Análisis de Quadrilateral Cowboy
El plan empieza en tres, dos, uno...
El motor de nuestro vehículo retumba en las paredes del túnel. Seguimos las vías de un tren, pero no estamos a bordo. Ahí están nuestras compañeras. Unos cascos en nuestros oídos. Un vinilo. Mientras el tren aparece en el horizonte y el último vagón parece cada vez más próximo, empieza a sonar el Claro de Luna de Debussy. Bajamos y ya sabemos todo lo que hace falta saber. Estamos aquí para robar. Somos hackers, y por eso podemos conectarnos a las enchufes para abrir puertas y trampillas. Pero está aquella canción. Nos aleja tanto de lo trepidante, de esa necesidad de ser explosivo desde el primer minuto. No. Hace falta que mantengamos la cabeza fría. Precisión y movimiento. Tomamos la pieza en nuestras manos, aquél tesoro, y huimos sin dejar de escuchar esa maravillosa pieza. Quadrilateral Cowboy es una obra de madurez mecánica para Brendon Chung, que en 2012 sorprendió a propios y extraños con Thirty Flights of Loving. Han sido años de espera y miedos, ansias de probarlo y temor de que no esté a la altura. Y gracias a Dios, ha merecido la pena.
Todavía entre ladrones, aún inmersos en aquél extraño mundo ucrónico, una versión de los años 80 con robots, cerebros funcionando como sistemas operativos y motos voladoras, tomamos el papel de Poncho, miembro de un trío calavera dedicado a hacer trabajos sucios para todo aquél que busque unas manos hábiles y dotes para la tecnología. Aunque la historia es sencilla, que también lo era en sus anteriores obras, resulta loable la inteligencia de Chung a la hora de narrar este thriller distópico. Un espejo puesto en el lugar adecuado para que, sin necesidad de más, veamos el aspecto de nuestra protagonista, notas que se pueden coger, revisar y tirar, una tras una, para entrar de primera mano en el historial de este grupo, e incluso los propios robos, su ubicación y el objetivo, describen de forma sutil un universo inmensamente creativo y original como pocos.
A pesar de su aspecto simplista, el detallismo en Quadrilateral Cowboy sorprende y recuerda a la obsesión hiperrealista de Half Life 2: prácticamente todos los objetos en el escenario pueden manipularse, las hojas tienen texto real con información sobre su universo y la función de zoom revela nuevos detalles si no se quiere pasar de largo. El objetivo es el de construir un mundo creíble, y a pesar de sus toques más absurdos y estética salida de un proyecto estudiantil, cuesta poco entrar en él. Nadie dice una sola palabra a lo largo de la historia, pero en lugar de observarlo como una limitación, y siguiendo la filosofía de sus anteriores proyectos, Chung convierte estas carencias en su propia fuerza, empleando todos los recursos imaginables para expresarse sin decir una sola palabra. Ya no hace falta lucirse, como en Thirty Flights of Loving, casi un experimento formal, y Quadrilateral Cowboy transmite sin excesos, dando un nuevo paso en esta narrativa silente.
Pero cuando se forma parte de una banda de ladrones, hay que ejercer. Quadrilateral Cowboy se revela como lo que debería haber sido Watch_Dogs, centrando sus mecánicas en la idea del hackeo y el juego con lo digital. No hay enemigos ni guardias. El único peligro son las torretas que se despliegan si salta la alarma, pero llegados a ese punto casi es mejor volver a empezar porque Quadrilateral Cowboy va sobre la ejecución perfecta. Resulta curioso cómo la influencia del cine encuentra nuevas formas en el videojuego, más aún cuando este es el segundo título que ha tirado por el mismo derrotero este mismo año. Hace unos meses veíamos a SUPERHOT llevar esas escenas de cálculo preciso de Sherlock Holmes al shooter en primera persona, y ahora tenemos el equivalente al montaje del robo perfecto.
Todo gira alrededor de la estación de trabajo, un ordenador que nos permite conectarnos a cualquier sistema próximo para manipular puertas, rayos láser y trampillas, pero también acceder a robots guiados e incluso francotiradores disfrazados de maletas. Hay un aire analógico, de estar ahí, en el terreno, programando a toda velocidad: otros se verían tentados a abrir un menú y dejarnos hacer nuestro trabajo en paz, pero Chung entiende que eso acaba con la inmersión. Escribes igual que en tu propio ordenador, con la pantalla formando parte de su entorno, y si quieres ver lo que hace tu robot, vas a tener que poner un monitor cerca y vas a tener que mirar de reojo mientras escribes. Tosco a simple vista, pero hace que entres en el papel. Eres un genio de la programación. No es la primera vez que un juego propone la programación como mecánica central, y el año pasado vimos propuestas como Else Heart.Break() fusionar esta idea con el sandbox. Sin embargo, mientras que la obra de Erik Svedäng lo afrontaba de forma literal, dando una serie de directrices y luego esperando que el jugador supiera sacarse las castañas del fuego con el html, Chung simplifica la fórmula. Es cuestión de saber a qué conectarse y manejar un par de órdenes sencillas, y el simple hecho de recordar el nombre de un robot, escribirlo y conectarse a la primera tras varias misiones de ensayo y error es, de por sí solo, emocionante.
Pero los robos no son cuestión de derribar firewalls y navegar una compleja red. Como decía, todo esto es un colosal montaje de robos exitosos, y el auténtico problema es encontrar la solución a cada escenario ¿Cómo puedo pasar por una puerta que no permite estaciones de trabajo pero asegurarme de que la siguiente puerta se abra justo a tiempo para que robe el objetivo y salga escopeteado? La respuesta es el tercer encargo de la primera misión y ejecutarlo con precisión es un mayor chute de adrenalina del que muchos shooters puedan dar. Quadrilateral Cowboy es un juego sobre creerse que eres el mejor, que nada puede detenerte y no sólo eres un ladrón hábil, sino uno eficiente. Llega un punto en que puedes enlazar tus parpadeos a una orden y te encuentras parpadeando como una noble flirteando en la corte para desconectar los rayos láser del suelo. Es una locura. Una aventura única. Un juego de puzzles que no se centra en su dificultad sino en la emoción de resolverse. El gran éxito de Brendon Chung.