Gamescom 2010: RAGE

A nivel jugable se aprecia la evolución de id Software como estudio durante la última década. A lo que saben hacer mejor (un juego de acción pura y dura) se añaden nuevos elementos que añaden pequeñas capas de profundidad. Las armas, por ejemplo, ya no tienen un único tipo de munición y se pueden personalizar para adaptarlas a diferentes situaciones, y también hay diferentes gadgets que nos harán la vida un poco más fácil, como torretas, bots centinela o coches-bomba teledirigidos. Y aunque no es algo que exploren por primera vez (en Quake Wars ya estaban presentes), los vehículos juegan un papel fundamental en el desarrollo del juego.

Lógicamente, y más aún teniendo a un genio como John Carmack detrás, el apartado gráfico es quizás el que la gran mayoría de gente examinará con lupa al probar RAGE. Y tal y como era de esperar, no decepciona. La versión para Xbox 360 (ya no quiero imaginar cómo debe ser la experiencia en un PC de gama alta con una resolución full HD) se mueve con un sorprendentemente estable frame-rate de 60FPS, mostrando escenarios de gran tamaño con texturas ultra detalladas y con un excelente y realista sistema de iluminación.

Durante los últimos años hemos visto la explosión de motores como el CryEngine o, sobretodo, el Unreal Engine 3 de Epic, pero viendo RAGE está claro que John Carmack no ha perdido ni pizca de ese "mojo" (por llamarlo de alguna manera) que le convierte, sin duda, en el programador con más talento del sector, y que id Software sigue siendo el estudio puntero a nivel técnico.

RAGE, en parte, me ha recordado un poco a la recién estrenada The Expendables. Tras años en los que el cine de acción ha ido evolucionando en diferentes caminos, la nueva película de Sylvester Stallone retorna a ese tipo de película ochentera que muchos aficionados echábamos de menos. El paralelismo con lo nuevo de id Software es evidente: queda claro que han ido más allá del FPS genérico y pasillero, pero bajo esa piel de alta tecnología late el corazón de un juego clásico, con ese encantador sabor añejo que que sólo los mismos maestros que crearon clásicos como Doom o Quake hace década y media son capaces de imprimir en sus obras.