Análisis de Hardcore Mecha
Chibi robo.
Resulta particularmente llamativo que el "mecha" se considere un género en sí mismo, porque a priori uno pudiera pensar que los robots no son algo tan total y absolutamente específico como para evocar sensaciones concretas. Más allá de las filias de quien os escribe, la verdad es que dentro de los videojuegos el concepto del mecha está relacionado a una saga en especial, Super Robot Wars, una franquicia de Bandai Namco con decenas de títulos a las espaldas y que - previsiblemente - nunca ha proliferado tanto en occidente como en Japón. En este sentido, las inspiraciones de Hardcore Mecha son visibles y más que evidentes, pero no dejan de resultar un pelín refrescantes en un contexto en el que la mayoría de juegos del género ni siquiera se plantean cruzar las fronteras.
Seguir la estela de Super Robot Wars significa varias cosas: lo más llamativo, quizás, tiene que ver con la estética. Los robots gigantes que manejamos y a los que nos enfrentamos siguen pareciendo amenazantes cuando se ponen en escala, y el juego se esfuerza en recordárnoslo contraponiéndolos a humanos y edificios, pero fuera de contexto sus diseños son más adorables que imponentes. Ya no sólo por el estilo anime, líneas gordas y colores llamativos y movimientos bien cuidados, sino por el diseño chibi que los hace ser cabezones y tener los bracitos cortos y generar alguna que otra situación cómica cuando empuñan las armas más grandes.
También significa que estamos hablando de juegos que ponen un gran hincapié en su historia, que nos transmiten mediante diálogos al estilo visual novel. Es cierto que podríamos simplemente centrarnos en lo jugable si quisiéramos y saltar las cinemáticas, pero el diseño de niveles está bastante unido a la historia que se nos cuenta, y desde el mismísimo principio nos damos cuenta de que no es la manera en la que Hardcore Mecha quiere ser jugado. La historia es un poco estereotípica, bastante autoreferencial, y tiene sus altibajos, pero en general se puede seguir sin problemas y aporta algo de interés al universo en general en el que nos estamos moviendo.
Quizás Hardcore Mecha no tiene personajes de icónicas franquicias del género para referenciar constantemente, como sí tiene Bandai, pero todo lo que pierde en guiños a otros universos lo gana en jugabilidad. El combate, que es a lo que habíamos venido, al fin y al cabo, tarda un poquito en asentarse pero, en cuanto nos acostumbramos a su movilidad, funciona como un tiro en todos y cada uno de los escenarios. Supongo que subirse a un mecha debería ser siempre así, un poco raro al principio y extrañamente empoderante después. El juego está dividido en dieciocho misiones, y en cada una de ellas - con alguna contadísima excepción - se nos presenta un nivel de scroll lateral que tendremos que limpiar de enemigos. Tendremos un botón para utilizar un arma principal, otra secundaria, un botón para melé y, lo más importante, un boost bastante poderoso que es el elemento mejor medido del juego y que nos permitirá volar a nuestro antojo por la pantalla durante un tiempo limitado.
El boost es la piedra angular del juego porque, tanto en los niveles en los que contamos con apoyo de la IA como en los que no, nos enfrentaremos a un montón de enemigos a la vez, así que la movilidad será prácticamente la única manera que tendremos de resistir los ataques. Es en estos momentos, en los niveles más tensos y en algunos jefes, cuando el juego tontea un tanto con el shoot 'em up y el bullet hell, cuando nos encontramos con los tramos más placenteros: esos en los que de verdad sentimos que estamos peleando a vida o muerte, y que son nuestras habilidades propias y no la potencia del robot que manejamos lo que nos ha hecho salir del entuerto.
Durante las misiones, recogeremos dinero, objetos y piezas de otros robots, y es por esto último que terminaremos buscando desesperadamente los interludios entre misión y misión. Porque es ahí donde podremos ponernos frente a amplísimos menús de personalización y decidir qué armas, qué mejoras, qué objetos y qué modificaciones vamos a equipar a nuestra monísima máquina de matar. Es aquí, también, donde la cosa se pone complicada, porque conforme empezamos a coquetear con las distintas opciones de construcción que se nos ofrecen también nos damos cuenta de que una alineación de objetos con la que no estemos cómodos nos puede fastidiar por completo una misión entera, mientras que utilizar con pericia las posibilidades que tenemos nos puede allanar muchísimo el camino. En este frente, como en los demás, Hardcore Mecha no inventa nada, pero es que tampoco le hace falta: es precisamente su sencillez y su accesibilidad lo que lo hace tener éxito en casi todo lo que se propone.
La excepción, quizás, son los momentos en los que el título se aventura un poco más allá de lo que sabe hacer y nos mete, entre combate y combate, fases de sigilo o de naves no demasiado bien medidas y que, si es cierto que tampoco son extraordinariamente largas ni difíciles de terminar, rompen un tanto el ritmo del juego, especialmente porque no podemos evitar pensar que podríamos estar gastando ese tiempo jugando a cualquier otro de sus niveles mucho mejor resueltos. Compensa un poco, eso sí, que cuando terminamos la campaña podremos enfrentarnos, con todas las de la ley, a un modo extra que nos permite personalizar nuestros robots todavía más y enfrentarnos a hordas y que es bastante más adictivo de lo que parece a primera vista.
Aun así, es un pecado leve para un juego que se encuadra dentro de un nicho extraordinariamente específico, pero que sabe desenvolverse a la perfección dentro de él. Rara vez ve uno, especialmente entre los desarrollos independientes, títulos tan centrados y con las intenciones tan claras como este Hardcore Mecha, que sin ánimo de reinventar la rueda entiende cómo extraer la esencia de su género e interpretarla a su manera.