Henry Hatsworth en la Aventura Rompecabezas
La elegancia, algo más que buenas maneras.
A veces, de forma casi incomprensible, nos enganchamos a juegos que tampoco son gran cosa. Pero no nos importa: lo que nos dan nos parece suficiente. Quién no se ha tirado tardes y tardes pegado a la pantalla del ordenador con esos jueguecitos que regalaban con los periódicos o esos que compramos a dos euros en el supermercado. Henry Hatsworth, como juego, no es gran cosa. Pero el envoltorio es tan terriblemente atractivo que tienes que jugarlo y que, además, te enganchará como pocos.
La premisa ha sido mezclar un juego de plataformas clásico con un juego de puzles clásico. En la pantalla de arriba de nuestras DS tenemos un plataformas de los de siempre, en el que podemos saltar, disparar, agacharnos y… bueno, hacer todo eso que llevamos haciendo años y años. Hasta hay varias armas y movimientos, jefes finales y pantallas de hielo, lava o submarinas. Muy normal.
El punto original de la jugabilidad llega con la pantalla inferior. Cuando matamos a un enemigo arriba, éste no muere del todo. Se convierte en un bloque que pasa abajo y que hay que volver a eliminar de una forma radicalmente distinta. El puzzle es casi casi como un Tetris, para que nos entendamos. Hay bloques de varios colores que van subiendo poco a poco y que tienes que eliminar formando filas o columnas de tres o más piezas.
Dependiendo del enemigo que matemos arriba variará la forma del bloque de abajo. La mayoría son piezas de color normales, pero también nos encontraremos con piezas que no se pueden mover, piezas gigantes o piezas que necesitan ser eliminadas varias veces, por ejemplo. Si no somos capaces de acabar con uno de esos bloques malos volverá a subir y esta vez sí que nos molestarán cosa fina. En la parte inferior, sin embargo, también hay una serie de ítems que nos ayudan en nuestro periplo plataformero. Hay ítems de todo tipo, desde los que suben la vida hasta los que paralizan los enemigos. Además, si conseguimos enlazar combos y eliminar fichas con maestría, hasta nos podremos convertir en un robot gigante indestructible, y eso siempre es un plus. Hacerlo bien también nos permitirá estar un rato más en la parte de puzzles (porque el tiempo que podemos permanecer ahí es limitado).
En resumen: la gracia de la mecánica está en las sinergias que se crean entre el juego de plataformas y el juego de puzzles. La verdadera lástima es que ni el uno ni el otro pasan del notable. El plataformas es demasiado lineal y sin ninguna chicha. Se juega todo el rato con la cruceta y podríamos definirlo como un Mario sin todo aquello que hace que los Mario molen mucho. El rompecabezas es directamente monótono; al principio está bien, pero hacer siempre lo mismo durante 10 horas, que es más o menos lo que dura el juego, acaba por cansar. No es un sistema de puzzles que tenga nada de particularmente adictivo.
Los toques de excelencia, sin embargo, vienen por otro lado. El estilo gráfico es sublime y acompaña a una de las mejores premisas argumentales que hemos visto en años. Eres el explorador Henry Hatsworth, un viejecito que va en busca de un traje legendario que otorga poderes inimaginables a quien sea capaz de vestirlo. Está desperdigado por el mundo, así que tienes que ir recogiéndolo prenda a prenda y luchando contra varios enemigos que quieren superarte en elegancia. A medida que vas consiguiéndolo adquieres nuevos poderes y rejuveneces, añadiendo así algunas variables que dan aire fresco a la mecánica.
El envoltorio del juego es tan atractivo, tan original, está tan bien llevado que no podemos sino aplaudirlo. El toque de señorito británico del protagonista, con sus gritos de “Tea Time!” cuando se convierte en robot, la caracterización de los hilarantes jefes finales, los divertidos diálogos… todo lo que rodea al juego en sí es de matrícula de honor. Incluyendo, claro, la banda sonora —que, por cierto, la podéis descargar gratis en su página oficial, en la sección de Downloads— que acompaña perfectamente en todo momento.
Yo te diría sin duda alguna que lo juegues. Es uno de esos títulos hechos con amor —y eso que viene de una multinacional como EA, aunque sus desarrolladores se largaron cuando acabaron el juego y ahora han creado un estudio llamado DreamRift— y eso se nota en cada pixel. Es un juego de la vieja escuela que tiene ideas brillantes pero que, por desgracia, ha arrastrado también algunos de los vicios de los títulos de antes. Si se los puedes perdonar ve preparándote un te, ponte un monóculo y desenfunda la DS, que Henry te encantará.