Revisitando Shadow of the Colossus
Gigante.
Demise of the Ritual: Battle with the Colossus
Cada cual tiene sus colosos favoritos, en mi caso hay dos que destacan especialmente: Avion y Phalanx. Quizá sean más reconocidos como los dos voladores. El primero es una especie de águila gigante. Para llamar su atención tenemos que colocarnos sobre una plataforma. De repente, el coloso realiza un descenso en picado y trata de derribarnos. Un pequeño punto en las alas es el único asidero posible. En el instante justo en el que está a punto de arrollarnos saltamos, pulsamos R1, aguantamos la respiración y… la música comienza a sonar, indicándonos que hemos logrado nuestro objetivo. La sensación de euforia que conseguí venciendo a este coloso no he podido replicarla en ningún otro juego.
La experiencia con Phalanx es algo más contemplativa una vez nos subimos, pero cabalgar sobre esta serpiente voladora es incluso más espectacular que con el anterior coloso. Tanto que es realmente fácil caerse por quedarse simplemente admirando el paisaje en lugar de agarrarnos a su pelo. Justo antes de este combate veremos una escena en que unos guerreros de la comunidad de Wander, comandados por un chamán, se acercan a su destino: la tierra prohibida. Aunque en esta ocasión no es para realizar ninguna petición a Dormin, sino para parar a Wander, que está a punto de liberar a Dormin de su prisión.
Sky Burial
En el transcurso de la aventura, de manera lenta pero segura, la atmósfera se va oscureciendo y volviendo cada vez más opresiva. Los colosos son los que mantienen vivo este lugar, prisión de Dormin. Cada golpe fatal le da fuerza, hasta que finalmente es capaz de escapar y poseer el cuerpo de Wander. Ese instante al final del juego posee aún más fuerza a sabiendas de que somos completamente culpables de todo lo que ha pasado. Los colosos eran criaturas nobles y bondadosas, y con nuestro crimen hemos corrompido nuestro cuerpo y la tierra prohibida. Hemos llegado a sentir regocijo en matar a unos seres casi divinos, siendo simples peones en un juego que nos superaba.
Una vez Dormin emplea nuestro cuerpo para liberarse de su prisión, aparece el chamán con los soldados. Nos convertimos en una especie de coloso e, irónicamente, una vez somos por fin la bestia a ser temida tardamos poco en perder esa condición cuando lanzan un sortilegio que nos atrae hacia una especie de pequeño manantial vacío. Una vez nos demos cuenta de que es imposible evitarlo, nos dejaremos llevar.
En el epílogo veremos a los guerreros huyendo por un puente que ahora se derrumba, impidiendo el acceso a la tierra prohibida, a Mono despertando (a pesar de su destino termina cumpliendo su palabra) y a Agro regresando con una cierta cojera, pero vivo. En el manantial aparece ni más ni menos que el primer niño de una estirpe de malditos que quizá se cierre con el final de la aventura de ICO.
Epilogue: Those Who Remain
Shadow of the Colossus no se aleja de la estela de ICO, siendo un juego austero que pone la atención en los pocos detalles que lo componen. Cada uno de los colosos es un enorme puzle en el que merece la pena detenerse unos minutos antes de empezar la acción. Todos los enfrentamientos son de una intensidad brutal, que deja al jugador exhausto una vez se alza vencedor. Ueda supo una vez más tocar las teclas exactas para emocionar al jugador y hacer de su viaje una experiencia imborrable de principio a fin, convirtiendo el juego en uno de los mejores de la historia.