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Análisis de NBA 2K17

La universidad de la vida.

Eurogamer.es - Recomendado sello
NBA2K sigue siendo imbatible sobre el parquet, pero la agresividad de sus micro transacciones vuelve a limitar su verdadero potencial.

El día 14 de octubre de 2011 Rashan R. Langeford era encontrado muerto en la ciudad de Newport News, en Virginia. Su cadáver mostraba ocho heridas de bala, y atendiendo a las conclusiones alcanzadas durante el juicio los motivos no podrían ser más prosaicos: una simple disputa de bar, un tiroteo en la puerta de un establecimiento al que el joven de 29 años había acudido junto a unos amigos para ver la retransmisión de una pelea de Mike Tyson. Una muerte, otra más, de un chaval afroamericano que hubiera pasado desapercibida para los medios de no darse una circunstancia particular: era el mejor amigo de Allen Iverson, la estrella de los Philadelphia 76ers. De no ser por el baloncesto, a nadie le hubiera extrañado que hubiera terminado como él.

Su vida, la de Iverson, no fue en absoluto un camino de rosas. Tras deslumbrar a todo el país durante su época como atleta de instituto y coronar las agendas de todos los ojeadores de las grandes ligas de baloncesto y fútbol americano, el joven diamante en bruto se veía envuelto en un tumulto a la salida de una bolera, y tras un proceso judicial extremadamente dudoso daba con sus huesos en la cárcel sin posibilidad de fianza. Su prometedora carrera había muerto antes de nacer, pero un par de toneladas de correspondencia más tarde un indulto del gobernador devolvía las cosas a su cauce: después llegarían Georgetown, los 76ers y una temporada 200-2001 en la que el equipo acariciaría el anillo con la yema de los dedos. Unos meses después Ras caía muerto, y tras una temporada aciaga los sueños de los Sixers caían con él. Abatido, el máximo anotador de la liga se enfrentaba a los periodistas y daba una de las ruedas de prensa más legendarias de la historia de este deporte, en la que repetiría hasta veintidós veces la palabra "entrenamiento". Porque efectivamente, tras todo lo que había pasado, tras la muerte, tras el partido, tras la sangre y el sudor y las lágrimas, no podía creerse que aquella gente se empeñara en hablar de los entrenamientos.

NBA 2K17 hace exactamente lo mismo. Tras echar toda la carne en el asador en el ejercicio anterior, la saga que decidió contratar al mismísimo Spike Lee para intentar acercar al videojuego un pedacito de la sensibilidad del celuloide a la hora de retratar todas estas cosas que no son estrictamente deporte pero están indisolublemente ligadas a él ha reculado, y lo que nos ha quedado han sido los entrenamientos. La dimensión humana ha desaparecido, y aunque es bien cierto que el realizador neoyorkino se quedó también a un par de pasos del título y que su implicación con el proyecto no fue la que todos hubiéramos deseado, demonios, aquel era el claro camino a seguir; un intento fallido, pero también uno elegante y audaz, que es lo que uno espera cuando alguien se arriesga a innovar. No parece haber sido el caso de Visual Concepts, que a la vista de los resultados (financieros, supongo), parece haber decidido recoger velas y dedicarse a jugar sobre seguro. Algo que el propio Iverson no hubiera hecho jamás.

