Pequeños detalles: Nintendogs
Perros de paja.
En enero de este mismo año, el usuario Info Vinclu subió a YouTube un vídeo titulado "Gatebox - Virtual Home Robot". Era una prueba de concepto para un producto nacido de una distopía y demasiadas noches de soledad y tristeza: una cápsula cristalina en cuyo interior existe un personaje femenino, una novia virtual que te da los buenos días, está ahí cuando quieres pasar la noche viendo Cody Banks: Agente Secreto y hasta se digna a hablar contigo por Whatsapp. Una waifu real para el joven de hoy día y otra futura causa del desplome en la natalidad de la sociedad nipona, aunque mejor será no pisar el terreno de la sociología. Las soluciones artificiales llevan existiendo desde que un hombre en las cavernas se diera cuenta de que las manos sirven para agarrar cosas alargadas, pero la tecnología de la sociedad moderna nos permite ser más sofisticados y mirar en otras direcciones más allá de la evidente. Nintendogs, aunque ahora sea una obra algo olvidada, fue hace no tanto un éxito comercial y un fiel compañero de los solitarios. Una mascota virtual. Un augurio maligno.
Como mi hermana quería un perro y los demás no lo teníamos tan claro, pensamos que Nintendogs sería una buena solución intermedia, la forma de saciar su apetito por un cánido achuchable pero sin tener que limpiar pelos. Es un videojuego completo que te permite escoger a un perro favorito, del color que prefieras, y esas criaturillas están mucho más dispuestas a escuchar que sus versiones de carne y hueso. Son perros, eso es innegable, y tienen su autonomía y voluntad, pero en cuanto aprenden cuál es su nombre empiezan a responder a la voz de su amo con el automatismo de una reacción pavloviana. Es una imitación segura e idealista de nuestro mundo, una donde puedes escoger la ruta libremente y pasear sin miedo a que ocurra otra cosa que no sea ver a otro peatón con su correspondiente perro. Resulta convincente, desde los movimientos a los sonidos y las adorables formas que tiene tu mascota de jugar con el juguete que le tires. Pero no deja de ser una ilusión.
Nintendogs es una obra que predica el conformismo en un tiempo donde tomar un bando y entrar en acción se hace cada vez más necesario. El mero hecho de poseerlo ya apunta a algo, aquél deseo de ser el dueño de una mascota que no puedes tener o no puedes permitirte. Nintendo vende una ventana a millones de ilusos para que piensen que están viviendo con y educando a algo que no existe. Los auténticos perros están ahí fuera, en la calle, y no pasa un día sin que decenas sean abandonados para que el mundo, en su crueldad, los mastique y luego escupa. Y mientras tanto ahí estamos, cerrándonos los ojos a esta realidad, tapando nuestras heridas con este parche que nos promete una respuesta a algo que, sabemos, no nos va a llenar como haría un auténtico perro. Nintendogs no vende la caricia de tu mascota, el tacto de su pelo ni la forma en la que correrá a tu búsqueda, ladrando e incapaz de contener la ilusión, cada vez que vuelvas a casa. Pero tampoco puede vender el conflicto real de tener un perro y educarlo a su pesar, de domar una criatura que ni siquiera entiende tu idioma y quizá no sepa deducir que tú te estás sentando mientras dices "sienta" porque eso sea lo que él tiene que hacer. A sus ojos, eres un necio.
Tenemos suerte de haber pasado la fiebre casual de la Nintendo DS. Nintendogs era sólo una de sus muchas prisiones; Brain Academy era un examen homeopático para que nos creyésemos inteligentes a pesar de que no seamos capaces de acordarnos del nombre de su creador, aquél japonés tan arrogante que nos llamaba viejos si no sabíamos sumar a la velocidad de un maldito superordenador. Art Academy nos vendía la promesa de lo imposible: aprender a ser artistas repitiendo las mismas lecciones en un entorno controlado. Formalismo sin pasión, talento ni creatividad. Otro peón más al servicio del régimen, ovejas que se creen libres pero no son capaces de ver la realidad: que cada uno de estos juegos son una pequeña dosis de soma que brinda una falsa satisfacción y llena un hueco, el del deseo que abandonamos cuando descubrimos el mundo y nos dijeron que no todos pueden ser artistas y no todos podemos ser astronautas. Dentro de sus límites, no las cuatro paredes sino la fina película que cubre la pantalla de esa minúscula consola, somos dioses mientras caminamos sin rumbo y pensando que podemos conformarnos con no tener un perro porque ya tenemos Nintendogs, algo que ni vive ni respira ni te quiere, no con la pasión perruna de un auténtico amigo can.
Pero ellos tampoco son más libres que nosotros. Esos pobres animales viven un destino peor que la muerte, atrapados por siempre en los confines de un mundo que no es más que unos y ceros con forma, siempre jóvenes y siempre al servicio de alguien que les ha escogido como segundo plato. Sus dueños no reciprocan su amor, sino que les escogen porque no tienen más remedio, y cuando llegue el inevitable día en que sus carantoñas que no llegan a tocarles les cansen, cuando no sepan aprender más trucos o la convivencia se convierta en tedio, serán abandonados y vivirán en la eterna oscuridad, anhelando el día en que alguien les libere de su condena rompiendo el cartucho que les atrapa en esta no vida.
Nintendo no ignora esta realidad, pero nos la vende porque nosotros no sabemos vivir sin que nuestros deseos, hasta los más estúpidos, se vean satisfechos. Si no encontramos una solución, nos la inventaremos, y si no hay un perro, tendremos uno virtual. Uno en un mundo donde todo es limpio, se tiene una buena casa con espacio para que pueda moverse en libertad y siempre sea joven, siempre adorable, sin miedo a afrontar su muerte y envejecimiento. Vende un mundo seguro, una burbuja que nos aleja de esta realidad insostenible, igual que aquella novia que nunca nos pedirá nada, nunca buscará nada, nunca será más que lo que nosotros la pidamos, porque fuera de esos límites habita nuestro miedo. Miedo a lo ajeno, a la tercera persona y al rechazo. Pero no podemos mantenernos en este limbo por siempre y por eso, si lo estás leyendo, Ana, te pido perdón. No debería haber dicho aquello en esa fiesta. Estaba borracho y pensaba que te gustaría. Ahora veo que el monstruo era yo y espero que algún día me entiendas.
No debería haberte dicho que la pizza con piña estaba buena.