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Retroanálisis: Transarctica

Una valiente propuesta.

Imaginad un juego en el que llevamos un tren blindado, lleno de soldados, con montones de cañones en un mundo helado y despiadado.


Y, ¿qué haríais con el tren? ¿Conquistar ciudades? ¿Extender el terror? ¿Violar atractivas operarias ferroviarias?

No: meteros de lleno en medio una revolución hippie para arreglar la capa de ozono.

Bienvenidos a Eurasia. Bienvenidos a Transarctica.

A finales del Siglo XXI el agujero de la capa de ozono era un problema tan grave que se decidió regenerar dicho gas para solucionar el Efecto Invernadero. El problema es que la subcontrata usaba mano de obra externa o algo así, porque la cosa fue mal, tremendamente mal, y acabó con la atmósfera tan cubierta de ozono que no dejaba pasar los rayos del sol como antes.


La Tierra se cubrió de hielo en una nueva edad de hielo. Sin ardillas graciosas.

Este es el punto de partida de Transarctica, uno de los juegos más originales que pudimos jugar en los 90. Y es que sus creadores, si por algo se caracterizaban, era por la originalidad. Interfaces malas y jugabilidad limitada, pero muy originales.

Su estilo único, dificultad elevadísima e interfaces sumamente características conformaban el sello de Silmarils.


Silmarils, compañía francesa, se hizo famosa en su momento con Crystals of Arborea, un juego de rol de corte clásico que no dejó indiferente a nadie: tenías que amarlo u odiarlo. No era posible otra cosa, y yo lo odiaba.


Sus grandes éxitos: el mencionado Crystals of Arborea, la trilogía Ishar y Robinson's Requiem; dejan patente una firma propia y muy europea de desarrollar juegos. Juegos que es imposible que se hicieran en otro sitio.

Y esa es una de las cosas que pasaban con los juegos de la francófona compañía: su estilo único, dificultad elevadísima e interfaces sumamente características conformaban el sello de Silmarils. Y Transactica no es una excepción a dicha regla. Con una interfaz point & click basada en iconos absurdamente indescifrables, el juego nos pone en la piel de un rebelde que roba un tren de la Viking Union, compañía que controla la única forma de locomoción en Eurasia: los trenes.


¿El objetivo? Restaurar el cielo mientras nos forramos a manos llenas.
Y es que Transarctica es una extrañísima mezcla de juego de gestión comercial con sandbox.

Desde una vista de mapa iremos recorriendo Eurasia, comerciando con los diferentes pueblos y comprando con ese dinero vagones nuevos para nuestro tren: vagones con cañones, con cuarteles, de mercancías, vagones invernadero, etc.


En dichos pueblos iremos investigando también la cura para "abrir el cielo" y ,poco a poco, descubriremos pistas que nos llevarán hasta... bueno, quien quiera saberlo, que lo juegue.

Pero ojo, que durante los viajes de nuestro "übertren" nos toparemos con los trenes rivales, pues la Viking no está nada contenta con el robo de su tren ni con nuestro objetivo, y tratará por todos los medios de destruirnos en combate. Es más, no hay trenes que no sean enemigos en todo el juego.

Sin embargo, esto que puede parecer emocionante no lo es, y es que es en estos combates cuando el juego se viene abajo por completo.

El combate consiste en los dos trenes enfrentados en linea, uno de costado al otro, como dos grandes barcos cañoneándose sin cesar, hasta que uno es destruido. Nuestro trabajo será movernos a lo largo del tren, disparar manualmente los cañones contra el enemigo y asegurar el avance de nuestros soldados hacia los vagones rivales.

El problema es que esto, que es divertido los cuatro primeros combates, se convierte en el tedio más absoluto cuando llevamos un tren de 20 vagones y nos pasamos el rato haciendo scroll lateral para disparar cañones sin orden ni meta: porque no es humanamente posible gestionar el tren al completo.

Esto, en los compases finales del juego, hace que el juego salga volando por la ventana junto con la diversión.

Sin embargo es un juego que merece ser recordado por lo valiente de su propuesta, pues se enfrentó con dignidad a los grandes del 93: UFO, Master of Orion, Syndicate o SimCity 2000.

Y sí, el juego incluye un sistema de resolución automático de combates, pero no funciona correctamente y aunque superemos enormemente al enemigo, siempre sufrimos muchas más bajas que controlando nosotros la acción.

En conjunto Transarctica es un juego cuya toma de contacto es agradable por lo original y lo divertido del comercio, pero que empieza una espiral descendente cuando profundizamos en el juego, llegando al punto de quitarnos las ganas de jugar en la última parte del título.

Sin embargo es un juego que merece ser recordado por lo valiente de su propuesta, pues se enfrentó con dignidad a los grandes del 93: UFO, Master of Orion, Syndicate o SimCity 2000.

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