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Avance de Mario & Luigi Superstar Saga + Secuaces de Bowser

Enemigos íntimos.

La secuencia de inicio de Mario & Luigi Superstar Saga es cuando menos particular. Tras una recepción por todo lo alto en el salón del trono del Reino Champiñon, un tipo con nariz aguileña, mostacho y un disfraz de algo que parece un plátano muestra un presente a la princesa, que segundos después cae rendida, víctima de un extraño gas venenoso. Todo esto pilla a Mario en la ducha, y para cuando conseguimos personarnos en el castillo con aspecto medianamente presentable ya es demasiado tarde: la princesa ha perdido la voz, y su habitual tono meloso y afable ha sido sustituido por un montón de bombas dialécticas que explotan literalmente cada vez que intenta articular palabra. Tan grande es el drama que el propio Bowser nos pide que intercedamos: así no se puede secuestrar a nadie, y lo último que quiere el gigantesco reptil es que su propio castillo quede hecho unos zorros tras echarle el guante a la dama. Dejando de lado el espinoso tratamiento que el juego reserva a su figura femenina más reconocible (eran otros tiempos, quiero pensar), son apenas cinco minutos largos que sirven para dejar claras un par de cosas: la primera, claro, que pese a su tono sencillo y bobalicón la trama es ahora un elemento fundamental, y que esto es un RPG con todas las letras. La segunda quizá sea más importante: por fin, tras décadas saltándole encima a los koopas nos va a tocar trabajar con los malos.

Esto no significa forzosamente que vayamos a dejar de hacerlo. De hecho es el mismo Bowser el que se ofrece de sparring en un primer tutorial de combate que traduce a turnos todas esas mecánicas clásicas y que muy acertadamente gira en torno a la que es la verdadera piedra angular de la saga: el salto. El salto como herramienta básica, como unidad mínima que mide ataque, defensa e interacción con en entorno y que en esta ocasión vincula a los dos hermanos de manera física, mediante los propios controles: con la A hacemos saltar a Mario, con la B Luigi hace lo propio, y una pulsación del botón X consigue un salto doble perfectamente sincronizado. Así, y durante esos clásicos combates iniciales en los que no podemos hacer mucho más que atacar, cada ronda ofensiva implicará propulsarnos sobre la cabeza del contrincante e intentar enlazar el salto con un segundo aterrizaje que provoque daño extra si es que atinamos a pulsar el botón al ritmo correcto, y la defensa funciona de manera similar: podemos cubrirnos e ignorar parte del daño recibido, o podemos jugarnos el todo por el todo intentando sincronizar una cabriola perfecta que pase por encima del proyectil y nos permita irnos de rositas. Es una base mecánica que más tarde se verá ampliada con ataques combinados y demás florituras, pero que siempre responde al mismo principio universal: tan importante es tomar las decisiones correctas como demostrar la habilidad suficiente para ejecutarlas. A fin de cuentas estamos hablando de Mario.

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Fuera del combate el juego respeta los mismos principios, convirtiendo la navegación por sus almibarados escenarios en una sucesión de pequeños puzzles que implican prestar atención constante a esa duplicidad en el control, porque los hermanos se mueven como una unidad pero saltan como individuos. De esta manera progresar a través de un corredor con pinchos en el suelo puede solventarse con unas cuantas pulsaciones del botón X, pero la cosa se complica cuando toca subir escalones o la patrulla fronteriza del Reino Judía (estamos en territorio hostil, al fin y al cabo) nos desafía a una sesión de saltos de comba antes de emitir nuestro salvoconducto. Nuevamente se trata de un simple aperitivo, porque el catálogo de movimientos posibles no tarda en ampliarse y pronto necesitaremos de saltos giratorios que nos permitan levitar durante unos cuantos metros o de pequeñas montañas humanas que alcancen donde uno solo no puede llegar. Son sistemas sencillos, al menos en un comienzo, pero hacen su trabajo mejor que bien: la sensación de interacción es constante, y todo parece ligeramente más vivo que en el JRPG promedio porque el juego se empeña en exigir tu atención. De vuelta al combate, desbloquear esas técnicas avanzadas que mencionábamos antes tiene los mismos efectos, porque llevar a cabo con éxito ese ataque en el que Mario recoge en el aire a su hermano para caer juntos sobre la cabeza de algún infeliz implica clavar una secuencia de comandos con el tempo exacto; cuesta no acordarse, por ejemplo, de las técnicas de Sabin en Final Fantasy VI o los impagables Deathblows que vimos en Xenogears, y no son en absoluto malos referentes.

También son referentes que no tardan en evaporarse, porque en lo argumental Mario & Luigi Superstar Saga conoce su papel y poco tiene que ver con la épica y la afectación de las vacas sagradas de la vieja Square. Y creo que es refrescante, porque como decíamos al principio el juego ataca sin miramientos un género tan olvidado como siempre ha sido el humor. Superstar Saga no es nada más (ni nada menos) que eso, una comedia de enredo, una buddy movie a tres bandas que hace extraños compañeros de cama y enrola a los hermanos Mario como parte de las fuerzas especiales de Bowser, intentando no dar el cantazo cuando los Goombas forman con disciplina militar exquisita. Si algo puede aportar este remake en pleno 2017, además de los gráficos bonitos y un desenfado en lo jugable que se venía echando de menos, son esos momentos en los que toca rescatar a nuestro nuevo aliado de una tubería por la que no le cabían las posaderas, o esos otros en los que Luigi habla en italiano un poquito más de la cuenta y no podemos evitar recordar aquel episodio de Friends. Es jugar con una sonrisa en lugar del ceño fruncido, algo que quizá en 2003 era más frecuente que ahora. Definitivamente, puede que los tiempos hayan cambiado.

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