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Análisis de The Riftbreaker - Una arriesgada propuesta que se sostiene, en parte, gracias a la solvencia de su acción

Breaking the Rift, breaking the Rift.

Visualmente llamativo y jugablemente ambicioso, la impactante mezcla de RTS y twin-stick shooter de The Riftbreaker arroja luces y sombras.

Un mismo problema puede suscitar reacciones muy distintas en dos sujetos diferentes. Conforme ha ido transcurriendo el tiempo, los catálogos de las consolas - y tanto da que nos refiramos a las de sobremesa como a las portátiles - han visto como se incorporaban a sus listados títulos que hace no tantos años serían impensables. El frenetismo de ciertos FPS o la cuidadosa planificación de los turnos en un, pongamos, XCOM eran terrenos vetados en su práctica totalidad para aquellos que solo entendían la vida jugable a través de un mando. Ahora ya sabemos que la viabilidad de esos géneros en consola es incontestable, pero, en su momento, su traslado al pad generó no pocos desafíos. No es descabellado suponer, por tanto, que algunos desarrolladores escogerían librar su batalla en otros ámbitos y otros, por el contrario, decidieron asumir el reto. Sin embargo, a día de hoy la estrategia en tiempo real - o RTS para los amantes de estampar carne de cañón contra el enemigo - es uno de esos pocos géneros que siguen anclados con fuerza al teclado y al ratón, y no por falta de intentos. Pero hay algo en el ritmo y la precisión que exigen los RTS clásicos que no encaja bien con el control de un mando. Quizá la solución se encuentre en explorar caminos alternativos, como han hecho en The Riftbreaker.

Desarrollado por EXOR Studios, The Riftbreaker enfila la carretera menos transitada para ofrecernos un llamativo híbrido de RTS y twin-stick shooter que nos pone en la piel de la capitana Ashley Nowak. Esta soldado de élite y científica de renombre - y que pertenece a la unidad que da nombre a este título - es la elegida junto a su inseparable mecha gigante, Mr. Riggs, para dar un salto intergaláctico hasta el planeta Galatea-37. Se desconoce quién eligió semejante espanto de nombre para tan paradisíaco astro, pero lo que sí tendremos claro es que nuestra misión consistirá en sondear la superficie del planeta, estudiar su flora y su fauna, colonizarlo y asegurar una base que pueda garantizar un transporte viable de vuelta a la Tierra. Sobre el papel no debería haber problemas, pero tras sumergirnos en una más que realista simulación - que hará las veces de tutorial - nos iremos haciendo a la idea de que Galatea-37 es un entorno hostil en todos sus frentes.

Es durante esos primeros compases cuando The Riftbreaker comienza a mostrar sus hechuras artísticas. Sin grandes alardes en texturas o modelados, su verdadero interés visual reside en el impecable uso de los efectos, su colorista puesta en escena o el manejo de ingentes cantidades de elementos en pantalla. Así, el resultado de conjugar todos estos factores son enormes, variados y coloristas biomas repletos de plantas y bichillos que caerán ante nuestros embates en busca de recursos... o por disparos perdidos que tenían como destinatario a las hordas de xenos que nos habían salido al paso. Y será ahí, de hecho, cuando The Riftbreaker brille de verdad; cientos de aliens hostiles recibiendo plomo y agonizando, rayos de energía, explosiones, árboles saltando por los aires y sólo dios sabe qué más se juntarán ante nosotros para dar como resultado vibrantes despliegues visuales que compensarán, en parte, unos diseños algo austeros y repetitivos en lo que a infraestructuras o criaturas se refiere. Por otra parte, el apartado sonoro ofrece una de cal y otra de arena: con unos efectos bien escogidos y que refuerzan a la perfección nuestras acciones, no se puede afirmar lo mismo del doblaje, un ámbito en el que los actores se limitan a intercambiar líneas de diálogo aportando escaso entusiasmo, lo que va en consonancia con la narrativa de The Riftbreaker, una mera excusa que casi parece incorporada ad hoc para ir de un escenario a otro, aniquilar cientos de enemigos y gestionar bases.

