Mega Man 10
Ayer, hoy y siempre.
Observen este vídeo. ¿Cómo se sienten? Si les cogió con la guardia baja, tal vez se me hayan quedado algo pochos. Para los que rondan o superan la treintena y aún siguen dándole al botoncito supondrá una sesgada pero reveladora colección de momentos vitales. La secuencia es lógica y permite detenerse en capítulos verdaderamente importantes en la historia de los videojuegos. Aunque los ejemplos son indiscutibles por calidad e influencia, el pastiche invita a no detenerse ahí. A destapar clásicos y sistemas no tan rememorados, a profundizar los cómos y los porqués. A iniciar un edificante debate, tal vez.
Bien, ahora prueben a quitarle el sonido. O me rebuscan ustedes por Spotify un mambo de Julito Iglesias y lo reproducen simultáneamente. ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde quedaron los bonitos recuerdos ? ¿Es que acaso aquellas partidas a Monkey Island, Quake o Street Fighter II ya no significan tanto o nada como entonces? ¿Nos hemos convertido acaso en adultos fríos e insensibles? Madre, ¿por qué hay gusanos zampándose mi bocata de nocilla?
La nostalgia (en este caso servida y agitada por Tom Waits) es tanto una reconfortante ancla como impepinable escollo. En la mayoría de los casos, una venda en lo ojos que puede pasar de lo efímero a la obsesión. Mientras lo primero es reacción lógica y disfrutable en compañía de amiguetes (o simplemente un vistazo hacia atrás en soledad para recordad de dónde venimos), lo segundo se torna peligroso al pretender sentar las bases de un dogma erróneo. En ningún caso reprobable como modo de vida, pero lleno de tantas lagunas que al final corremos el peligro de ahogar nuestro sentido común.
Si bien no aparece en esa recopilación, Mega Man y el intento de Capcom por relanzar la franquicia utilizando técnicas similares a las de sus entregas en 8-Bits para NES ejemplifican ambos prismas. Se adentran además en terreno farragoso, ante las dudas de quienes no acaban de verlas situadas en un contexto que no es el suyo (grandes máquinas capaces de mover cantidades ingentes de masas poligonales iluminadas en tiempo real) y los que desconfían de ellas por oportunismo (usuarios veteranos que utilizan su bagaje para posicionarse moralmente por encima de las nuevas generaciones en vez de compartir ese conocimiento). Y eso que la cuestión es bien –pero BIEN– sencilla. ¿Te divierte o no? ¿Te hace pasar un buen rato? ¿Importa acaso que sea una producción moderna para sentirla menos auténtica?
Una buena parte de la audiencia vintage, esa que posiciona sus manipulados y desvirtuados recuerdos por encima del valor objetivo de las obras, va a sentirse enormemente decepcionada. Al fin y al cabo, Mega Man 10 es más de lo mismo y queda fatal en una camiseta con su copyright del siglo XXI. Si, tal y como ellos asumen como incuestionable verdad, el motor de toda esa estética y maneras de entender el videojuego se basa única y exclusivamente en lo que nos evocan y no tanto en la experiencia en sí, probablemente esto no sea para ellos. No hay recuerdos a los que sujetarse ni memoria que reivindicar.
Afortunadamente, esto nos deja al resto (rational old-schoolers or noobies) en una prometedora situación.