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Run Sheldon

Cuaderno de notas.

No tengo ni idea de cuántos kilómetros he recorrido con Sheldon y aún menos de los que todavía nos quedan por delante, aunque me da a mí que entre nosotros existe, aparte del presente, más futuro que pasado. Siempre he sido un ingenuo empedernido y acérrimo defensor de las causas perdidas, por lo que me gusta fantasear con la idea de que frente a esa tortuga atlética e inasequible al desaliento se extiende un horizonte infinito que algún día será capaz de alcanzar invencible gracias a la agilidad que nace de mis pulgares.

Uno nunca ha sido de liebres, animales de mal perder y poco fiar, dispuestos siempre a conseguir con sus malas artes liebrérrimas aquello que no lograron en buena lid en la competición. Porque, en efecto, Sheldon es la tortuga, perdón, LA TORTUGA que les dio cantidades industriales de cera en la famosa fábula de Esopo y lo que han parido los titanes de Bee Square Games es ni más ni menos que su secuela directa. Para que luego digan que aquí no hay cultura. La hay, y velocidad, mucha velocidad. Toda la necesaria para evitar que esas bestias orejudas cuya ubicación natural se encuentra entre una fuente de patatas y una buena ensalada de canónigos, arrebaten al bueno de Sheldon el trofeo a la perseverancia.

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Para qué te voy a engañar. La razón es, en realidad, lo de menos. Correr como un poseso en Run Sheldon seguiría siendo exactamente igual de divertido si el motivo del acelerón no fuera presumir de vitrina, sino un autobús que se escapa con crueldad entre el tráfico de las ocho de la mañana de un lunes más gris de lo habitual. Pero no, ese bus furtivo conducido por un ser sin alma capaz de sonreír con sorna a través del retrovisor es, y puedo dar fe de ello, consecuencia pero nunca causa del juego.

Faltaría más, porque si hay algo que tengo claro es que Sheldon no ha nacido para fichar de nueve a seis en una oficina. Eso queda para los que, como yo, carecen de carácter. Aquellos que para levantarse de la cama necesitan con urgencia la zanahoria de un ascenso laboral, la rubia del quinto, una semana en Punta Cana o cualquier gilipollez cara que anuncien por la tele. A Sheldon no le pongas una meta al final de su camino porque su reino no es de este mundo. Tiene estilo, una copa y no necesita demostrarte nada. Kiss my ass.

Porque si algo le sobra es clase. Mientras otros aparcan momentáneamente la fontanería para proferir chillidos dudosos al saltar o enfundan sus azules pies en estratosféricas zapatillas de deporte cuando lo que toca es correr, él es de los que jamás montará un numerito. Le basta con inclinar ligeramente el cuerpo hacia adelante, apretar los dientes y aferrarse a lo que es suyo, como Gareth Edwards en su mítico ensayo del 73, sólo que aquí no tiene a quién pasarle la pelota copa. Oye, ni falta que le hace.

Aquí sólo estáis tú y él, control y potencia, y ten por seguro que la pantalla de Game Over jamás será responsabilidad suya. Al que ha nacido para correr puedes pedirle saltos de pértiga sin pértiga, el reprise de Esperanza Aguirre cuando la pasma hace su trabajo o, si se tercia, bucear a pelo, que eso del neopreno es para nenazas, pero no le cortes las alas porque lo del control es cosa tuya.

El próximo 10 de mayo se cumplen cuatro meses y un día desde que este velocista profesional con nombre y cuerpo de tortuga, expresión decidida, frágil y tenaz a un tiempo, nacido para la velocidad en una Barcelona del cuatro de abril de 2013, aterrizó para siempre en mi móvil. Desde entonces he recorrido miles de kilómetros y pisoteado cientos de liebres, ¡oh sí! Ya no concibo la palabra muerto después de tiempo, las colas antes infinitas se han convertido en infinitesimales y siempre recibo con una sonrisa de oreja a oreja a las citas que llegan tarde. Por el camino he perdido, eso sí, horas de sueño, varios transbordos en el metro y un puñado de autobuses que desaparecieron en el tráfico de las ocho de la mañana de un lunes más gris de lo habitual. Pero todo ello me la suda muy fuertemente en estos momentos, porque mi única preocupación es cargar la batería del móvil y no, no necesito hacer una llamada. ¡Corre Sheldon, corre!

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