Esta sensación no hace sino acrecentarse conforme avanzamos en la campaña principal, una única y longeva misión que verá como aseguramos nuestro regreso a la Tierra o morimos en el intento. Para ello tendremos que establecer una base principal de operaciones, extraer y gestionar recursos minerales y defender el perímetro de nuestros emplazamientos a sangre y fuego. The Riftbreaker es, por tanto, una suerte de PvE (Player versus Environment) en el que llevaremos hasta las últimas consecuencias la expresión "si quieres que algo salga bien hazlo tú mismo", puesto que, a diferencia de los RTS tradicionales, de nuestras endebles instalaciones no surgirá unidad armada alguna - más allá de las clásicas torretas defensivas - sobre la que dejar el peso del combate. No obstante, eso no significará que podamos construir nuestros edificios y largarnos con viento fresco a explorar Galatea-37. Más bien al contrario, ya que, como apuntaba al principio, la idílica estampa con la que nos recibe este lejano planeta esconde tras de sí un ecosistema que nos deja bien a las claras que no somos bien recibidos. A los masivos, recurrentes y peligrosos asaltos enemigos se sumarán fenómenos meteorológicos que trastocarán nuestro instrumental, algún que otro terremoto, lluvias de meteoritos, terrenos radiactivos y un sin fin de eventos que conseguirán que nunca podamos bajar la guardia. Afortunadamente, muchos de esos quebraderos de cabeza encontrarán una cumplida respuesta en los gigantescos árboles de investigación que iremos recorriendo conforme nuestra presencia en Galatea-37 se vaya afianzando. Algunas de sus ramas serán de obligado cumplimiento para avanzar en la campaña, otras quedarán a nuestra entera discreción - gran parte de las que tienen que ver con el estudio/disección a palos de las especies autóctonas - y un esbelto tronco estará, por entero, dedicado a la mejora de las capacidades de combate de Mr. Riggs, el brazo armado de la misión.

Claro que el motivo por el que The Riftbreaker consagra, por entero, un apartado de I+D a aumentar nuestras opciones frente a los ferales habitantes de Galatea-37 no es otro que el hecho de que somos la única unidad móvil sobre el terreno. Del mismo modo que seremos los encargados de gestionar el escasísimo espacio para dar cabida a nuestras edificaciones, también descansará sobre nuestros mecanizados hombros la tarea de defenderlas de las embestidas enemigas o salir a la aventura a expandir nuestros dominios. De ahí que convenga invertir en más blindaje, mejores habilidades de esquiva, nuevos gadgets, minas de proximidad más potentes y, cómo no, armas... muchas armas. De cuerpo a cuerpo, como sables y lanzas de energía o a distancia, la ya clásica minigun o toda una panoplia dedicada a la sinfonía de la destrucción como lanzacohetes, railguns o rifles de francotirador. A tres ranuras de armas por brazo, cada configuración que elijamos tendrá sus correspondientes ventajas e inconvenientes, pero todos ellas darán forma a unos combates rápidos, vistosos y muy intensos en los que no habrá margen para el despiste ya que, de lo contrario, pronto nos veremos rodeados por una horda de alumnos aventajados del zerg-rush que se comerán primero nuestros escudos, después nuestro mecha y de postre todo lo que hayamos construido.

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Sin embargo, las buenas sensaciones que nos deja el combate son las que amplifican los fallos en el apartado de la estrategia. Si bien de The Riftbreaker emplea soluciones muy elegantes para implementar su faceta de RTS en consolas - planificar en cuadrícula los escenarios para colocar fácilmente los edificios, establecer atajos para las acciones más necesarias -, la parte menos positiva es que esos esfuerzos se ven deslucidos por una serie de tropiezos más que evidentes. Sin ir más lejos, el listado de edificios, recursos e investigaciones a gestionar termina convirtiéndose, por el tamaño que alcanza, en un mamotreto de difícil manejo que, en muchas ocasiones, se tramita por obligación para que se interponga lo justo entre facetas jugables mucho más agradables; esto es, salir a buscar xenos y darle gusto al gatillo. Y tampoco ayudan al ritmo de juego carencias como tener que dedicar tiempo a evolucionar una infraestructura para, completada la tarea, estar obligados a subir de nivel cada unidad de edificio de forma independiente o que suceda lo mismo con la investigación de cada una de nuestras piezas armamentísticas.

Todo ello lleva a que, en última instancia, The Riftbreaker sea un título con un enfoque ambicioso, potente y original que trastabilla por abarcar demasiado y apretar menos de lo debido. Aunar dos géneros tan dispares como el twin-stick shooter y la estrategia en tiempo real no era tarea fácil y The Riftbreaker sale airoso, en parte, de tamaño desafío. La intensidad de sus combates frente a las hordas de xenos se ve lastrada, y no poco, por un sistema de gestión de recursos e infraestructuras que resultaría complejo hasta para la saga más encallecida de RTS. No obstante, cuando los objetivos de la campaña se centran en pequeños destacamentos, en la exploración o en el puro combate, The Riftbreaker demuestra que la apuesta poseía un verdadero potencial. Quizá este salto intergaláctico no haya sido tan fructífero como hubiéramos deseado, pero lo visto hasta ahora indica que merece la pena seguir explorando el camino.

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