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Overlord II

El mal siempre es más divertido.

Al fin nos llega la secuela de uno de los juegos más divertidos y originales de los últimos años. Overlord II, al igual que su predecesor, nos pone en bandeja todo aquello con lo que soñamos cuando le pedimos libertad a un juego: destrucción, masacres, caos, y ser el tío más malote del patio. Porque seamos sinceros: la excusa de la libertad en juegos como GTA no es más que un eufemismo para decir 'podrás destruir todo lo que quieras, matar a quien quieras, donde y como quieras'. Afortunadamente, en este juego no hay nada sangriento, y todo está sazonado con una pizca de humor y condimentado con ironía de la buena.

La historia no continúa explícitamente la del primer título de la saga. Ideada por Rhianna Pratchett, la hija de Terry Pratchett –el magnífico escritor británico que tantos buenos momentos nos ha hecho pasar con la serie MundoDisco–, nos pone en la piel de un niño repudiado por el resto, que acusado por las circunstancias, se ve obligado a cometer actos irremediables de maldad. Esto atrae la atención de los esbirros, los protagonistas indiscutibles del juego, que le ven al crío suficiente potencial como para convertirse en el nuevo Overlord, señor de la maldad, de todo lo oscuro y siniestro, y demás parafernalia humorística intrínseca a la villanía.

En ese aspecto, nos encontramos ante un título capaz de sacarle una sonrisa hasta al tipo más serio. Overlord II bebe de los estereotipos de la literatura fantástica, no sólo de la medieval, sino también de la clásica. Se nos presentan situaciones hilarantes, como la aparición incesante de una compañía de elfos bienhechores, incesantes en su búsqueda de todo lo que es bueno, amantes de los animales adorables hasta extremos absurdos, que como no, fracasan una y otra vez en sus intentos de preservar todo lo que es justo. Es precisamente gracias a estas parodias, vistas desde el otro lado de la barrera, lo que convierte al juego en una experiencia única, que destila humor por todas partes.

Sin embargo, no sólo de ello vive el juego. Los esbirros, nuestros fieles subordinados y compañeros, hacen gala de un humor macabro sin reparos. Desde las puyas al estilo 'Señor, no podemos dejar que esos gnomos del bosque sigan viviendo felices', hasta los ensañamientos con los cadáveres de los enemigos aniquilados. Los esbirros son, sin lugar a dudas, la salsa del juego: son los encargados de llevar a cabo nuestras más pérfidas órdenes.

A lo largo del juego, nos encontraremos con cuatro tipos de esbirros, cada uno con alguna habilidad especial. Los iniciales son los todoterreno, capaces de causar estragos entre los enemigos, resistentes al daño, y capaces de montar lobos para aumentar exageradamente su potencia y velocidad. Conforme avancemos, iremos encontrando otros tipos de esbirros que nos facilitarán las cosas y harán algunas que no puedan el resto. Por ejemplo, los parduzcos, que son los iniciales, son muy vulnerables al fuego, e incapaces de acercarse a zonas en llamas. Así, una vez obtengamos a los bermejos, esbirros nacidos del fuego, podremos derribar barreras de fuego sin mayor problema.

La forma de manejar a los esbirros se asemeja mucho al genial Pikmin de Nintendo. Podemos seleccionar a todos los esbirros y lanzarlos al ataque, ideal para cargas masivas contra grandes líneas de defensa enemigas, o bien seleccionar sólo un grupo, basándose en criterios como el tipo de esbirro, si van con montura o no, etc. Estas posibilidades dotan al juego de un toque más estratégico que le viene perfecto para no resultar algo repetitivo. En referencia a esto, Overlord II recuerda mucho a Diablo II, más en concreto, llevando a un nigromante. Aunque en el clásico de Blizzard es la IA la que se encarga de dar todas las órdenes a los esbirros, que además sólo sirven para combatir, en el juego que nos ocupa eres tú, el señor de la maldad, el que decide cómo y dónde atacar.