Hablo, claro está, de su modo Carrera, una modalidad que con el paso de los años se ha ido convirtiendo en el plato fuerte de la nutridísima oferta anual de la saga. Esto no lo digo yo, lo dicen sus propios desarrolladores, y por eso no deja de sorprender una cierta sensación de pereza: no es solo que Lee no haya vuelto, ni que las cinemáticas y los diálogos sean sensiblemente más intrascendentes, más cercanos a la mediocridad general del medio; es que también son mucho más infrecuentes, y que esa historia de amistad dentro y fuera de la cancha entre nuestro avatar y el señor Michael B. Jordan se queda en unos cuantos apuntes, unos caramelitos repartidos de cuando en cuando para aportar un mínimo de vida al verdadero esqueleto que soporta el peso de la experiencia: los entrenamientos. Entrenamientos por la mañana, por la tarde y por la noche. Mi Carrera es ahora un simulador al uso, una hoja de cálculo levantada sobre un calendario que avanza inexorable y que únicamente nos pide gestionar lo que queremos hacer con nuestro tiempo, bien sea jugar los partidos, acudir a entrenar voluntariamente, personarnos en una zapatería para arañar unos cuantos fans o saltarnos unas prácticas de grupo que pueden suponer perder unos valiosísimos minutos en la rotación del equipo. Todo se gestiona mediante menús o mediante el mismo teléfono móvil, y ni siquiera el patrón nos cita en su despacho para echarnos la rasca por lo de la fiesta de anoche con la regularidad de antaño: nuestra única interacción humana sucede cuando los compañeros del equipo se presentan en la cancha para de nuevo, entrenar. Para participar en unos ejercicios a pista vacía que están muy bien para aportar contexto y realismo, pero que se repiten imperturbables de lunes a domingo. Quizá sea cosa mía, pero cuando sueño despierto con ser una estrella de la NBA suelo pensar en algo bien diferente.

El truco, claro, es que podemos saltarnos estos entrenamientos. Que podemos ir directamente al turrón, apagando el móvil y avanzando rápido hasta el partido contra los Raptors. Y sería la solución sensata, si no fuera porque pronto aparece un segundo muro, y uno bastante más peliagudo. Volviendo a Iverson, y a esos momentos en los que todavía era solo una gran promesa, en el fondo siempre hubo esperanza; daba igual la cárcel, o la pobreza, o el racismo de aquella Virginia, porque el chico tenía talento. El problema, por desgracia, es que nosotros no tenemos ningún talento. Que nuestro chico, un chaval que aparece abriendo los noticiarios deportivos y al que todos apoyan "Pres", el presidente del baloncesto, es un pelele que apenas sabe botar la pelota. Es un problema que siempre ha estado ahí, pero que en esta edición se hace aún más evidente al asociarnos desde un buen principio con el personaje de Jordan: en el momento del draft, Justice muestra un 76 de media, y nosotros apenas superamos la cincuentena. En términos jugables ya podéis suponer lo que implica esto: un calvario de pases fallados a cuatro metros y bandejas que anotaría un niño de primaria que no solo dinamita la coherencia de la trama, sino que nos condena a una elección muy clara: comprar un buen saco de monedas virtuales o no perderse uno solo de los entrenamientos. Plata o plomo. Por expresarlo de una manera clara, el NBA 2K17 que cuesta 90 o 150 euros es un juego mucho mejor que el que cuesta 70, y es algo que debería llamar a la reflexión.

Es una tiranía de las estadísticas compradas a precio de oro ante el que el único liberador, como siempre, vuelve a ser un componente jugable ante el que solo se puede callar y aplaudir. Porque NBA 2K17 vuelve a ser un juego perfecto rodeado de decisiones muy cuestionables, y porque en esta ocasión, irónicamente, su máximo aporte jugable es el de intentar que las estadísticas importen un poco menos. Que jugemos más nosotros y menos las fichas de personaje, una alquimia realmente complicada que en manos de otros habría resultado en un quinteto de peleles sin alma dando tumbos sobre la cancha. Aquí Visual Concepts cuadra el círculo porque sabe ser inteligente y comprender que los jugadores de verdad jamás podrían reducirse a un conjunto de numeritos: siguen estando ahí, y siguen marcando la diferencia, pero Harden es Harden porque amaga como Harden y Lebron es Lebron porque no hay pelotas a ponerse delante. Solo así puede funcionar un sistema que deja el control más en nuestras manos que nunca, obligándonos a realizar cada finta manualmente y a encestar cada triple atendiendo a un medidor de ida y vuelta que altera su tamaño y color según la posición que ocupemos en la cancha. No parecen añadidos revolucionarios, pero lo son, porque atajan casi definitivamente un problema ancestral en los simuladores deportivos: sentir que la máquina nos acaba de robar la merienda. Es una comunión entre input y animaciones casi perfecta, al que solo le podría sacar un pero, porque ahora Curry falla triples de cuando en cuando. Puestos a inventarnos cosas, tampoco estaría de más que pudiéramos usar un jetpack.

