Pequeños detalles: Final Fantasy 15
Memento.
"Pequeños detalles" es una serie de artículos dedicados a analizar los elementos individuales, filosofías de diseño y demás aspectos que marcan a videojuegos concretos.
Este texto contiene spoilers del final de Final Fantasy 15.
Al mudarme a mi nueva casa, me he traído un dragón de juguete. No es de un juego que ame con pasión, ni siquiera recuerdo su nombre, ni tampoco lo tengo porque me atraiga su diseño, su fabricación, los colores. No ocupa un lugar en mi estantería porque dé ambiente a la habitación, como aquella alfombra de El Gran Lebowski, ni porque me gusten los dragones. Está ahí porque, en secundaria, dormí en casa de mis abuelos y, cuando volví a casa, olvidé traerlo de vuelta. Pasaron los años y las estaciones y mi abuelo murió. Ese dragón cobró un nuevo significado, como si ahora fuese un remanente de algo que había estado ahí, imbuido en su aura. Lo puse al lado de mi ordenador, para que me vigilase mientras trabajaba. Ahora guarda la habitación en mi estantería junto a una Fluttershy de los chinos y un dispensador Pez de Donkey Kong.
Lo que importa es que significa algo para mí.
Pero no estamos hablando aquí de un dragón sino del tridente de escamas en Breath of the Wild. Hace unas semanas Tonichan Piedrabuena, de 3DJuegos, se vino a Madrid y, por supuesto, como dicta el protocolo, salimos a beber. Beber él, me refiero. No recuerdo bien si fue entonces o a la mañana siguiente, pero en algún momento la susodicha arma salió a coladero y ambos coincidimos en la poca gracia que nos hacía que pudiera romperse. Así es como funciona Breath of the Wild y esto no cambia lo que dijera al analizarlo. Esto tampoco cambia mi opinión sobre el tratamiento de las armas en Halo, porque ahora mismo no estamos hablando de una herramienta. El tridente de escamas es un recuerdo de Mipha, una zora enamorada de Link. A excepción de la propia Zelda, Mipha y Sidón son los dos personajes con los que entablas una relación más cercana en Breath of de Wild, y la de ella toma una profundidad inesperada. No la conocemos y es información que nos sueltan en menos de cinco minutos, pero hemos perdido la memoria igual que Link. Estamos en la misma página; ese hombre de su recuerdo estaba ahí. Eso existió. De alguna manera, siento que debería hacer honor a su pasado.
Tonichan me explicó lo mucho que se había resistido a utilizar el tridente de escamas. Es algo que comparto: sabía que ese arma se rompería y no quería desprenderme de ella así por las buenas. Hacerlo sería traicionar esa vieja relación.
Todo muy bonito, sí.
Se rompió.
No recuerdo por qué ni por quién, pero en algún punto de mi camino el tridente se hizo trizas y lo reemplacé por algún arma que hiciera más daño. Seguramente fuese mi resignación la que me llevara a sacar ese tridente o quizá es que de verdad no tuviese otro arma mejor a mano. Pero desapareció, como cualquier otro arma, nada más que un número y unos stats. Tanta fuerza, tanta resistencia, tipo lanza. Funciona de tal manera. Si tardé en utilizar el arco de los ruto o la espada de Urbosa no fue por algún lazo emocional sino por pura conveniencia: eran armas demasiado fuertes como para desperdiciarlas y sabía que el camino iba a ser duro. La lanza, al final, no tenía las estadísticas que buscaba. No era más que eso: una herramienta.
Ocurre algo parecido con Arsene en Persona 5 e Izanagi en Persona 4 y así sucesivamente. Tortugas hasta el fondo. Las persona no están hechas para acompañarte a lo largo de todo tu viaje. Sus movimientos son su fecha de caducidad: no aprenderán nada nuevo más allá de 10 o 20 niveles después de nacer y, si su límite es Garu y no Garudyne, ahí tienes una señal clara de que toca ir deshaciéndose de la morralla. Tus persona no son más que objetos, pero no creo que haya nadie que no lo pasara mal la primera vez que tenía que escoger a su pokémon de inicio. Charmander, Bulbasaur, Squirtle, todos ellos tenían el potencial de convertirse en tus compañeros. No tienen malos stats, aprenden buenos movimientos y evolucionan dos veces, marcando tu progreso de forma silenciosa. Cambian contigo. Aprendéis juntos. Puedes deshacerte de ellos sin problema, que para eso existen los otros tantos cientos de pokemones, pero nadie tiene por qué existir en un estado transitorio. El Pidgey que capturo me llevará hasta la Liga convertido en un Pidgeot.
Si los objetos son sólo eso en la vida real, son menos aún en la virtual. A menos que seas alguien de la escuela de Dante, si te enfundas en las botas de un soldado moderno tu arma será la que puedas conseguir para esta misión y hasta que te quedes sin balas. Incluso en el modo multijugador, si creas tu propio perfil, sigue siendo tu arma preferente, pero no algo inherentemente valioso. Tienes que tunearla para hacerla verdaderamente tuya ¿pero es eso cariño? En GTA: San Andreas tuneaba un coche cuando encontraba uno que me gustara, pero inevitablemente acababa estampado contra algún muro y luego robaba uno nuevo.
Estuve pensando en GTA hace unos días. Había salido de un bar lejos de todas partes y no encontraba un taxi para volver a casa, pero había coches en circulación a patadas. "Podría acercarme a uno y pulsar triángulo". Sería uno bonito, que no soy un hortera, pero lo estamparía contra farolas y peatones y, al llegar, no me molestaría ni en aparcarlo. Parafraseando a Walder Frey: "encontraré otro". Otro coche, otra pistola, otra persona. Otro tridente. Uno mejor. Mipha no está ahí.
Pero Prompto, Ignis y Gladiolus sí.
El último enfrentamiento de Final Fantasy XV se ve precedido por un momento de emoción súbita: Noctis, ahora otro hombre, da media vuelta y le pide a Prompto que le deje mirar sus fotografías. "Sólo necesito una para llevar conmigo". Es una escena inesperada y cargada de nostalgia. Tantos días escogiendo las mejores capturas de tu amigo, pensando en ellas como un añadido raro, algo que quizá sirva como fondo de pantalla, pero hete ahí que estás pensando en ellas como todos los momentos vividos. Las peleas, las tardes en coche, ese selfie porque acabas de llegar a una nueva ciudad y cómo olvidar aquella vez que te hiciste una foto frente a un bicho gigantesco, arriesgando tu vida sólo para que Prompto pudiera hacer una fotografía decente. Menuda pose que llevabas entonces.
No sé cuántos minutos estuve rebuscando ese archivo, pero sí recuerdo la fotografía que llevo conmigo: un autorretrato de los cuatro amigos en Lestallum, al anochecer. Todos sonríen. No es una fotografía que tenga valor especial porque ocurriese algo significativo aquél día en Lestallum; ni siquiera recuerdo en qué momento se tomó. Pero verla despierta memorias de lo que, en retrospectiva, ha supuesto ese viaje. Falsas quizá ¿Exageradas? Puede, pero así funciona nuestra cabeza. En ese instante me doy cuenta de que he apreciado esos momentos con amigos que no existen y un coche que se conduce automáticamente. Todo está capturado en aquella imagen. Para mí, tiene valor. Desearía que hubiera más objetos con valor genuino en los videojuegos, nuestros Rosebuds que no queramos dejar atrás. Ojalá el tridente de escamas fuese tan valioso como aquella fotografía. Pero mientras que Final Fantasy XV la hace sentir importante, Breath of the Wild banaliza su aportación.
"Crash."
"Ups."