Primeras impresiones de Diablo III en PS3
El nuevo juego de Blizzard puede convertirse en el Mario Party del infierno.
El otro día estuve jugando a la versión para PlayStation 3 de Diablo III durante un buen rato; en la partida éramos tres jugadores compartiendo pantalla: muchos treses. En cuanto llegué a casa, después de la sesión que organizó Blizzard, lo primero que hice fue hacerme de nuevo con el cliente del juego, descargármelo, jugar. Tiene algo magnético Diablo; quizá su simplicidad, quizá el placer brutal y directo que da masacrar enemigos a golpe de clic. En consola, respiré tranquilo al comprobarlo, la cosa es igual; cambia el instrumento que usamos, mando en lugar de teclado, pero el resto está ahí: explorar mazmorras, matar enemigos, lanzar magias, repetir, repetir, repetir.
Diablo III se hace fuerte en la repetición. Siempre ha ido sobre eso: no hay puzzles ni apenas ninguna situación en la que sea posible que nos quedemos atascados, y por eso la principal preocupación de Blizzard es conseguir que la acción que repetimos una y otra vez durante todo el juego, millones de veces, sea suficientemente estimulante como para que tengamos ganas de repetir, repetir, repetir. Ha costado, pero las cosas están ahora, parche arriba, parche abajo, mucho mejor que al principio en la versión para PC; desde el primer día ha sido un juego divertido, pero las carencias que presentaba en el largo recorrido escamaron a más de uno que esperaba, con cierta lógica, que se volviera a dar la situación de Diablo II: un juego prácticamente infinito en el que la repetición parecía no tener roce, parecía mantenerse intacta y fresca jugase uno el tiempo que fuera. Yo mismo estuve varios años jugando a diario. Ahora mismo no me explico por qué.
Sí me lo explico, un poco: quedaba con gente para jugar. La versión para consola, con las lecciones aprendidas de los tropiezos del PC y la posibilidad de que hasta cuatro jugadores compartan pantalla para salir a la caza del demonio, puede convertirse en un merecido éxito multijugador. Una de las grandes bazas de Diablo III en consola es esa: las dinámicas que se generan cuando jugamos con más gente se viven de una forma muy distinta cuando se comparte espacio, claro, pero también cuando se comparte, ya dentro del juego, el botín, por ejemplo, o el marco concreto de la tele, que hace que la cámara tenga que modificarse de manera dinámica para que todos los participantes estén presentes. También hace necesaria mayor compenetración para que no se quede nadie demasiado lejos, y estar más despierto para que los botines no caigan demasiado lejos de ti.
La versión para consola, con las lecciones aprendidas de los tropiezos del PC y la posibilidad de que hasta cuatro jugadores compartan pantalla para salir a la caza del demonio, puede convertirse en un merecido éxito multijugador.
Son pequeños detalles que forman, unos apilados sobre otros, una experiencia multijugador local muy completa, muy rica, muy llena de pequeñas interacciones entre jugadores que enriquecen la base del juego: matar a troche y moche. También se puede jugar por internet, claro, y ahí la cosa se parece más a lo que ya conocemos por el PC. Sigue habiendo un cambio importante: el mando.
Los que tengan más fuerte el dedo izquierdo que los bíceps y los tríceps conocerán la importancia del clic en Diablo III. El control en la versión para consolas ha sido pensado desde cero para meter en el mando todo lo básico, pero también buena parte de los atajos que tan útiles resultan cuando un grupo de enemigos fuertes nos hace sudar en las dificultades más altas. Cada botón tiene una función asignada (principal, secundario, magias, pociones...) que puede ser modificado desde el menú de habilidades en la hoja del personaje; resulta terriblemente sencillo aprenderse la ubicación exacta de cada uno de nuestros movimientos en el mando, y la sensación de que el control con mando potencia y realza lo mejor que tiene Diablo III de arcade (¿es acaso otra cosa?) es aún mayor cuando comprobamos el dinamismo que añade al combate el stick derecho: con él, rodamos y damos volteretas para esquivar los ataques enemigos.
Decía antes que nada más volver a casa de la sesión de juego en la que probé esta nueva versión de Diablo III volví a jugar en PC. Lo primero que eché en falta fue la posibilidad de esquivar. Mientras escribo esto, tengo Diablo III corriendo en el fondo; sigo echando de menos las volteretas hacia atrás de mi monje.
El control en la versión para consolas ha sido pensado desde cero para meter en el mando todo lo básico, pero también buena parte de los atajos que tan útiles resultan cuando un grupo de enemigos fuertes nos hace sudar en las dificultades más altas.
Poco o nada tiene que envidiar el Diablo III de PlayStation al de PC, la verdad. Si acaso el aspecto: no es que fuera el original una bestia técnica, pero se nota que han tenido que hacer sacrificios para que el juego vaya, eso sí, fluido incluso en las situaciones en que la actividad en pantalla es masiva. Las texturas tienen poca resolución; algunos efectos son feotes; todo está menos definido, da menos sensación de solidez. No es molesto, pero está claro que será la siguiente generación la que se lleve la mejor versión consolera de Diablo III: en PlayStation 4 y Xbox One, ya con un hardware a la altura de las circunstancias, todo debería verse mucho mejor. Ahora mismo, la cosa no tiene tan buen aspecto.
Y sin embargo poco importa, cuando uno está gritándole a un colega que no acapare todo el botín, empujando con el hombro al que se adelanta más de la cuenta y no deja que los demás vayan hacia otro lado, disfrutando de un tipo de multijugador cada vez menos habitual y al que Blizzard, parece, ha encontrado el punto totalmente. Queda por ver cómo se desenvuelve en solitario, claro, y cómo funciona con colegas en sesiones más extensas que las que permitía la demo a la que pude jugar. De momento, creo que hay motivos para estar emocionado por volver a jugar a Diablo III. Yo voy a ello. Con vuestro permiso.