Avance de Metroid Prime: Federation Force
Matar al mensajero.
Lo reconozco: Federation Force había escapado completamente de mi radar. Uno intenta estar a todo, pero con el lanzamiento prácticamente a la vuelta de la esquina el juego había pasado bajo mi línea de visión como un ninja colándose en una piscina de pueblo, y al recibir la invitación para la sesión de prueba me llevé una sorpresa mayúscula. Puede que esté algo mayor, pero la importancia que se le presupone a todo título de la saga (de esto hablaremos más adelante) y un calendario veraniego que no es precisamente el cartel del Primavera Sound apuntaban a otro tipo de causas. En cierto modo, creo que se trataba de un mecanismo de autodefensa: desde que el juego asomó la patita se ha hablado tanto y tan mal que de alguna manera creo que interioricé el discurso, y en mi cabeza aquella 3DS cerrada representaba un portal a otro mundo, un vórtice de malignidad y esperanzas rotas que de abrirse segaría vidas, arruinaría cosechas y se bañaría con la sangre de nuestros primogénitos. Tras un par de horas de partida las cosechas parece que siguen estupendamente, y diré más: lo que yo me he encontrado es un juego apañado, incluso simpático, que mezcla algunas buenas ideas con otras tantas sacadas directamente del libro de recetas de la casa, y que sobre todo intenta ser divertido. Puede que no estemos hablando de la segunda venida de Jesucristo, pero ya es más de lo que pueden decir muchos. Eso sí, de Metroid no esperéis mucho más que lo que pone en la caja.
Y creo que ahí está la clave: en unos ríos de tinta que han venido vertidos principalmente por una base de fans que veía aproximarse una nueva salida en falso, un lanzamiento con la única intención de monetizar su nostalgia y hacer caja con el recuerdo de una saga que es sagrada para demasiada gente, aunque en Nintendo no parezcan dispuestos a darse por enterados. El cómo fuera el juego daba un poquito igual, de la misma manera que a nadie le importa lo rico que esté el escalope cuando uno ha pedido un centollo: la verdadera ofensa está en su título, y en atreverse a llamar Metroid (Metroid Prime, qué carajo) a un juego sobre cuatro señores con apariencia de muñeco Funko que ni están aislados ni escanean cosas ni se convierten en una pelota en ningún momento. No dudo que una decisión así impulse las ventas, pero el desastre a nivel de relaciones públicas es morrocotudo: si dividimos el mundo entre aquellos a los que la saga les importa un pimiento y aquellos a los que no, está claro quienes se van a quedar como estaban y quienes van a abandonar la sala visiblemente enfadados. Y no les culpo: yo me sé unos cuantos acordes, e incluso puedo amenizar una velada tocando versiones de NOFX, pero si alguien me vendiera como el nuevo Jimmy Hendrix entendería que volaran objetos punzantes.
Polémicas aparte, y puestos a pasar revista a lo que viene siendo el juego, creo que no ser especialmente fan de Hendrix (de la ginebra sí) puede aportar una visión interesante. Porque las traiciones duelen un poco menos cuando te pillan fuera de casa, y en mi caso la saga Metroid nunca me había hecho especial tilín. Es algo que me libra de la comparación constante, supongo, y que permite apreciar otro tipo de referencias a priori más sorprendentes, porque puestos a sacar parecidos lo irónico del asunto es que la saga madre queda bastante lejos de los puestos de cabeza. Pienso, por ejemplo, en Zelda Tri Force Heroes, y en una manera de entender el cooperativo cimentada en tirolinas, losas activadas por el peso y caminos por los que os he dicho cien veces que ya hemos pasado. Y pienso también en algo parecido a un Destiny para chavales (como todo el mundo sabe, los fans del original somos adultos de pleno derecho con las riendas de nuestra vida fuertemente agarradas) que baja un par de peldaños la intensidad de los tiroteos y se toma las cosas con cierta calma pero vuelve a jugar con los potenciadores, las habilidades de sanación y los dropeos con los que evolucionar a nuestro personaje antes de cada partida.
En cuanto a la primera parte, la del mazmorreo y la resolución de puzzles, poco que objetar. Al menos en su porción inicial nada es el colmo de la originalidad, pero el enfoque colaborativo y la variedad de situaciones solventan la papeleta más que sobradamente: en poco más de hora y media pasamos de la apertura de puertas sincronizada y las placas de presión a guiar algo parecido a unas morfosferas (duele, lo sé) hacia diferentes puntos del mapa, e incluso recuerdo con especial cariño una sección enfocada a encerrar titanes de hielo en unas jaulas enormes usando a nuestros propios compañeros de equipo como carnaza. Como digo, todo resulta moderadamente divertido y las situaciones cómicas se suceden con relativa frecuencia, aun a pesar de un componente de acción que pronto acusa la falta de gasolina. Ninguno de los dos esquemas de control resulta plenamente satisfactorio, bien sea porque el segundo analógico de New 3DS no es exactamente la panacea o porque su alternativa, apuntar mediante el giroscopio, vuelve a caer en el mismo error que el modo default del reciente Star Fox Zero: estar ligado a una pulsación del gatillo para liberarse, aunque desgraciadamente en esta ocasión no hay manera de desactivarlo. Y es una lástima, porque ambas alternativas acaban poniendo trabas a un sistema que sí funciona estupendamente: el disparo de precisión, que permite adquirir objetivos mediante el gatillo izquierdo y acotar el área de apuntado a sus diferentes partes del cuerpo. Es elegante, es divertido y aumenta un montón las posibilidades, aunque dudo que por sí solo llegue a salvar los muebles.
Del Blast Ball, ese Rocket League con misiles que ejerce de guarnición respecto a la campaña principal, poco os puedo contar. No jugué demasiado, pero parece exactamente lo que os estáis imaginando: a nadie le amarga un dulce, pero dudo que acabe llenando estadios. Tampoco creo que sea su intención, y supongo que se trata de una actitud que podríamos aplicar a todo el resto del juego. Un juego correcto, desenfadado, que rellena un pequeño hueco y que sin querer meterse con nadie se ha visto envuelto en un tumulto mucho más grande que él mismo. Un juego inocente, en suma, porque es lo que transmite, y porque no tiene culpa de nada.
Una rápida búsqueda en Google define la palabra federación como una asociación entre diferentes entidades para lograr un bien común, en este caso la mayor gloria de la saga Metroid. No deja de tener su gracia, porque en esta travesía a Federation Force se le ha federado a la fuerza, un poco como cuando a mi me apuntaron a judo cuando realmente lo que me gustaba era echar pachanguitas con mis amigos y ver Caballeros del Zodiaco a la hora de la merienda. Algo tendrá que hacer el chaval, y el gimnasio queda mucho más cerca que el Santuario de Atenea, así no me quedó otra que embutirme un kimono y esperar al final de la clase para echar los partidillos sobre el tatami. Y bien que nos lo pasábamos, aunque tuviéramos que jugar disfrazados de otra cosa y haciendo un poquito el ridículo.