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Paratopic cultiva el terror más extraño en tan solo una hora de duración

Driving simulator.

Hay una caja de cintas de vídeo que tienes que transportar a alguna parte. Tu cliente es alguien muy malo, o al menos muy terrorífico. De eso va Paratopic. O de eso creo que va Paratopic.

A un espectador ajeno le parecería casi imposible que un título cuya duración apenas llega a los sesenta minutos albergase tantísimas preguntas y respuestas. Pero, de una manera inexplicable, el juego del estudio Arbitrary Metric - compuesto por solo cuatro personas - es capaz de manejar todo eso con maestría.

La cantidad de riesgos artísticos que Paratopic se toma se hacen evidentes en el mismo momento en el que arrancamos el juego y nos recibe con una pantalla que nos explica que en ningún momento de la aventura podremos guardar. El título está pensado, nos explica, para jugarse de una sola sentada.

Afortunadamente, no es un juego muy largo; no solo por no poder parar en ningún momento de la partida, sino porque lo que nos encontramos al iniciar es, a su manera, terrorífico. Los gráficos 32 bits - conscientemente recordándonos a ese terror obtuso, que casi vivía más en nuestra imaginación que en la pantalla - a veces son bonitos, y otra vez son extrañamente perturbadores: las caras de los personajes, por ejemplo, están implantadas mediante una fotografía directamente en lo que sería el cráneo. Pero no tienen facciones: ni nariz, ni cuencas de los ojos, ni orejas. Esto hace que mirarles a los ojos sea inquietante, siempre teniendo la tentación de mover un poco la cámara para no encararles directamente.

A veces podemos hablar con ellos. A veces no. Cuando lo hacemos, escogemos entre varias respuestas; muchas veces son las opciones de diálogo que escogemos las que nos explican más sobre nuestro contexto y sobre el universo que lo que nos cuentan los propios NPC. No sabemos muy bien quién somos, ni sabemos cómo actuar: solo que hay un destino, y un terror indecible siempre acechándonos la espalda, como un depredador a la espera.

Alternamos entre distintas viñetas, distintos escenarios, distintas situaciones que se superponen sin previo aviso. Conforme las exploramos, navegando sus secretos, encajamos algunas de las piezas de la historia. Cuando aparezcan los créditos, habrá muchas otras que no entendamos. Observamos los nombres aparecer sobre la pantalla, perturbados, inquietos. Quizás, si jugásemos otra vuelta, si tomásemos otras decisiones, podríamos llenar esos huecos. La pregunta es: ¿nos atreveremos a hacerlo?

Yo lo hice, y no me arrepiento.

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