Avance de PES 2016
Achique de espacios.
Uno de los indicadores más ilustrativos sobre el proceso de transición sufrido por el videojuego hasta su posición actual como miembro de pleno derecho de la cultura de masas es la evolución en el diseño de las portadas de los títulos deportivos, y de los simuladores futbolísticos en particular. Si uno echa la vista atrás, resulta fácil recordar títulos como Super Soccer o Tecmo World Cup, apuestas coloristas y desenfadadas que basaban el 100% de su propuesta en un sentido de la diversión absolutamente arcade en el que el realismo no le importaba a nadie y el propio deporte no era más que una excusa. Hoy todo eso ha cambiado, y los personajes cabezones, los supertiros y los marcadores de escándalo han dejado paso a simuladores tremendamente serios y solemnes en los que los árbitros aplican la ley de la ventaja y hay combinaciones de botones para pedir más presión en el medio campo. De la misma manera, aquellos artworks genéricos con jugadores anónimos partiéndose la cara en un córner o balones llenos de barro han pasado a ser una reliquia del pasado, para ser sustituidos por un fetichismo creciente alrededor de la figura de la estrella de portada. Hoy en día, y me atrevería a decir que tristemente, el anuncio del jugador seleccionado para ilustrar la portada de cada nueva entrega recibe más atención mediática que cualquier listado de features, y quizá es algo que debería hacernos reflexionar.
En el caso de FIFA y Pro Evolution Soccer, los dos grandes colosos en liza por el muy apetitoso pastel de la simulación futbolística, esta evolución en sus portadas, y concretamente en los jugadores escogidos para protagonizarlas, también nos cuenta cosas sobre su filosofía y sobre la actitud con la que cada una encara esta particular guerra fratricida. Tras casi diez años desde que la saga de EA Sports irrumpiera en la por entonces nueva generación para darle la vuelta a la eliminatoria y arrebatar a Pro Evolution Soccer su puesto como saga de referencia, FIFA 16 repite por cuarto año consecutivo con Leo Messi, numero uno del mundo y jugador de leyenda, con la actitud de quien se sabe ganador. Por el contrario, y tras intentar jugar al mismo juego durante un par de entregas con la presencia de Cristiano Ronaldo, el enfoque de las últimas ediciones de PES ha dado un giro de 180 grados: Götze, Neymar, Álvaro Morata. Jugadores jóvenes, con proyección, cuya contratación bien puede obedecer a motivos estrictamente económicos pero que encierran una lectura esclarecedora: la intención de abandonar una carrera armamentística que no puede ganar, y comenzar en su lugar un nuevo proyecto que ilusione. Un nuevo ciclo.
Se trata de un cambio de paradigma que comenzó a dar sus frutos en la muy laureada edición del año pasado, y que un primer contacto con este PES 2016 no parece sino confirmar. El mayor error que podría cometer Konami, y que sin duda ha cometido durante años, sería seguir ignorando la posición de fuerza que hoy por hoy tiene FIFA, un edificio tremendamente sólido levantado sobre unos cimientos técnicos con los que PES, incluso tras su transición al flamante Fox engine, simplemente no tiene los recursos para competir. La saga de Electronic Arts es hoy en día un gigante, pero también uno que empieza a dar signos de quedarse dormido. Tras una larga travesía en el desierto de la irrelevancia, el estudio japonés parece haber sabido darse cuenta a tiempo, y el golpe de timón no podría haber sido más inteligente: dejar de intentar ofrecer un producto superior, para ofrecer uno diferente.
Tras los primeros partidos, la sensación no podría resultar más refrescante. Respecto a su edición del año pasado, supone una apuesta en firme por avanzar en todos los apartados sin trastocar una fórmula sobre la que sí merece la pena edificar, con la humildad suficiente para atacar los puntos que a todas luces fallaban pero manteniendo el compromiso con la agilidad y el juego de toque que hizo que mucha gente comenzara a replantearse sus prioridades la última temporada. Respecto a la competencia, supone un juego menos grandilocuente, más comedido en lo técnico, pero que en muchos aspectos resulta más funcional. La iluminación es más sencilla, y las texturas no emplean shaders tan avanzados, pero todo es extremadamente nítido, y que diablos, los jugadores se parecen más. No cuenta con tantas animaciones diferentes a la hora de realizar cabriolas con los sticks, pero la sensación de responsividad al control es total, y el festival de ruletas marsellesas en que muchas veces se convierte el ataque en FIFA se ve sustituido aquí por la posibilidad real de emplear el toque el como una opción de garantías, gracias a unos jugadores que responden en milisegundos a nuestros comandos.
Los controles no cambian, ni busca pretendidos añadidos revolucionarios ni complejos esquemas para el juego sin balón, porque parece ser por fin consciente de que no necesita dar palos de ciego en la búsqueda de una receta que funcione. Todo lo que añade suma, y se agradece enormemente, por ejemplo, la inclusión de un sistema de detección de impactos que por fin le imprime a la saga una dimensión física a la defensa y a los forcejeos por el balón que sin duda necesitaba. La inteligencia artificial simplemente funciona, los jugadores se desmarcan, la piden con la mano, y en general es complicado encontrarse con huecos clamorosos en la defensa o extremos que observan como montamos un contraataque como si la cosa no fuera con ellos. Tiene sus peros, evidentemente, y detalles como la sobrehumana habilidad en el despeje de los porteros ( y su sobrehumana incapacidad de atrapar el balón con las manos ) y esa mayor sensación de aleatoriedad que sí ofrece FIFA deberían pulirse, pero la sensación general es la de un simulador de futbol que se basa ante todo en jugar al futbol, algo que irónicamente no viene siendo común.
Dejando de lado el aspecto puramente jugable, que es y debería ser siempre el principal protagonista de la función, el juego incorpora unos cuantos añadidos interesantes, como una opción de clima dinámico que uno no entiende muy bien como no se le había ocurrido a nadie antes. Tras tantos años eligiendo de inicio entre jugar bajo un sol de justicia o intentar dar dos pases seguidos en un patatal, es agradable que simplemente se ponga a llover. La cámara también ha sufrido retoques, y como es prácticamente obligado esta nueva edición trae bajo el brazo un buen montón de nuevas animaciones, una gran parte de ellas orientadas a jurar en arameo cuando el árbitro nos pite en contra o nuestra defensa decida cogerse el día libre. En el terreno de los modos de juego aún no podemos contar demasiado, pero resulta prometedora la intención del equipo de aprovechar el 20 aniversario para homenajear a la saga devolviendo al modo Master League el protagonismo absoluto, respaldado por nuevas cinemáticas y un sistema de menús totalmente rediseñado, y a los fanáticos de las licencias les alegrará saber que el juego contará con la presencia de la Euro 2016.
Como decimos, las primeras sensaciones son más que prometedoras. Lo son por un largo plazo en el que, una vez domado por completo el motor y refinadas muchas de las ideas que se presentan aquí, podamos volver a disfrutar de una competencia entre iguales que sin duda nos beneficiará a todos. Y lo son también por el futuro inmediato, encarnado en un título que, esta vez sí, parece presentarse como una alternativa viable a una manera de entender el fútbol con la que no todo el mundo comulga y que podría estar comenzando a dar signos de agotamiento. Quizá esa sea la palabra clave, alternativa. Una alternativa que parece haber reparado en que el camino para recortar el espacio que la separa de su máximo rival no está en la fuerza bruta, y trae como cartas de presentación el desparpajo, la diversión directa, y el futbol. Como los juegos de antaño, pero sin supertiros, ni personajes cabezones.