Resident Evil: Revelations
Cuando la nostalgia se chotea de nosotros.
Seguro que a lo largo de vuestra adolescencia todos habéis tenido ese colega de jaranas que no le caía bien a nadie en la familia. El típico bala-perdida que fumaba y bebía y al que una madre preocupada por las compañías de su hijo siempre ponía como ejemplo de lo que no hay que hacer. Capcom también ha tenido sus malas influencias y, como un jovenzuelo en busca de referentes que lucha por encontrar su sitio en la sociedad, decidió que lo mejor para una franquicia insigne pero agotada como Resident Evil era imitar todo lo que hacía el rompebragas anual Call of Duty y tirar por el camino más corto hacia el estrellato, adoptando el modelo todo-en-uno para aplacar las iras de sus fans con más armas, más bichos, y más bichos con armas más grandes y muchos barriles rojos de por medio. Una mescolanza imposible donde había más dinero que ideas, y que todos sabemos cómo acabó.
Por suerte, mientras los grandes jugaban a dejarse los cuartos, en algún lugar oscuro y apartado de Japón se gestaba un título cuyo único compromiso era el de volver a recrear las mismas sensaciones de títulos anteriores, donde una exploración de ritmo pausado y puntuales enfrentamientos contra aberraciones biológicas fueran capaces de fundirse en un abrazo interracial con la calamitosa revolución post-Resident Evil 4. «Un equipo pequeño para un juego no poco ambicioso destinado a una consola portátil. ¡Magnífico! Quizá el banco de pruebas que tanta falta le hacía a la serie. Y luego ya si eso, hacemos otro 'Capcom-Five' y todos contentos», pensaría algún señor con corbata en su despacho de Osaka.
Pero Resident Evil: Revelations tampoco es del todo ese juego. En demasiados momentos tira de nostalgia para recordarnos a qué estamos jugando y además su salto a consolas de sobremesa podría haberse llevado mejor. No obstante, durante sus primeros compases, el experimento funciona. Y no solo lo hace como videojuego, sino que además se comporta de la manera más próxima a como esperamos que lo hiciese toda posible evolución de Resident Evil. Por un lado, su trama -precuela de Resident Evil 5- vuelve a ser innecesariamente rebuscada, intentando involucrarnos en situaciones inverosímiles a través de unos diálogos cargados de clichés con personajes como Jill Valentine -ahora acompañada por Parker Luciani- y Chris Redfield, quienes movidos por una tensión sexual no resuelta desde el primer capítulo de la saga, allá por 1996, deben parar los pies a una nueva amenaza bioterrorista mientras dos facciones con más siglas de las que puedo recordar se dan de tortas.
Aunque el grueso de la aventura transcurre a bordo del buque Queen Zenobia, a lo largo de sus doce capítulos el juego va deshojando la margarita desde el punto de vista de varios personajes mediante flashbacks y situaciones paralelas con el esquema de una serie de televisión, lo cual nos recuerda su naturaleza de juego para portátil, pero lo hace con más pausas de las necesarias y no convence en un dispositivo que se presupone superior y del que esperamos poder jugar más de diez minutos seguidos sin que el propio juego decida cuándo debemos parar. Un avance torpe y demasiado deslavazado que solo se recompone cuando volvemos a controlar a Jill.
Revelations, decía, apela a nuestra nostalgia. Y es que la mayoría de secuencias que transcurren en las entrañas del Queen Zenobia nos remontan dieciséis años atrás, con escenarios sospechosamente parecidos a la Mansión Spencer, aunque quien espere rememorar aquellos sobresaltos de su etapa escolar debe moderar las expectativas. Los puzles vuelven, en efecto, pero en pequeñas dosis y estos más bien se tratan de obstáculos ambientales que de sesudos rompecabezas. Sin embargo, la memoria nos juega muy malas pasadas: Resident Evil siempre ha tratado de ir regateando zombies hasta dar con esa llave que desbloquee el acceso a una estancia en el otro extremo del escenario. Y si esto es lo que querían sus seguidores en lugar de continuar abriendo puertas a cabezazos están de enhorabuena.
La munición, por su parte, escasea, así como las hierbas curativas, y aunque no es extremadamente complicado para un veterano de la saga, hay momentos en los que me he llegado a ver con el agua al cuello por no haber administrado los recursos como tocaba. Todo en su mecánica es mucho más simple, pues no contamos con un inventario y su límite de objetos -vuelven los cofres mágicos, aunque sólo para mejorar el armamento-, y a la hora de recuperar salud basta con pulsar un botón. Pero aún así, en conjunto, Resident Evil: Revelations se las arregla para hacer funcionar de manera correcta todos sus engranajes hasta bien pasado el ecuador de la aventura: cerca del final, el juego vuelve a las malas costumbres de lo moderno, lanzando grandes oleadas de enemigos, cada vez más duros y con peor despertar, y comenzamos a entender que no es otra capa de pintura lo que falta, sino que la base está podrida.
Al concluir la correría afloran demasiadas dudas sobre por qué esto y por qué lo otro. Por ejemplo, no se entiende la forzada e intrusiva decisión de que todos los personajes trabajen en pareja, como tampoco se entiende que en su salto a Xbox 360, PS3, Wii U y PC no se haya incluído un modo cooperativo que dé un poco de sentido a esto. Y digo que no se entiende porque lo mejor que podemos decir del compañero es que no molesta: no debemos preocuparnos por él, pero tampoco sirve de mucho cuando lo único que hace es lanzar chascarrillos hirientes y no es capaz de eliminar a ningún enemigo, aun habiendo vaciado cuatro cargadores sobre ese hijo bastardo del T-Abyss.
Las pocas ocasiones en las que Jill se bate el cobre por su cuenta permiten vislumbrar un finísimo halo de esperanza en las malas artes del equipo de desarrollo, y entonces es cuando Revelations muestra algún destello de buena aventura de terror. Aunque lamentablemente, es muy sencillo adivinar que sus intenciones son otras. En Resident Evil: Revelations nunca llegamos a pasarlo realmente mal, ni que sea la puntita; la fórmula ya no da ni para sustitos de instituto y decir que el conjunto funciona es un mínimo exigible para un producto de consumo, nunca un halago. En cualquier caso, sí: su precio módico en consolas de sobremesa y compatibles lo hace apetecible y resulta una conversión sorprendentemente capaz de disimular la mastodóntica distancia tecnológica entre soportes, y sí: se trata del mejor Resident Evil que hemos recibido desde que Mikami abandonó el barco -lo que, dicho sea de paso, tampoco habla muy bien del estado de salud de la franquicia-, pero a Capcom más le valdría dejar de mirarse en espejos ajenos si no quiere que su mejor baza para acaparar portadas termine muerta o en la cárcel.