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Análisis de Ori and the Blind Forest

Belleza cegadora.

Eurogamer.es - Recomendado sello
Desafiante y profundamente artístico, Ori and the Blind Forest es una experiencia inolvidable que crea un lazo emocional con el jugador.

Para seros sincero, no esperaba que Ori and the Blind Forest fuera un puñetazo emocional tan poderoso, ni que diera con tanta soltura un pequeño giro al género de la exploración y las plataformas en dos dimensiones, eso que conocemos hoy en día como metroidvania. Quizá tenga que ver el hecho de que me haya mantenido alejado de cualquier noticia nueva, deliberadamente, para poder dejarme más a la sorpresa cuando llegara el momento de jugar, pero solo los primeros diez minutos me parecieron una de las experiencias más conmovedoras que he podido jugar en lo que llevamos de año. Desarrollado por Moon Studios, un colectivo en el que han trabajado desarrolladores de todo el mundo, Ori and the Blind Forest no ha contado con esperpénticas cifras a lo largo de su desarrollo ni ha disfrutado de una extensa campaña de marketing, pero lleva meses impregnado en la memoria de muchos jugadores por su belleza sin alardes, su estilo artístico distintivo y personal. Y no es para menos: es un lienzo en vida. Una belleza inusual.

Al principio es el apartado visual, los trazos de pincel y el maravilloso uso de la luz lo que llama la atención y te obliga a mantener los ojos pegados a la pantalla. Luego aparece la emotiva banda sonora, acompañando cada suave movimiento de la brisa y añadiendo profundidad y eco a la boscosa ambientación; si existe algo así, seguro que suena de esa forma, pensé al verlo. Después, la trama, un relato entre el bien y el mal mil veces manido que funciona realmente bien porque sabe aprovecharse de esos elementos anteriores sin forzar lo que tiene que contar. Es emocionante.

Las animaciones son suaves y fluidas y compiten con las mejores producciones de animación. Es belleza en movimiento.

La historia es sencilla, sin alardes, pero efectiva. Ori, una criatura con aspecto de conejo nacida de una hoja del Gran Árbol del Espíritu, vive con Naru, otro peculiar personaje parecido a un perezoso, hasta que una noche el árbol se corrompe y se pone en peligro la estabilidad de todo el bosque. La relación entre ambos bien podría haber sido objeto de una sencilla secuencia cinemática para meter al jugador en situación, pero en lugar de eso Moon Studios nos presenta una introducción eminentemente entrañable, un prólogo en el que controlamos a ambos personajes viviendo en armonía y recolectando frutos de los árboles hasta que llega el fatídico suceso que lo cambia todo. Como decía la historia es sencilla, pero es realmente poderosa porque consigue crear un lazo emocional con el jugador, logra que te preocupes por el pequeño Ori y su futuro. Moon Studios ha puesto tanto esfuerzo en los escenarios como en cada uno de los personajes, cuya personalidad queda clara desde el principio a pesar de resultar parcos en palabras.

Las mazmorras y pasillos de Ori and the Blind Forest rezuman una belleza poco común en el medio, y todo el juego, de principio a fin, está pintado a mano con pequeños recursos aquí y allí (un poco de motion blur, algo de profundidad de campo para simular movimiento y dinamismo, etcétera) que usa de forma inteligente para sortear los manidos clichés del diseño en este género. En otros juegos es común encontrarse con algún que otro muro infranqueable que limita nuestro avance, que nos dice claramente que a partir de aquí no hay nada, que el juego no se extiende más allá; Ori juega un poco con esto y gracias a su impecable diseño de niveles, uno de los más inteligentes que he visto, hay sorpresa en cada esquina: acércate a ese rincón oscuro y es muy posible que encuentres un pasadizo secreto, una habitación con recompensa; salta por ese agujero y descubrirás algo nuevo a lo que todavía no puedes acceder, un caramelo de lo que está por venir para que nunca sientas que no hay nada por hacer. Nunca parece que termine, y es así constantemente. Cuando jugamos avanzamos de forma natural y podemos perdernos en cualquier dirección porque al juego no le importa si estás arriba, abajo, a izquierda o derecha: vayas donde vayas solo quiere sorprenderte, hacerte sentir esa genuina sensación de estar descubriendo un mundo nuevo, uno hermoso y bello pero también muy peligroso. Recompensa la curiosidad del jugador en lugar de penalizarla.

Pero también es un juego frustrante.

