Skip to main content

Avance de Secret of Mana

Origen.

Secret of Mana es mi juego favorito de todos los tiempos. Me refiero, claro, al original de Super Nintendo, y quiero comenzar haciendo esta aclaración para que el lector vaya sobre aviso y para dejar claro el ejercicio de contención al que me enfrento aquí: sé que no es el mejor, y que si jugara a escribir una lista basándome en cualquier parámetro que no fuera la nostalgia en bruto quizá saliera algo peor parado porque Secret of Mana no es Journey ni es Bayonetta ni es Zelda Breath of the Wild ni está a la altura de todas esas obras maestras que he disfrutado teniendo conocimiento de causa, pero ninguna de ellas puede competir con el impacto que tuvo algo así sobre un chaval de catorce años recién cumplidos. Secret of Mana fue mi Final Fantasy VII, un rodillo de emociones, estética, libertad y descubrimiento que jugué y rejugué de manera obsesiva y que probablemente sea el responsable singular de que hoy esté aquí escribiendo estas líneas. Le debo mucho, y por eso este remake me pone en una situación complicada: es un remake del primer beso, de los amigos con los que jugabas al futbol después de clase, de la primera vez que te tomaste unas copas de más. Es muy difícil ser objetivo con algo que dibujaste un montón de veces en el pupitre.

Pero toca intentarlo, así que allé voy: como JRPG es más que probable que Secret of Mana no sea gran cosa. Su argumento es sencillo y lleno de tópicos, sus personajes son planos incluso según los estándares actuales y la caricatura que dibuja del consabido viaje del héroe podría trazarse sin problemas en la servilleta de un burger. Su acabado gráfico, antes y ahora, es colorido pero un tanto clónico, y en cuanto al combate y a sus sistemas de progresión que nadie se espere la segunda venida de Jesucristo. Es un juego sencillo y bienintencionado, simpaticote, una historia de espadas mágicas y dragones de colores a la que le sucede lo mismo que a todos esos recuerdos: probablemente tus amigos del colegio fueran unos mantas y esa primera cerveza desembocara en una resaca descomunal. Esos momentos no fueron importantes por ser perfectos sino por suceder en el momento adecuado, por abrir un camino para lo que vendría después. Por eso importa bien poco que Secret of Mana se haya quedado desfasado; por eso, quizá, los fans más airados de ciertas franquicias deberían pararse a reflexionar. No hay nada malo en aceptar el paso del tiempo.

Secret of Mana es todas esas cosas, sin duda, pero también es un juego mágico, un juego cargado de un tipo de carisma especial. Es algo que se hace evidente en cientos de detalles, aunque por fortuna el primer golpe sigue llegando certero, a los pocos segundos de comenzar: hablo, claro, de esa introducción legendaria, de los tres compañeros y el árbol y los flamencos y de esa banda sonora que hoy, cargada de cuerdas y arreglos y crescendos inexplicables sigue conservando intacta su capacidad para emocionar. A día de hoy sigo considerando que es la mejor de la historia, y de este caballo no me pienso bajar: jugar este remake de cabo a rabo merece la pena, como mínimo, para escuchar la fabulosa reinterpretación de la obra maestra de Hiroki Kikuta mientras cabalgamos a lomos de Flammie. Todos los temas se benefician de un lavado de cara espectacular, y aunque de cuando en cuando se echa en falta la elegante simplicidad de las melodías originales la partitura sigue saltando de registro en registro con facilidad pasmosa, pegando duro cuando toca y aportando ese toque juguetón y despreocupado a nuestros primeros pasos con la misma solvencia. Y hablamos únicamente de las dos o tres primeras horas: no puedo esperar a avanzar lo suficiente para comprobar qué han hecho con "The Dark Star".

