Hay que jugarlo todo
Todo, todo y todo.
Es muy frecuente escuchar esa típica pregunta entre amigos. ¿Has visto ya la última película en cartelera? ¿O escuchado la última canción de tal estrellita radiofónica del momento? Existe por parte del usuario la extraña necesidad del consumismo compulsivo de contenido multimedia. Nada ha de escaparse a nuestros sentidos. Esta actitud sería viable allá por los 80 y principios de los 90, justo antes del boom audiovisual y la masificación de la producción en todos los ámbitos, donde la cantidad de lanzamientos no rebasaba las capacidades de la percepción humana.
El auge, en el caso de los videojuegos, llegó con PlayStation, que consiguió vender la nada desdeñable cantidad de 102 millones de consolas en todo el mundo, cifra sólo superada por su hermana mayor. El asentamiento global del entretenimiento doméstico dio una patada en la boca a la pregunta que acompañó nuestra infancia: "¿Tienes Mega Drive o Súper Nintendo?" Y es que antiguamente, un servidor, como seguero de corazón que es, se perdió mucho en el mundo del videojuego dentro de los dominios de Nintendo. Si quería disfrutar de las aventuras de Zelda invadía la casa de mi amigo el nintendero durante toda la tarde, semana o el tiempo que nos llevara acabar el juego.
Esta tendencia del bipartidismo consolero aún se mantuvo a comienzos de la generación de los 32 Bits. Acostumbrados a apostar por un solo caballo en la carrera por la corona generacional, pensábamos con calma por que plataforma decantarnos; si seguir fieles a la generación anterior, escuchar los consejos de cualquier entendidillo o, simplemente, sucumbir ante el azar de la voluntad paterna, ignorantes en el campo y expuestos a la aleatoria voluntad del vendedor de turno que atiende al ruego: "Deme una maquinita para el niño".
Una vez elegida la plataforma no había vuelta atrás, aceptabas las consecuencias. Las licencias exclusivas de la competencia serían conceptos extraños para ti. La mitad de tu revista de videojuegos favorita se quedaría sin leer porque, simplemente, no era tu plataforma y lo que saliera para ella no interesaba. Con suerte, y como ya he comentado antes, la reunión con los amigos o el intercambio de consolas, que podía durar semanas o meses, y como última medida desesperada, el alquiler de dicha consola en el videoclub de tu barrio. Todas estas eran soluciones temporales para cubrir la curiosidad por lo desconocido, una oportunidad de jugar a todo lo que dimos por hecho que no jugaríamos el día que decidimos que consola sería la nuestra. Sin duda tiempo que se aprovechaba al máximo antes de tener que volver a la monotonía del matrimonio consolero.
Hoy en día la cosa no se acerca, ni de lejos, a la situación que nos tocó vivir hasta los 128 bits. Raro es el que no tiene 2 de las 3 consolas de la presente generación, y lejos quedan las intrigas y riesgos a la hora de tomar decisiones. Hoy me compro una, y cuando baje de precio me compraré la otra. Tener todos los sistemas de entretenimiento se ha normalizado a una velocidad apabullante dentro del mundillo gamer pero, ¿Es realmente necesario? Estoy convencido de que no.
En las actuales generaciones la tendencia de la exclusividad de títulos ha invertido porcentajes. El número de exclusividades que podíamos encontrar en las pasadas generaciones duplicaba, incluso triplicaba a las franquicias propias actuales de cada plataforma. La tendencia a la multiplataforma en busca del máximo rendimiento económico aparta la privación de títulos a los usuarios de una única plataforma, lo que supone un punto a favor de los gamers. Aún así, sigue la tendencia a llenar nuestro salón con máquinas de la competencia se excusa por la aparición de cuatro títulos contados, que sí, muy posiblemente merecen la pena. ¿Pero tanto lo merecen como para invertir en un dispositivo nuevo teniendo ya uno similar, por no decir idéntico?
De las 3 grandes compañías que dominan el cotarro, sólo Nintendo ha sabido mantenerse fiel a la retro-tendencia del exclusivismo. Puede que Wii estubiera obsoleta a los 2 meses de su lanzamiento, pero revisando el catálogo de cerca vemos un listado de títulos sólo disfrutables en dicha máquina, algo que suma enteros a la hora de decantarse por esta como segunda plataforma al ofrecernos algo que ni una ni otra podrán darnos. La exclusividad como técnica de marketing parece completamente obsoleta, casi tanto como el debate que la acompaña, sin embargo es un arma de doble filo con el que conseguir el trono en el ranking de ventas.
Por parte de la prensa, blogs, podcast y las 101 extensiones encargadas de destripar cada juego nos invaden por una incesante lluvia informativa que a duras penas soy capaz de asimilar. Se aconseja jugar a tal juego o morir por no hacerlo. Títulos puntuados como imprescindibles para los amantes de los videojuegos. Juegos que no deberías dejar pasar bajo ningún concepto y que, que queréis que os diga, los dejo pasar entre la indiferencia y la rabia de saber que debería jugar eso de lo que todo el mundo habla. No sólo es que ya no podamos ir a la par de una campaña de lanzamientos, ya sea navidad o verano, es que no puedo pillarle el ritmo a toda una generación.
Seguir el paso firme e incansable de esta industria se presenta como tarea imposible.
Personalmente, y habiendo sido seguidor de Sony, di el salto y me decanté por Xbox 360 como soporte de sobremesa para esta generación. Aún tengo una larga lista de juegos de este año y el anterior pendientes por jugar. Por no mencionar que no he tocado la Wii durante estos años de la llamada "next-gen", como todos los que la compraron. ¿Debo entonces, como amante de los videojuegos y ahora que acaba esta generación, adquirir una consola obsoleta, como Wii, y así disfrutar de todo lo que ha ofrecido durante estos años? Estoy convencido de que sí.
Seguir el paso firme e incansable de esta industria, la cual parece no sólo lleva una velocidad constante sino una aceleración que parece no cesar, se presenta como tarea imposible, al menos para un servidor. Ya pueden lanzarse análisis con puntualidad suiza o podcast periódicos repletos de consejos y entresijos que no debería dejar pasar como "buen jugador". Permitidme dudar de que el buen jugador sea el que lo juega todo y no el que juega lo que puede con extrema dedicación.