Análisis de Mario Party Superstars - Demostrando que la saga siempre será divertida
Guateque.
Tras un puñado de entregas con las que no había acabado de conectar, empezaba a temer que quizás Mario Party fuese una de esas cosas que, simplemente, algún día acaban agotándose. Que estuviese destinado a ser un recuerdo bonito de las veces que jugué, pero terminase sintiendo escaso o nulo interés por volver a intentarlo. Mario Party Superstars, sin embargo, es un recordatorio excelente de por qué la saga ha sido capaz de mantenerse, de una forma u otra, relevante. Y es, por fin, el Mario Party que necesitábamos en Nintendo Switch.
Desde el primer minuto de juego Mario Party Superstars nos evoca una cierta celebración de la saga. No es de extrañar, teniendo en cuenta que, a pesar de no llevarlo en el título, el juego es a todas luces un remake. En concreto, casi todos sus elementos están extraídos directamente de los títulos de la época de Nintendo 64 y GameCube. Los tableros "El pastel de cumpleaños de Peach" y "La isla tropical de Yoshi" vienen del primer juego; "La tierra del terror" y "La estación especial", del segundo, y "El bosque boscoso" - mi favorito - de Mario Party 3. Los minijuegos, por otro lado, son una recopilación de grandes éxitos de las entregas numeradas de la serie. En este aspecto hay un poco de todo; diría que, de nuevo, son los juegos de Nintendo 64 los que tienen más representación, pero también hay pequeños guiños a la época de GameCube, Wii y Wii U. Diría que Mario Party 3 es el juego que más se repite entre la selección, y que tal vez Mario Party 8 y 9 son las entregas menos representadas; del 10 sólo hay un par de guiños pero, eso sí, muy bien escogidos.
Por un lado, quizás hubiera sido lo lógico esperar algo de contenido totalmente nuevo. Pero por el otro, la selección que se hace de los mejores momentos de la franquicia es excelente y se denota mucho, mucho mimo. Cuando entramos a cada tablero se nos muestran unas capturas de pantalla del aspecto que tenía en su versión original, para que podamos compararlo con el aspecto que tiene ahora. Cada vez que nos salta un minijuego, la esquina izquierda nos recordará cuál fue la entrega en la que apareció por primera vez. Hay un mimo y una reverencia hacia la serie que es imposible no admirar, y que hace la experiencia mucho más dulce y calentita.
Por lo demás, prácticamente nada ha cambiado. Podemos jugar en solitario, contra la CPU, o en local o en modo online con nuestros amigos. Llama la atención que, por primera vez, un Mario Party añade compatibilidad de todos sus modos con las funcionalidades online desde su lanzamiento. Con Super Mario Party, la entrega anterior, tuvimos que esperar hasta después de la pandemia para poder competir con nuestros amigos desde nuestras casas; ahora, lo podemos hacer nada más saquemos el juego de la caja. Es verdad que, en el año de nuestro Señor 2021, puede no parecer mucho, pero sí es, por fin, un gran paso adelante para la serie. La comunicación por voz, eso sí, todavía tendrá que esperar un rato: tenemos unos stickers que nos permiten, pulsando los gatillos o los botones, comunicarnos con los otros jugadores sin palabras. Una vez hayamos escogido qué tipo de fiesta queremos llevar a cabo, tenemos dos opciones: o empezar una partida de las de toda la vida, alrededor del tablero, o simplemente ir al Monte Minijuegos y escoger nuestros retos favoritos para ver quién es capaz de obtener más monedas.
En ambos casos, la verdad, la integridad de nuestras relaciones sociales peligra. Como buen recopilatorio, Mario Party Superstars rescata lo que, para mí, más representa la serie: la injusticia controlada. Lo que en un principio puede parecer una dinámica sencilla - escoger los turnos, tirar un dado, avanzar casillas, conseguir monedas para comprar estrellas - es capaz de convertirse en una auténtica batalla campal en medio de un salón cualquiera porque los tableros están diseñados para favorecer el azar de manera muy explícita. En la Isla tropical de Yoshi podemos pagarle a las Plantas Piraña para que roben monedas o estrellas a nuestros oponentes; en La tierra del Terror el uso del Rey Boo puede hacernos invencibles si somos capaces de pagar el precio. Cada mapa tiene sus trucos, sus secretos y su manera de volver loco al oponente si así lo deseamos, pero hay un límite al caos que uno puede generar. Al final, como solo podemos utilizar un objeto por turno y las casillas en las que caemos dependerán de nuestra suerte con los dados, nadie puede jugar a molestar activamente a los demás - algo particularmente agradecido en el modo online - pero sí tentar a la suerte o intentar chinchar un poco a los demás con objetos como el cubo de teletransporte o el silbato de Chomp, que sirven, respectivamente, para intercambiar posiciones con cualquier otro jugador o para cambiar las estrellas de lugar. Cada tablero tiene sus secretos; una partida no basta para descubrirlos todos, y habrá ocasiones en las que incluso los mapas que ya creíamos que conocíamos a la perfección nos muestran algún detalle que se nos había pasado.
Al final de cada ronda, nos enfrentaremos al resto de oponentes en un minijuego. Como es típico en Mario Party, hay varios formatos de enfrentamiento: 1 contra 3, 2 contra 2, o todos contra todos. Es en los minijuegos donde más se nota el trabajo de adaptación: los más modernos no necesitaban mucho ajuste, pero algunos de los más antiguos están prácticamente irreconocibles. Además de poder dejarnos los dedos estirando de la soga o estresarnos cuando somos el perseguido en Acoso al cubo, los minijuegos son importantes porque son, en realidad, la única parte del juego que está puramente basada en la habilidad, incluso si los propios controles o las premisas de éstos también tratan de inducir un punto de aleatoriedad. Son rápidos, son inclementes y la selección escogida está tan bien hecha que todavía no me he topado con ninguno que no pueda entenderse al instante, con solo mirar a la pantalla un par de segundos. De hecho, cuando juegas con amigos, la pequeña pantalla previa a la partida que el juego utiliza para que nos familiaricemos con los controles suele ser tanta fuente de conflicto y de competición como el propio minijuego real.
Lo que más sorprende, en realidad, es la manera en la que todos los elementos de Mario Party Superstars están extraordinariamente vigentes, a pesar de proceder, en la mayoría de casos, de juegos que ya tienen un buen par de décadas a sus espaldas. Por otro lado, da un poco de lástima pensar que la saga se reduce, últimamente, a rehacerse e iterarse a sí misma, y que no hay mucho espacio ya para la innovación. En cualquier caso, Mario Party Superstars es una recopilación hecha con mimo y el juego con más esencia de Mario Party que uno puede disfrutar en Nintendo Switch. Mitad carta de amor, mitad pedacito de historia, nos sirve de recordatorio de por qué la saga nos enamoró entonces, y por qué, probablemente, sigamos jugándola dentro de otra década más.