A lo largo de la aventura podemos desbloquear un total de veintiocho habilidades, como movimientos o ataques nuevos, recogiendo orbes.

Porque Ori and the Blind Forest no es un juego fácil, es accesible, desde luego, pero no es fácil. Su desarrollo se basa en el ensayo y error, por lo que se muere mucho a lo largo de las siete horas, aproximadamente, que puede durar, y los desafíos exigen que dominemos al milímetro las habilidades del protagonista y pongamos en práctica todos nuestros reflejos. Esto es particularmente importante porque el juego requiere toda nuestra atención, algo nada complicado de cumplir, por otro lado. En ese sentido es un soplo de aire fresco que me ha recordado en más de una ocasión a Braid o Limbo, no tanto por las formas sino por el fondo; esos juegos inteligentes, conscientes de sí mismos que han sido creados por gente que sabe lo que hace, que se conoce hasta la más mínima triquiñuela del medio. Ori trata al jugador con inteligencia, sabe qué es lo que espera y siempre va un pasito por delante de las expectativas. En ese sentido, insisto, es una pequeña maravilla dentro del diseño de videojuegos que en lugar de depender de quick time events se centra en el timing y en nuestros reflejos para mantener la emoción.

No hay vida que se regenere sola, no hay puntos de control cada cinco minutos o demasiado alejados unos de otros. Para facilitar un poco las cosas podemos elegir cuándo y dónde guardar la partida si tenemos orbes azules, una decisión interesante que nos obliga a estar más atentos de nuestro progreso. Dichos orbes, descritos en el juego como "vínculos de alma", pueden recuperarse sin muchas complicaciones, y en más de una ocasión la tensión a la que nos someterán los nervios tras las frenéticas secuencias de plataformeo nos obligará a crear puntos de guardado cada treinta segundos, una costumbre que hay que mantener durante todo el juego; Ori guarda automáticamente solo en puntos cruciales, por lo que recupera un poco el sistema de guardado de los juegos de antaño. Más vale que os acostumbréis.

En Ori and the Blind Forest hay mucho por explorar, y todo está diseñado de forma inteligente.

Para dejar clara la delicadeza del protagonista, algo no solo caracterizado por su blanco impoluto, Ori no es capaz de atacar directamente a los enemigos, al menos no hasta que desbloqueamos ciertas habilidades. En lugar de ello las embestidas dependen de Sein, una especie de hada luminosa que siempre acompaña a Ori, algo así como una Navi con más mala leche. Su ataque alcanza cierta distancia, por lo que no hace falta que nos acerquemos mucho a los enemigos; es un sistema de combate como cualquier otro, pero puede resultar confuso en ocasiones porque nuestra vista siempre está centrada en el personaje, no en esos orbes azules que flotan a nuestro alrededor. Eso puede desencadenar muertes inesperadas, algunas incluso injustas, algo de lo que los desarrolladores parecían ser conscientes cuando añadieron el sistema de guardado, que ha sido la excusa perfecta para añadir secuencias de acción locas, una detrás de otra, que puede terminar siendo intimidantes para algunos jugadores. Aun así Ori no pone especial énfasis en las luchas contra enemigos, por muchos y bien repartidos que haya, sino en la resolución de puzles y en el avance por los laberínticos y traicioneros escenarios que están repletos de trampas y secretos. Quizá por eso el combate es más limitado, pero tampoco es algo que se eche en falta.

Hay ciertos aspectos que podrían haberse pulido más, como ciertos puntos en los que el framerate no es tan estable como debería, algo a lo que me he enfrentado en más ocasiones de las que me habría gustado a lo largo de mi partida. Tampoco tiene mucho sentido el hecho de que no podamos volver a entrar a las tres mazmorras principales una vez terminadas, por lo que hay que ser especialmente avispado con los coleccionables si queremos alcanzar el cien por cien. En ocasiones las mecánicas de Ori and the Blind Forest no parecen estar tan diferenciadas como debería (hay ataques que podrían cumplir una misma función, por ejemplo) y resulta patente que la ambición de los desarrolladores iba un poquito más allá de lo que podían conseguir, tocando demasiados campos al mismo tiempo. Pero eso, afortunadamente, nunca desmerece el conjunto.

Al final, Ori and the Blind Forest es un ejemplo perfecto de que el todo es mejor que las partes. Derrocha pasión y cuidado en cada uno de sus rincones, una suma de todo lo que ha hecho grandes a los juegos de plataformas y exploración con, además, ideas propias que dejan el género en plena forma. Es un juego que merece la pena jugar.

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