Just Cause 2
Rico time.
Nunca olvidas ese momento en el que te enamoras. Ya sea cuando tu corazón casi explota cuando ella acaba esa frase de Regreso al Futuro que has empezado o cuando cruzáis una mirada en un estadio de futbol. Es un recuerdo que te acompañará siempre.
El destino puede ser pejiguera. Mi amigo Jo se dio cuenta de que se había enamorado de la mujer que acabaría siendo su esposa cuando le pisó un pie con el coche, y yo supe que estaba totalmente enamorado de Just Cause 2 —o por lo menos de la versión preview que tenemos en la redacción— cuando salí disparado de un tejado con mi VW Beetle tras rebotar contra mi unos hierrajos de Humvee que acababa de destruir con una palmera.
Ya hemos escrito sobre el mágico gancho pegado en el brazo de Rico Rodriguez. Pero es que como hay tantos juegos buenos para principios de 2010 no queremos que os olvidéis de él. Os recomendamos encarecidamente que miréis los vídeos de Just Cause 2 que tenemos en EurogamerTV.
Como gran gadget que es, el gancho es divertido si tienes una estrategia en mente, pero todavía más si no la tienes: y eso me lleva de vuelta al VW Beetle.
Allí estaba yo, perseguido en las paradisíacas islas de Panau por jeeps militares —he olvidado porqué exactamente, pero no importa— y me quedé sin munición. Eso sólo puede ser algo bueno. Just Cause 2 es uno de esos avanza-y-dispara en el que no te sentirás que siempre tienes que avanzar-y-disparar.
Hay tantos juguetitos y tácticas disponibles en cada momento que sentirás que estás boicoteando tu diversión si optas por ir a por desparramar unos cuantos cerebros con balas. ¿Headshots? ¿Para qué preocuparse? Por lo menos cuelga a tu objetivo cabeza abajo de un poste de telégrafos, ¿no? O arrástralo por la gravilla con un trenecito.
Sea cual sea tu opción, yo estaba ligeramente en apuros: las tropas enemigas se acercaban y no tenía nada con qué dispararles. La única opción era, pues, enganchar uno de los extremos del gancho al Humvee y la otra parte en algún lugar del escenario para que, por ejemplo, cayese por un barranco. O hasta en el mismo suelo, ya que se vería obligado a detenerse, quizás dando unas cuantas vueltas en el aire y llevándose a algunos de los otros perseguidores por el camino.
O en esa palmera, que me haría salir disparado y me dejaría en el suelo para que me atropellase un tractor. Este es el punto de lo último de Avalanche. Aunque algo salga mal, la mayoría de las veces estarás riéndote demasiado fuerte como para que te importe.
Y hay muchas posibilidades de que las cosas vayan mal, con muchas misiones, docenas de misiones secundarias y literalmente cientos de campamentos esparcidos por la isla de Panau. Cada uno es un escenario abierto en el que puedes sembrar el caos. Cada misión te puede llevar a hacer cosas que ni puedes imaginar.
Pongamos de ejemplo la misión inicial del juego. Llegas en helicóptero de noche y saltas en paracaídas con la misión de recuperar cuatro discos perdidos que se cayeron del helicóptero cuando le impactó un misil. Suena aburrido. Pero no lo es.
Los discos han ido a parar a una base militar enemiga. Te ofrecen una ruta práctica para llegar ahí una vez tocas suelo, pero también ves que hay mil cosas más que puedes hacer en ese preciso momento para entretenerte.