Análisis de Mario Party: The Top 100
No a la siesta, sí a la fiesta.
Si el lector ha jugado, o ha escuchado alguna vez hablar de la saga de videojuegos Mario Party, entenderá a la perfección cual es la forma óptima de aproximarse a ellos: como títulos que son divertidos de jugar, en general, pero que en ningún caso van a cambiarle a uno la vida. No se trata de que lo que se nos ofrece a nivel jugable sea particularmente rompedor, ni complejo, ni novedoso, sino que sus sencillos minijuegos son una excusa tan buena como cualquier otra para reunir a un puñado de amigos alrededor de la pantalla y echar un buen rato. Tiene sentido, por tanto, trasladar este concepto que lleva saltando de plataforma en plataforma de Nintendo desde la Nintendo 64 a la que ha sido durante casi un lustro la consola más vendida de la compañía.
Ya existían dos Mario Party para 3DS, pero el concepto de este The Top 100 es, en cierta manera, totalmente diferente: no pretende del todo ser un juego nuevo sino una especie de recopilación de los "grandes éxitos" de las entregas anteriores, los mejores minijuegos de entre el amplísimo catálogo del que dispone. En concepto, suena estupendo; pero en la práctica, la idea de rescatar lo mejor de la saga, ponerlo todo junto y darle un poquito de brillo para que pueda atraer a nuevos jugadores no termina de funcionar tan bien como debería.
Al iniciar la partida, la interfaz nos informa de que tenemos la mitad de esos cien minijuegos ya desbloqueados, y para conseguir la otra mitad tendremos que terminar un pequeño modo historia para un jugador que no nos robará más de un par de horas y que, sin ser particularmente apasionante, se deja jugar bastante bien dentro de un título que evidentemente no está pensado para disfrutarse sin compañía. Tras esta pequeña tarea, cuando ya podemos escoger entre todos los minijuegos disponibles y estamos dispuestos a empezar con la diversión multijugador, nos encontramos con que el concepto no funciona tan bien como nos gustaría.
Definitivamente, Mario Party: The Top 100 conserva la esencia y la dinámica de la saga: partidas moderadamente cortas, de ritmo rápido, en las que los turnos se suceden en cuestión de minutos, y aderezado con los personajes y la estética habitual de la franquicia del fontanero italiano. Pero aun así, el concepto queda truncado por una serie de ideas de diseño un poco extrañas, como reducir casi al mínimo la presencia de los tableros por los que tradicionalmente nos movíamos, al estilo de los juegos de mesa, y que determinaban a qué minijuegos nos enfrentábamos y cuantas estrellas y monedas conseguíamos. El propio hecho de avanzar por las casillas no significaba mucho, claro, pero era el elemento que cohesionaba toda la experiencia, la mesa virtual alrededor de la cual nos reuníamos y que organizaba la competición de algún modo.
El que en otro tiempo fue el concepto alrededor del que se estructuraban las partidas queda en esta ocasión relegado a un segundo plano, apareciendo de forma extremadamente simplificada en sólo uno de los tres modos multijugador disponibles. Los otros dos modos son incluso más sencillos: una sucesión de cinco rondas de minijuegos, en el que el jugador que consiga alzarse victorioso en más partidas se proclamará vencedor, y una competición similar, en la que lo que cuentan son los puntos más que las victorias.
Mario Party: The Top 100 conserva la esencia y la dinámica de la saga, pero el concepto queda truncado por una serie de ideas de diseño un poco extrañas, como reducir casi al mínimo la presencia de los tableros.
No voy a mentir: jugar a este Mario es indudablemente divertido. Pero es difícil encontrar los motivos por los que elegiríamos este título por encima de cualquier otro multijugador para pasar una tarde con nuestros amigos. Y en este caso concreto, quizás es una de las peores afirmaciones que podríamos hacer respecto al juego. Lo que se ha perdido por el camino con este cambio de estructura es precisamente lo que diferenciaba a Mario Party de otros títulos también basados en minijuegos, como WarioWare, por poner un ejemplo dentro de la propia Nintendo. En WarioWare, los minijuegos se sostienen por sí mismos, no necesitan contexto ni explicación, y tienen una estética y personalidad consistente que sirve de cohesión entre ellos, además de utilizar conceptos básicos de diseño de videojuegos para guiar al usuario a través de su ritmo casi frenético. A primera vista podría parecer que los de Mario Party también funcionan de esta manera, pero no hay nada como ponerlos todos seguidos, en fila, y jugarlos uno detrás de otro, para darnos cuenta de que la recopilación de grandes éxitos de la saga tiene más sombras que luces, y que muchos de los minijuegos que recordábamos con cariño no eran tanto buenos juegos como pequeñas excusas para reírnos y competir un poquito con el de al lado.
Sí hay que concederle que en todo momento, Mario Party: The Top 100 nos ofrece las herramientas para organizar y seleccionar los minijuegos que más nos gusten de entre su colección. Así, podremos ordenarlos según la plataforma en la que fueron publicados originalmente, según su temática, o armarnos nuestra lista de favoritos personalizada para tenerla siempre a mano. Con esto, tarde o temprano nos encontraremos volviendo a la misma decena de minijuegos constantemente, e incluso en un juego con tanto contenido es complicado que tras varias partidas seguidas las varias notas positivas de entre la selección de pruebas que sí brillan por su concepto no terminen resultando un tanto repetitivas por el ritmo demasiado rápido de las partidas. Y encuentro curioso estar escribiendo precisamente esto, porque antaño siempre había odiado las partes de estos juegos que sucedían en el tablero y trataba de terminarlas lo antes posible para llegar al momento de desafiar al resto de jugadores, pero en esta ocasión me he encontrado echándolas de menos. Si hay algo que le falta a este Mario Party es, al fin y al cabo, un poco de calma entre asaltos: un momento en el que el juego te susurre "para" y te obligue a detener un poco el ritmo, de unos momentos para construir la tensión entre los jugadores, para descansar del machaque incesante de botones, para dejar de competir y centrarnos sólo en disfrutar, que al final, era de lo que trataba todo esto.