No son los únicos añadidos a la fórmula, pero sí los más importantes, y los que más se aprecian en el resto de modalidades, donde el juego de equipo se impone y no tenemos que cargar con una tragaperras con deportivas. Es en ellas donde brillan también los retoques enfocados a facilitar el acceso al componente táctico, democratizando esos insoportables menús de antaño con una rueda contextual que nos ofrece un acceso directo a las jugadas más razonables en cada momento, porque estar subiendo la bola y pedir una defensa en zona no tiene ningún sentido. De manera similar funciona Orange Juice, la incorporación más relevante de vuelta al modo carrera: un sistema que nos permite, por primera vez en la historia de la saga (y diría que en la del género) controlar no a un equipo o a un jugador, sino a una pareja de cómplices sobre la pista. Una pulsación hacia abajo en la cruceta hace que nuestro espíritu salte de uno a otro, y el resto de direcciones envían instrucciones sencillas al compañero según controle o no el balón, convirtiendo esos preciados segundos en un rosario de alley oops y jugadas espectaculares. Es sencillo, es elegante y es condenadamente divertido; tanto, que deja cierto sabor amargo poder acceder a ello solo de cuando en cuando, generalmente tras encadenar unas cuantas asistencias exitosas entre la pareja. Entiendo que funciona como recompensa, pero en la humilde opinión de este escribiente aquí hay material para una modalidad de pleno derecho.

Aunque también entiendo que no es cuestión de abusar, y es que la oferta en cuanto a modos de juego vuelve a ser de esas que intimidan, de las de no saber por donde empezar. La lista de cambios, añadidos y ajustes es demasiado extensa como para desgranarse aquí, así que para no aburrirnos prefiero resumirlo en que en NBA 2K17 puedes hacer lo que quieras. Desde formar un grupo de MyPlayers y enfrentarnos al mundo con unos colegas en un pabellón con el logotipo de Batman en la galleta, hasta formar una liga de 36 equipos con escuadras históricas y pelearte con el propietario de la franquicia porque has vendido tu elección del draft por una bolsa de pipas. Todas las modalidades realmente significativas (Pro-Am, Blacktop, MyPark...) están de vuelta, y solo la oferta inicial de MyTeam, el trasunto de Ultimate Team con el que la franquicia subraya aun más fuerte su intención de ganar obscenas cantidades de dinero, ya es para volverse loco. Hay modalidades offline, y desafíos, y jugadores clásicos, e incluso parejas de naipes que se complementan porque así lo hacían en la vida real. Todas las maneras humanamente imaginables con las que alguien podría organizar una competición están representadas aquí, y el juego incluso va más allá: es el caso de 2KU, la universidad del basket que paso a paso, consejo a consejo, intenta enseñarnos no solo cómo funciona el juego, sino cómo funciona el deporte real.

Y es una suerte que todo esto conviva bajo un mismo techo. Porque 2KU demuestra que NBA 2K es una saga obsesionada por ganar dinero (como pequeño desafío, intentad contar los logotipos de marcas comerciales que aparecen durante los partidos), pero también con el baloncesto. Con enseñarnos a jugarlo, a entenderlo, a amarlo, y puede que de ahí también venga la fijación por los malditos entrenamientos. Unos entrenamientos a los que terminas acudiendo religiosamente aunque lo hagas a regañadientes, porque en el fondo sigues queriendo ser el mejor. Por eso ignoras las dificultades, y por eso estas cosas no son más que piedras en el camino. Porque, como dijo Iverson en el momento de retirarse, jugar uno solo de estos partidos hace que todo haya merecido la pena.

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