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Pixel Piracy

Primeras impresiones.

Para qué te voy a engañar, yo siempre he sido más de vaqueros que de piratas, aunque por fortuna Final Fantasy XIII: Lightning Returns es capaz de hacer extraños compañeros de cama. Justo me encontraba frente a él cuando sonó el teléfono:

  • ¿Sí?

  • ¿Qué tal J? Soy Jony, ¿cómo te va?

  • Pues mira, aquí, dándole al Dark Souls 2.

  • Está de puta madre, ¿verdad?

  • Bueno, demasiado fácil. Estos cabrones se están cargando la saga.

  • Escucha, necesito unas primeras impresiones de Pixel Piracy para dentro de un par de días, pero si estás viciando al DS 2 déjalo, que ya me ocupo yo.

  • ¡No, no! No te preocupes. Yo me lo curro. Para eso están los amigos, pero recuerda que me debes una, tío.

  • Ok, mándamelo en cuanto lo tengas.

Jony es el nazi que cada sábado se encargaba de destrozar los tímpanos de los oyentes desde el estudio de Radio Despí, aunque en el fondo no es mal tipo y una vez más, sin saberlo, me había salvado el culo.

Tras colgar el teléfono, lancé por la ventana el disco de Square Enix, que voló bastante bien, por cierto, hasta aterrizar violentamente sobre los geranios de la gilipollas del tercero, llevándose una parte nada desdeñable de ellos por delante -y aquí terminan mis impresiones positivas acerca de Lightning Returns-. A continuación encendí mi PC.

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Había visto en YouTube algún vídeo de Pixel Piracy. Un juego independiente desarrollado por Quadro Delta, de apariencia pixelada y resultona, scroll lateral en 2D y cuya premisa parecía consistir básicamente en surcar los siete mares saqueando botines, abordando barcos y, en definitiva, obsequiando en tiempo real con una buena ensalada de mandobles a todo aquel que se interponga en el camino. En una tarde lo peto y me saco la insignia de oro y brillantes, pensé. Bastaron, sin embargo, cinco segundos exactos para darme cuenta de mi error.

Sí señores, no existe nada más mentiroso que la industria del videojuego. Mientras que las estanterías de cualquier tienda apenas logran sostener el peso de los tripe A ultrarrealistas, multimillonarios y concebidos para ser superados en ná porque bajo su gabardina esconden el seasson pass con el que podrás tocar el cielo con la punta de los dedos, o no, este simulador de piratas mugrientos y aguardentosos, de apariencia sencilla y más ligero que una pluma (apenas cinco minutos tardó la descarga vía ADSL made in Spain), esconde tras una estética de 0,00000001 bits un poderoso cóctel en el que es realmente llamativa la cantidad de opciones que puedes configurar antes y durante la partida. Después es más jodido.

La cosa comienza como marinero de agua dulce y, aunque es evidente un descenso de la dificultad en la versión definitiva del juego, si no tienes demasiada fortuna con el mapa generado proceduralmente probablemente no tardes demasiado en morir. La vida del pirata no es fácil, por lo que conviene perseverar para ir ganando nivel y tripulación, pero lo primero es, claro, el barco. Puedes construirlo alineando sobre el océano tres pixeles de madera para, sobre ellos, desplazarte hacia los puntos indicados en el mapa, aunque esto no es Wind Waker y el desplazamiento marítimo en realidad no existe. En su lugar aparece un porcentaje de carga, pero el tiempo, con ciclo día-noche incluido, no se detiene. Esta carga disimulada de escenarios otorga al juego cierto tufillo acartonado y diluye el sentido de viaje/aventura, aunque por otro lado redunda en beneficio del ritmo. Aquí se viene a repartir y a gestionar, y en eso el juego va al grano. Por tanto, si eres de los que piensan que carece de cosquillas probablemente Pixel Piracy no tarde en quitarte esa idea de la cabeza, ya que te las buscará con ahínco a esos dos niveles.

Por un lado a través del combate, es decir, del rol y aquí entra el reclutamiento de la tripulación. Puedes contratar bucaneros del más diverso pelaje y condición en cualquier cantina cochambrosa y, una vez enrolados, habrás de equiparlos adecuadamente y elevar aquellos parámetros que consideres oportuno.

Luego está la estrategia. El éxito en Pixel Piracy depende de mantener en unos niveles aceptables la salud, el hambre y la moral del grupo, y estas tres variables dependen de múltiples factores. Desde habilidades como cocinar o pescar, pasando por el abono puntual de la paga a tus secuaces hasta llegar, incluso, a la frecuencia con que éstos visitan el baño con objeto de restituir al océano lo que en su día le fue arrebatado. Evidentemente existen en el género títulos mucho más complejos, pero no es en absoluto desdeñable la cantidad de elementos a tener en cuenta a la hora de diseñar un grupo lo suficientemente heterogéneo y equilibrado. Máxime teniendo en cuenta que el simple paso del tiempo penaliza al jugador, por lo que si olvidas pausar antes de ir a picar algo a la nevera, a tu regreso probablemente encuentres a tus temibles piratas muertos de hambre y el mensaje de game over brillando en el monitor.

La premisa del juego consiste básicamente, como la de cualquier otro título de estrategia en tiempo real, en crecer incrementando y potenciando unidades con objeto de solventar todos los puntos indicados en el mapa. El click izquierdo dirige al capitán y el derecho a sus subalternos y, aunque esto no es un Dinasty Warriors, las dimensiones de los enfrentamientos llegan a rozar en ocasiones lo multitudinario. Un auténtico y delicioso caos de pixeles dándose de ostias entre sí pero en el que resulta complicado discernir con claridad lo que sucede. La posibilidad de hacer zoom, presente en la versión early access, parece haber desaparecido en la definitiva, aunque el sistema de control basado en grupos de unidades y automatismos (una vez dada la orden de acabar con un enemigo, el personaje o grupo la repetirá hasta cumplirla o ser derrotado) palía ligeramente esta circunstancia. No me encuentro en condiciones -y tampoco es ese el objeto de este artículo- de emitir un veredicto acerca de Pixel Piracy, ya que se trata del típico juego que divierte desde el minuto uno pero que requiere al mismo tiempo de una cantidad considerable de tiempo para conocerlo en profundidad. Las cinco horas que de momento indica mi marcador de Steam aconsejan, por tanto, prudencia, pero también puedo decirte que el legendario enemigo cuyo índice de peligrosidad es de diez mil puntos y que me aguarda en la penúltima isla del mapa, me dice que Pixel Piracy y yo aún tenemos bastante tiempo por delante. ¡Al abordaje!

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