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Red Dead Redemption

Somewhere in time.

La del western y el videojuego ha sido tradicionalmente una relación estrecha y que ha dado lugar a multitud de títulos. Desde el survival horror (Alone in the Dark 3, 1995) hasta las plataformas (Metalgun Slinger, 2002), pasando por el rol (la serie Wild Arms), el beat´em up (God Hand, 2006), el FPS (Outlaws, 1997), el shooter (Gun Smoke, 1985) o, incluso, la aventura gráfica (la serie Fenimore Fillmore), muchos son los géneros que han tenido a bien ubicar su discurso en el lejano oeste. Por este motivo, a diferencia de lo que sucede en otros ámbitos como el del cine, en el videojuego el western adquiere preponderancia como contexto puramente lúdico antes que histórico o emocional.

Esto no significa, no obstante, que el entretenimiento electrónico haya prescindido por completo del western en sentido estricto y más allá de simple decorado. Los GTA y sus ciudades sin ley no dejan de ser westerns contemporáneos y a su manera, y, en general, el progresivo desarrollo técnico unido a la mayor capacidad narrativa del medio ha posibilitado la aparición de títulos con pretensiones de profundizar algo más en el género. Red Dead Redemption se inscribe en esta tendencia. Secuela espiritual de Red Dead Revolver (2004), del que hereda planteamientos narrativos y mecánicas como el bullet time o el sistema de duelos y cuyo éxito propició la aparición de un episodio que se inscribe en el actual fenómeno zombie (Undead Nightmare, 2010), probablemente constituya el videojuego que más y mejor ha sabido comprender hasta la fecha el latido del salvaje oeste, circunstancia que no deja de ser hasta cierto punto lógica si tenemos presente el estudio de desarrollo que hay tras el título y que pone de manifiesto la íntima conexión que existe entre la mitología del vaquero y la del gángster.

En él encarnas a John Marston, un antiguo forajido que ha sido reclutado por el gobierno para dar caza a su otrora amigo y compañero de fechorías, Bill Williamson. Con objeto de garantizar que Marston cumple su palabra y lleva a buen término la misión encomendada, los agentes federales mantienen retenida a su familia bajo amenaza de muerte. Se trata, por tanto, de una atractiva historia que combina, por un lado, el deseo de venganza y, por otro, tal como ilustra el propio título del juego, la determinación por parte de un auténtico criminal de romper definitivamente con su pasado.

La acción transcurre en 1911, un momento histórico en el que el salvaje oeste tiene ya sus días contados y ha comenzado a sucumbir frente al empuje del progreso económico, científico e industrial. Red Dead Redemption incorpora el matiz crepuscular y nostálgico habitual en el western clásico, pero, a diferencia de lo que sucede en gran parte de esta filmografía, ejemplificada por la imprescindible El Hombre Que Mató a Liberty Valance (John Ford, 1962), lo impregna de escepticismo hacia el futuro y lo despoja de valores morales, por lo que su tono se acerca más en este sentido al del spaguetti western. Aquí la violencia, el plomo y la ley del más rápido no serán reemplazados por la civilización, sino por un sistema más sofisticado y pulcro que en el fondo se rige por los mismos códigos de poder y resulta igualmente despiadado.

En esencia Red Dead Redemption puede definirse de manera bastante certera y sin ánimo peyorativo como un GTA ambientado en el oeste, que extrae de la actualidad una concepción consolidada del sandbox y la sitúa cerca de la frontera de Estados Unidos con Méjico a comienzos del siglo XX. Sus méritos no tienen tanto que ver, por tanto, con la innovación como con el desplazamiento geográfico y temporal de unos esquemas jugables a una realidad distinta, de manera que la fórmula salga indemne de dicha traslación y sobreviva en un entorno inhóspito, alejada de las posibilidades lúdicas que ofrece la gran urbe.

En este sentido el juego posee la inteligencia suficiente como para evitar que añores el asfalto y los elevados edificios de Liberty City. En las modestas poblaciones diseminadas por el desierto tienes a tu disposición multitud de minijuegos (cartas, dados, pulsos, etc.) y fuera de ellas el entorno, soberbio, se percibe siempre como algo vivo y auténtico. Puedes cazar, domar caballos, auxiliar a gente, buscar tesoros ocultos y, en general, el título se las apaña para que los prolongados itinerarios a caballo no caigan en una vía muerta y sucedan durante ellos eventos de manera casi permanente. La ausencia de tráfico y avenidas se compensa con auténticos tratados sobre geografía regional que, a base de llanuras, senderos angostos, precipicios, ríos, flora y fauna, contribuyen a enriquecer el paisaje y, en última instancia, la experiencia de juego.

El control del caballo está resuelto con acierto y resulta sumamente gratificante, aunque el acto de desenfundar el arma sigue siendo en cierta medida la asignatura pendiente de Rockstar. Las coberturas, como ya sucediera en GTA 4, no siempre van del todo finas y el control del personaje se siente un tanto tosco. En este sentido el apuntado semiautomático de Marston se antoja en ocasiones excesivamente generoso para con el jugador, pero a la postre resulta decisivo para que el juego no naufrague en las persecuciones a caballo. Las refriegas a pie se benefician de las coberturas y del extraordinario trabajo depositado en los escenarios, aunque el comportamiento de los enemigos, que rara vez flanquean o te buscan las cosquillas, les otorga un punto de inmovilismo que aporta verosimilitud pero hurta diversión.

El estudio mantiene como gran baza la ingente cantidad de misiones, tanto principales como secundarias, aunque penaliza al jugador sustrayéndole margen de libertad a la hora de llevarlas a cabo. El repertorio que esgrime Red Dead Redemption en este sentido peca de excesiva sencillez en su construcción, confirmando, así, una preocupante tendencia que no pasó desapercibida en GTA 4. En general, las misiones resultan poco variadas, tienden a sobreexplotar los intercambios de plomo en sus diversas variantes (proteger o tomar un lugar, rescatar o escoltar a alguien, etc.) y hacen que, pese a la diversidad de motivaciones y entornos, el juego se perciba en ocasiones un tanto repetitivo y estirado.

Red Dead Redemption resulta, con todo, un título enorme y absolutamente recomendable, que se sobrepone en cierta medida a los problemas que hereda de la franquicia que le sirve de referencia a base de un mastodóntico trabajo de recreación escénica y de un fantástico guión en el sentido más amplio del término. Sus indudables méritos tienen más que ver con la adaptación de una premisa jugable a un contexto histórico distinto antes que con su perfeccionamiento, pero la solvencia con que lo logra pone de manifiesto el pulso del estudio de desarrollo y la solidez de una fórmula que arrastra tras de sí a toda una legión de imitadores. Unas siglas que han dado nombre a todo un género y que parecen capacitadas para funcionar con precisión milimétrica en cualquier lugar en el tiempo.

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