Análisis de Mutazione
It's just a change, not an end.
Si tuviese que irme a una isla desierta y solo pudiese llevarme conmigo una serie, esa sería sin duda Twin Peaks; la obra de David Lynch y Mark Frost ha marcado mi gusto y mis intereses de una forma que solo quienes me conocen mejor son capaces de cuantificar. Más allá del Quién Mató a Laura Palmer y de las secuencias oníricas late el corazón de una telenovela que suele ser ampliamente denostado - hay incluso guías de los capítulos que uno puede saltarse para evitar ciertas tramas - pero que a mi me parece central para entender la serie.
Si algo demostraba el retorno de la serie (tras un cuarto de siglo de espera) es que no se puede separar del conjunto: los triángulos amorosos, las luchas por el control de la economía del pueblo y los dramas innecesarios desarrollados a principios de los 90 dejaron una profunda huella cuyo rastro llegaba hasta 2017 para culminar en algunos de sus momentos más emocionales. Por muy pueriles que pudieran parecer las tramas que se alejaban del misterio, la idea que permanece en mi memoria es que Twin Peaks irradia amor por cada uno de sus habitantes. A día de hoy sigo buscando ese cariño por los personaje allá donde voy; lo he encontrado de nuevo en Mutazione.
La protagonista del quinto juego de Die Gute Fabrik es Kai, una adolescente que acude a visitar por primera vez a su abuelo Nonno, convaleciente de una enfermedad en la isla que da nombre al juego. Este lugar sufrió hace décadas el impacto de un meteorito que destruyó la ciudad y provocó mutaciones en los supervivientes y sus descendientes, aún palpables a día de hoy. Su llegada cambiará las vidas de los isleños, que hace dos décadas que no reciben una sola visita.
Mutazione entra por los ojos desde el primer instante: las diminutas cabañas donde viven apenas una decena de personas se agolpan de manera irregular por las raíces de un enorme árbol que domina la vista. El verde y el marrón dominan el entorno, permitiendo que destaquen la terrosa biblioteca, el ecléctico bar o el hormigón de las ruinas de los antiguos habitantes del lugar. Kai se desplaza de un lado a otro de la isla hablando con sus habitantes y recogiendo semillas de la flora local, familiarizándose con el entorno y llegando a conocerlo como la palma de su mano.
Es un juego por el que merece la pena pasar con calma, siguiendo el ritmo de las etéreas melodías que nos acompañan y tomándonos nuestro tiempo con todo el mundo. Quizá la mejor declaración de intenciones es que hay un botón para cambiar el ritmo de Kai: en concreto, para reducir la velocidad e ir andando. No hay ninguna prisa: el juego nos avisa claramente de cuándo una de nuestras acciones va a hacer avanzar el tiempo.
La recuperación de Nonno es un proceso lento, así que Kai pasa el tiempo conociendo a sus nuevos vecinos y ayudándoles. Para ello, en ciertas ocasiones necesitaremos recoger los frutos de jardines que nosotros mismos diseñamos y que nos permitirán, por ejemplo, obtener pigmentos para decorar un barco. El abuelo nos enseña un ritual para acelerar el crecimiento de las plantas, el cual requiere aprender melodías para transmitir estados de ánimo; las setas de una caverna exigen "misticismo" para crecer, por ejemplo. Cada una de las plantas se convierte en un instrumento, componiendo una melodía única en la que podemos acentuar ciertos instrumentos.
Aunque los jardines son la parte más única del juego, gran parte del tiempo lo pasamos en unas conversaciones que juegan un papel central en el título; su corazón está más cerca de la visual novel que de la aventura gráfica que puede aparentar. Nuestras tareas implican interesarnos por el resto de los habitantes de la isla, un plantel de personajes reducido pero con toneladas de personalidad. Desde Miu, cazadora amante del punk y el doom metal hasta Claire, la tendera que trata de superar su ansiedad, cada uno tiene una historia en la que sumergirnos y que termina conectándose con la de los demás como en una de las telenovelas italianas que el grandullón Tung mira en su casa a pesar de no comprender el idioma.
Mutazione funciona porque sus personajes funcionan. Ese grupo de completos desconocidos, algunos con aspecto monstruoso, se convierten cuando acabamos la aventura casi en una familia que para cuando termina el juego no queremos abandonar. No necesita ni una decena de horas para ello, tan solo unos diálogos precisos que basculan entre lo encantador y lo desgarrador; más de lo primero que de lo segundo, lo cual acentúa el impacto cuando llega el drama. No es casualidad el acento que el juego pone en los cuidados, que toman aquí muchas formas: el mantenimiento de la salud de Nonno o la creación de los jardines son más visibles, pero el que toma más protagonismo es el psicológico. Kai dedica su estancia a conocer, comprender y en última instancia ayudar (o al menos intentarlo) a los habitantes de Mutazione.
Las heridas que no han cicatrizado en la isla son emocionales y tienen un origen lejano. La impronta que deja el pasado en la actualidad es un tema que sobrevuela constantemente la historia. La novedad de la llegada de Kai es incapaz de tapar los ecos que han dejado las enseñanzas de los habitantes ya fallecidos, los restos de la ciudad que había antes del meteorito o traumas que no han terminado de curar. La propia protagonista trae consigo un bagaje que va haciendo presencia a medida que avanza la trama. Deshacerse del pasado parece imposible, pero el juego hueco a la esperanza: también podemos usar esto en nuestro favor. Los jardines musicales que planta Kai son un regalo a la isla, un testimonio viviente de sus días allí.
Mutazione es uno de esos juegos de los que da pena despedirte y que, de hecho, se toma su tiempo para que se pueda saborear el adiós. Te invita a explorar un lugar y enamorarte de sus gentes, plantando disimuladamente en el corazón unas semillas que germinarán regadas por el tiempo. Resulta especialmente adecuado que el juego se haya lanzado a mediados de septiembre, porque es un título que tiene un pie puesto en dos estaciones y en los estados de ánimo que representan: superficialmente parece que pertenezca al verano, con su dosis de escapismo, color y aventura; rasca un poco y pronto encontrarás agazapada la melancolía y el recuerdo que trae consigo el otoño.