuantos metros de distancia y comenzar una reacción en cadena que vaya desde un cajero automático hasta un coche o panel eléctrico, y que bien la explosión o reacción voltaica de unos u otros acabe con nuestro protagonista criando malvas. Incluso un neumático que salga disparado es comparable a un arma de destrucción masiva si nos pilla con la salud bajo mínimos. Tronchante, sí. Hasta que te pasa.
Con todo eso, y aunque el transcurrir de la aventura sea mediante pasillos que nos llevan del punto A al punto B, el feroz dinamismo de los combates hace olvidar por completo una falta de objetivos variados y la sensatez en la construcción de los mismos logra esquivar cualquier atisbo de monotonía. Por esa razón, y para no suponer ningún tipo de lastre, a medida que recibimos órdenes vemos, como si de un Dead Space cualquiera se tratara, un holograma superpuesto en pantalla donde uno de nuestros superiores nos actualiza la situación de la misión.
En Hard Reset no pasan más de tres minutos de intervalo entre un combate y otro; a menudo, simplemente para importunar, en otras ocasiones, mientras esperamos una descarga de datos o al ascensor de turno somos obligados a repeler hordas y hordas de esbirros mecánicos. No obstante, como buen FPS chapado a la antigua, esos raíles por los que se mueve el protagonista cuentan con un buen puñado de recovecos, zonas secretas con multitud de munición, paquetes de salud y mejoras biotecnológicas repartidos por las estancias. Y puesto que en Hard Reset todo es propenso a saltar por los aires, a ellas se accede mediante la demolición de una pared.
A lo largo de todo el juego contamos tan solo con dos armas -una de proyectiles, otra de energía-, pudiendo modificar cada una de éstas hasta en seis ocasiones gracias a las terminales NANO. Por ejemplo, nuestro rifle de asalto puede transformarse en una escopeta o un lanzagranadas. Asimismo, estas mejoras pueden ampliarse para aumentar su potencia y cadencia de fuego. Y, como mencionaba líneas atrás, por extraño que parezca a estas alturas, no disponemos de una tecla para recargar el arma: por defecto, cambiamos de una a otra mediante las teclas Q y E, cuando las variantes de las mismas quedan asignadas del 1 al 6 o la rueda del ratón.
En este sentido, lo que harán nuestras amigas será regenerar munición automáticamente a medida que pase el tiempo, momento en el que para no quedarnos vendidos debemos cambiar de una a otra sabiamente, pues no todos los tipos de munición serán factibles para todos los tipos de enemigos. La amplitud de opciones que puede llegar a ofrecer Hard Reset en medio de un combate simplemente con dos tipos de ataque es realmente sorprendente.
Moverte y disparar, moverte y disparar. Unas directrices tan simples como adictivas que parecían enterradas. Pero cuando crees que Hard Reset te ha mostrado todo su potencial, éste decide subir otro peldaño más el nivel de exigencia, manteniendo siempre un fino hilo de esperanza entre lo enfermizo y lo posible. Su duración, eso sí, puede llegar a resultar algo escasa: no sería de extrañar que estemos ante los títulos de crédito cuando menos lo esperemos, ya que de por sí nos puede llevar entre 6 y 7 horas completarlo la primera vez, dependiendo siempre de nuestro ritmo, pero la verdadera razón es que cuando nos lo estamos pasando tan rematadamente bien, uno se olvida por completo de mirar el tiempo transcurrido, y con la excitación del momento, el juego se habrá acabado antes de que te des cuenta. Durante todo ese tiempo, si conseguimos salir del estado de shock al que nos lleva su acción desmesurada, a lo mejor somos capaces de admirar la belleza que se esconde bajo tanta chatarra.
Lo primero que llama la atención es la perfecta optimización y enorme balanceo de su portentoso motor gráfico, uno de cosecha propia, con el que Flying Wild Hog consigue mostrar un altísimo nivel de detalle con una fluidez pasmosa, incluso en equipos de gama media. A nivel texturas, iluminación, efectos volumétricos y transparencias, en configuraciones altas, Hard Reset todavía puede hacer palidecer a cualquier superproducción triple A del mercado actual, creando así un entramado visual de auténtico lujo que incide directamente en lo jugable a través de un inteligente uso de la física de objetos.
A riesgo de resultar pretencioso, soy capaz de afirmar que Hard Reset es el mirlo blanco de los shooters actuales. Un título que destila amor por un género que ha perdido completamente su identidad. Una experiencia puede que dura, pero satisfactoria hasta límites insospechados. No mentían pues los chicos de Flying Wild Hog cuando pretendían retrotraernos a la época dorada del FPS con un título arcade sumamente equilibrado, el que sin hacer alarde de bravuconería, se enorgullece de su violencia desmedida y no da un segundo de respiro al jugador. Es, sin lugar a dudas, uno de los mejores exponentes del género que he tenido la oportunidad de disfrutar en bastante tiempo. Uno, que si bien puede durar un suspiro, lo hace divirtiendo desde el minuto uno y al que no le hacen falta elementos disuasorios para ocultar su auténtico rostro.