Análisis de Neva - Mucho más que algo bello por fuera
El ciclo de la vida.
Todos nos perdemos con el día a día. El estrés del trabajo o problemas personales de cualquier tipo suelen provocar que nuestra mente se disperse, obcecada en aspectos que, si bien son de importancia, normalmente suelen pasar a un segundo plano si los comparamos con otros. Lo triste es que el ser humano está habitualmente enfrascado en una corriente de actividad que acarrea que, muchas veces, no le demos la importancia que deberíamos a quienes tenemos al lado. Porque nos quieren, porque van a seguir ahí cuando todo eso pase. Lo realmente doloroso es que llegará un día en el que no tendremos la oportunidad de besar o abrazar a las personas que amamos. Y, de los muchos mensajes que deja Neva entre líneas y sin apenas esbozar una palabra, me quedo con el de que debemos tratar, siempre que sea posible, de demostrar nuestro amor a quienes tenemos a nuestro alrededor. Aunque pueda parecer un gesto simple, pocas cosas tienen tanta fuerza como un abrazo. Porque en esos días en los que veis todo Gris, puede salvaros. Y, lo más importante, podéis salvar.
Lo más bello de juegos como Neva, en los que lo abstracto y lo ambiguo se abrazan para narrar su mensaje, es que cada uno puede sacar sus propias conclusiones. Pero lo cierto es que, en esta ocasión, el devenir de los acontecimientos de esta aventura es más nítido que en su anterior obra y, de hecho, sus creadores han confesado que es una historia que trata sobre la paternidad. Esto resulta evidente teniendo en cuenta lo que va ocurriendo en los cuatro actos del juego, aunque no entraremos en detalles para que cada cuál moldee los acontecimientos a su manera. En mi caso al menos, que veo lejano eso de la paternidad, he trasladado lo que ocurre a mi ámbito personal, dibujando en mi cabeza personas a las que tendría que dar más cariño y protección o a quienes me hubiera gustado dar un último abrazo antes de que se marcharan para siempre. No sé si esto es lo que querrían sus creadores, pero es lo que me ha llevado a soltar más de una lágrima, especialmente en el acto final del juego.
Dejando a un lado todo este aspecto onírico, aunque sea donde Neva brilla y se luce con más fuerza, toca profundizar en lo que nos vamos a encontrar a nivel jugable, donde sin duda, para bien o para mal, pesa la herencia de Gris. A simple vista, las reminiscencias son más que evidentes, puesto que se continúa con la línea artística marcada por el reconocible estilo de Conrad Roset y su equipo de ilustradores. Los escenarios son preciosos y nos dejan ensimismados a cada paso, independientemente de la paleta de colores escogida en cada momento, que cambia el tono en relación a la época del año en la que nos encontremos, ya que cada capítulo se representa y desarrolla en las distintas estaciones. La evolución, digamos, de Neva llega en respuesta a las mayores críticas recibidas con el mencionado Gris y su ausencia de elementos de combate.
En esta ocasión es una pieza vital en el desarrollo de la aventura y, si bien no se ha diseñado, ni mucho menos, para trascender, ayuda a que el ritmo de la propuesta sea más intenso y sea para muchas personas algo más cercano al reto que buscan cuando se sientan delante de un videojuego. Tampoco esperéis algo con diversas capas de profundidad, desarrollo y habilidades, sino más bien un punto cumplidor que se basa en conocer ataques y esquivas simples, sumado a conocer los patrones de los dos o tres tipos de enemigo que nos encontraremos y a sacar partido de alguna acción que se añadirá al abanico de opciones a medida que Neva vaya creciendo y pase de ser un cachorrito indefenso a una poderosa loba que se antoja como casi vital para salir airosos de situaciones en los que la inferioridad numérica es evidente.
El mayor peso en el combate, que se esfuerza en plantearnos distintas situaciones que varíen ligeramente las mecánicas con sutil elegancia para que una base tan simple no resulte aburrida, lleva a que ahora los puzles acaben resultando prácticamente anecdóticos e inexistentes. En Neva los rompecabezas están más bien enfocados en encontrar la forma de avanzar por el escenario usando las posibilidades de Alba, la chica a la que controlamos durante este viaje. Es aquí, más allá de la influencia del combate previamente mencionada, donde diría que más se aprecia el salto de madurez y experiencia adquirido por Nomada Studios en estos años. Muchos de los niveles que recorremos a lo largo del juego están plagados de ideas brillantes, algunas originales y otras con influencias de títulos como Limbo, Portal o hasta Dark Souls. Una parte concreta, en la que el escenarios se refleja en dos partes y eso lleva a que tengamos que adaptar durante unos minutos el control en modo espejo, me voló la cabeza por su planteamiento y ejecución, si os sirve como idea para refrendar la evidente evolución que hay ahora en cuanto a game design en Neva, lo que es directamente proporcional a lo disfrutable que resulta la experiencia en las cuatro o cinco horas que os llevará completarlo, un poco más si buscáis las flores escondidas por el escenario y con las que desbloquearéis el final secreto.
Con todo y con eso, hay que remarcar que las particularidades de Neva hacen que sea un producto para paladares muy específicos. Hay más acción, sí, pero sigue siendo una propuesta bastante contemplativa, que se regodea porque se sabe como algo precioso, rozando en ocasiones una prepotencia honesta, al anteponer secuencias de varios segundos en los que la perspectiva se recrea en su impacto visual, priorizando planos amplios y grandilocuentes para que admiremos su belleza, entorpeciendo por momentos la navegación por el escenario. Su estilo abstracto también puede dejar preguntas de difusa respuesta; Neva, y la obra de Nomada Studio en general, juega a eso, como decimos, con su belleza abstracta y cruda por momentos, a que las interpretaciones personales sean la base de la conversación. Si me preguntáis a mí, todo esto hace que sea un juego que voy a llevar guardado en el corazón y del que me acordaré durante años. Y al que recurriré, porque me ha invitado a reflexionar sobre aspectos de mi vida que tal vez no estoy haciendo del todo bien. En realidad, diría que esa es su mayor virtud.