Hearthstone, o como me he enganchado a algo que nunca hubiese imaginado
Mano perfecta.
Los que me lleváis leyendo hace tiempo sabréis que lo mío son los juegos más bien rápidos, o bien experiencias cortas e intensas o bien acción, carreras, deportes o indies. Ya sabéis, cada uno tiene sus predilecciones y yo nunca he sido muy de rol ni de estrategia, a pesar de que respeto y admiro ambos géneros y a los analistas como Albert o Gerard que sí que les suelen dedicar horas y horas. Casi nunca he sido capaz de prepararme mentalmente para concentrarme 50 horas a un juego de este tipo. De joven -ay- siempre le pasaba el mando a un amigo cuando había que ir de un lado a otro. No podía soportar las esperas entre A y B. Quizás me asustaba la perspectiva de que por más tiempo que le dedicase siempre habría alguien mejor, o que mis horarios ya son algo más exigentes.
Sin embargo hace ya unos cuantos años - aquí estamos viendo pasar la vida por el retrovisor, qué cosa- sí que tuve mi época de Magic: The Gathering. Iba a tiendas especializadas y compraba cartas con lo que me sobraba de lo que me daban mis padres, me apunté a un par de torneos y hasta me compraba ¡y leía! revistas sobre el tema: entrevistas a los jóvenes y atrevidos campeones de torneos de todo el mundo, ideas para barajas -adoraba las rápidas en las que sacaba minions a todo trapo e intentaba ganar en los primeros turnos- y todo rodeado por dibujos de druidas y gladiadores así muy épicos. La obsesión me duró un año, más o menos: mi economía se resintió demasiado y mi incipiente interés por el sexo opuesto me hizo tomar la drástica decisión de vender todos mis mazos, aunque alguno debo tener por casa, todavía, e invertirlo en colonia, camisas y por fin una maquinilla de afeitar. Vida adulta, recíbeme con los brazos abiertos y con la misma alegría con la que me entrego a ti. Pensaba que era cosa de la edad, de que hay trenes que pasan y nunca vuelven.
Mis gustos han seguido siendo los mismos. Por más que lo he intentado nunca he podido entrar en universos complejos ni en juegos que requerían más atención de la que les podía dedicar. Sin embargo... HEARTHSTONE. Hace unos días instalé la beta del nuevo juego de Blizzard y me está obsesionando. Está afectando seriamente mi comportamiento social. En estos momentos me espera a un grupo de amigos en el comedor de mi casa y tengo en segundo plano una partida contra BlakTerz, un temerario Pícaro que me las está haciendo pasar canutas. Maldita sea.
Hearthstone es básicamente una evolución de Magic diseñada para atraparte como si fuese una araña. Una araña muy sexy. Y he caído en su dulce trampa como una mosca adormilada. Empecé el tutorial con escepticismo: qué me vas a venir a mí, con mis años, a hablar de monjes y de guerreros. Démosle una oportunidad. Poco a poco entendí las mecánicas; en no más de cinco minutos, de hecho, sabes ya todo lo necesario para jugar contra quien sea. Esto me sorprendió y llamó mi atención: nunca me he metido demasiado en LoL, por ejemplo, porque me parece demasiado complicado de dominar -que no de jugar. Aquí, en cambio, todo es facilísimo. A pesar de que anticipaba una epopeya es increíble cómo te queda todo claro en un pispás. Empiezas con un punto de maná y en cada turno te van dando uno más, hasta llegar a diez. No se acumula. Me siento raro contandoos esto. Robas una serie de cartas inciales y luego una al inicio de tu turno, y cada una cuesta una cantidad de maná concreta. Básicamente hay bichos que atacan y defienden, y que a veces tienen poderes especiales, y hechizos.
Tu héroe y el del rival, que se sitúan en el centro de ambos lados de la mesa, tienen 30 puntos de vida, y el objetivo es dejar a 0 el marcador del otro antes de que él consiga matarte jugando sus cartas. Puedes protegerte con minions, potenciarlos, atacarle con magias... en total hay nuevo héroes distintos y cada uno tiene sus cartas especiales, un poder particular y, evidentemente, arrastran un estilo de juego específico. Por ejemplo el Guerrero apuesta por la fuerza bruta, el mago es muy de hechizos, el Cazador mezcla bichos pequeños con potenciadores...
Puedes jugar con las barajas que vienen hechas de inicio o construir las tuyas. A medida que ganas partidas y cumples objetivos te dan monedas de oro, y ya sea con esto o con dinero real puedes comprar sobres en la tienda; ahí te puede tocar desde cartas random hasta algunas que harían llorar al niño Jesús de lo buenas que son. Poco a poco tendrás un arsenal bastante amplio y exclusivo y yo ya estoy en ese punto en el que visito webs especializadas en Hearthstone para inspirarme con barajas de otra gente. A pesar de que es fácil tener un buen mazo y competir no lo es tanto saber exactamente qué seleccionar y en qué orden sacar cada carta; hay barajas que están muy orientadas a los combos, por ejemplo, por lo que quizás tu gran baza sea sacar un bicho de 5 de ataque y 5 de defensa (5/5 en adelante) al que se le suma +1/+1 por cada otro bicho que tengas en juego. Tu misión será empezar a invocar criaturas e ir protegiéndolas para tener el máximo posible cuando quieras dar el golpe de efecto. ¿Un 5/5 que se transforma en un 10/10 por arte de magia y además le das cargar (o sea que ataca en el mismo turno en el que lo invocas) y le duplicas el ataque con un hechizo? Media partida ganada y la tensión por los aires, que eso de sentirse un Kasparov digital sienta muy bien.
Cuando les explico a mis amigos por qué deben jugar a Hearthstone -y ellos me miran con cara rara de éste no es el Xavi que yo conozco, Satanás sal de su interior- siempre hago hincapié en que toda esa planificación, esos combos locos y la creación de mazos se van introduciendo en tu curva de aprendizaje con una finura encomiable; he duda en contároslo por si os asustaba de alguna manera, pero os aseguro que empezaréis con las barajas predefinidas y se os irá creando una necesidad de evolucionar poco a poco; luego el sistema de matchmaking se encargará de emparejaros con jugadores que tengan un nivel similar y así no os frustraréis, todo lo contrario; veréis poco a poco cuál es vuestro estilo y definiréis una línea de actuación a la que le podréis invertir docenas de horas. La gratificación llega sola y en dosis justas.
En cualquier caso lo que me ha enamorado de Hearthstone es que la diversión, al contrario que en muchos MMO, no viene de el anhelo de conseguir algo. Aunque estos elementos existen aquí no juegas para subir de nivel a tu héroe o para conseguir tal o cual carta; no hay tiempos muertos en los que haces tareas aburridas solo para mejorar -como pasar 20 horas farmeando para conseguir algo concreto. La diversión y el objetivo que tendrás cada vez que inicies el juego son las partidas en sí, que duran alrededor de unos 10 minutos y que siempre son emocionantes. El medio es el fin. Siempre aprendes algo, ya sean nuevas estrategias o combos, y el hecho de que poco a poco vas definiendo un estilo y notas cómo mejoras te hace querer volver. Cuán equivocado estuve cuando vendí mis mazos de Magic en ese negro día de otoño; qué bien que ahora algo como Hearthstone me haya podido sorprender así.