Ver en YouTube

Lo que sí he podido experimentar de primera mano es un remozado gráfico que desgraciadamente deja sensaciones más encontradas. El juego sigue siendo bonito a rabiar, pero quizá ese recuadro superior que hace las veces de minimapa y que en un gesto de cariño infinito reproduce de manera exacta el look del original sea una espada de doble filo: cada nueva estancia es un chute de nostalgia directo al cerebro, pero las comparaciones invariablemente resultan odiosas y cuesta disfrutar de la película cuando constantemente te recuerdan el libro. Cuando el pixel se come al polígono, y ese pequeño marco encierra un pasado en el que Secret of Mana era el juego más bonito del mundo. Si su versión tridimensional sigue teniendo algo que decir en ese apartado es porque sus diseños son inmortales y porque el mimo puesto en cada animación conserva cierta parte de toda esa magia, pero como remake hablamos de un trabajo modesto y de un juego que podría correr sin problemas en un teléfono móvil. El juego de la vieja Square nunca necesitó de delirios técnicos para cautivar, pero detalles como la total ausencia de animación facial en las cinemáticas bien podrían echar atrás a los recién llegados y todo parece indicar que la Square de hoy no tiene intención de predicar más que a los conversos. A los que recuerdan la aldea de Potos y el primer encuentro con Jema, a Dyluck y a la bruja Elinee, y solo necesitan revivir esos momentos en tres dimensiones para darse por satisfechos y quizá descubrir casi 25 años más tarde que la sacerdotisa Luka no era un señor. A los que puede convencer a fuerza de corazón y no de presupuesto, y a los que también, ya que sacamos el tema, puede molestarles más de la cuenta que aquellos espectaculares paseos en Modo 7 que reproducían su mundo a vista de pájaro cada vez que viajábamos en cañón hayan sido sustituidos por un simple fundido a negro.

Es evidente que el juego ha salido barato y que en absoluto necesita una Playstation 4 para correr, pero a quien le importan estas minucias cuando los Rabites se mueven como se mueven. Cuando cada enemigo es una nueva sorpresa, el resultado de un trabajo de adaptación que huele a Nocilla y entiende perfectamente el tipo de material que tiene entre manos. El trabajo, diría, de verdaderos fans, y una tarea importante no solo desde el punto de vista estético, porque si algo nos han traído todos estos polígonos es una reinterpretación del combate que rompe radicalmente con lo conocido. Que lo mejora sin paliativos, aunque aquí toca hacer una pausa para los profanos: Secret of Mana es un action RPG, y nunca fue uno especialmente complejo. Únicamente hay un botón de ataque, y la potencia de cada golpe, sus combinaciones y esa peculiar cadencia con la que encadenarlos mientras el rival aun se recupera en el suelo están gobernados por algo parecido a una cuenta atrás que se inicia con la primera estocada: si continuamos inmediatamente haremos menos daño, si esperamos al 99% el impacto será mayor. Y eso era todo, con la salvedad de unas pequeñas barras de carga que aparecían al dejar el botón pulsado y que podían acumularse hasta un total de ocho si habíamos encontrado suficientes orbes del arma en cuestión. Un sistema sencillo de tajos, especiales y numeritos sobre la cabeza de champiñones con patas que se desarrollaba en cuatro direcciones y que hoy nos permite atacar en 360 grados, una novedad de un peso determinante cuando trabajas con una base tan simple.

Es un gesto aparentemente sencillo que en la práctica lo cambia todo, y que obliga constantemente a reaprender estrategias y a desechar los automatismos. Es, en esencia, un Megaman 3 con disparo libre, y me atrevería a decir que el único gesto de audacia de un dibujo que por lo demás no se atreve a jugar demasiado con las sagradas escrituras: el sistema de progresión es idéntico, hacer una visita a Watts bien cargado de orbes y posteriormente lanzarse al campo a experimentar con la barra de nivel 3 del boomerang produce el mismo gustito de siempre y los menús en anillo, quizá el mayor hallazgo del original, siguen resultando vigentes en pleno 2017. Recuerdo pocos RPG orientales u occidentales que hayan mostrado esta agilidad a la hora de navegar por estadísticas, armas y hechizos, y de ahí que tenga sentido que la única concesión al JRPG moderno sea ese espacio extra en la rueda que nos permite acceder a un resumen de los acontecimientos hasta el momento. Creedme, no es especialmente necesario: hablamos de un mundo en el que hay una espada del maná, un árbol del maná, una fortaleza del maná que enfureció a los dioses y unas bestias del maná que... creo que se entiende la idea. Secret of Mana no es precisamente El Padrino. Tampoco le hace ninguna falta.

Porque Secret of Mana no era sino un comienzo, y ahí está su valor. En revivirlo todo otra vez para quienes tuvimos esa suerte, y en echar un vistazo al nacimiento de un género para quienes no la tuvieron. Es algo así como un vídeo casero, un recuerdo de tiempos más simples y una oportunidad para la que quizá nunca hizo falta un remake, pero algo bueno tendría que traer esa regla no escrita que dice que los juegos solo tienen vigencia el día que alguien los lanza al mercado. También es un trabajo claramente dirigido a los primeros, pero yo no quiero pensar en ellos: nosotros ya sabemos que Secret of Mana es nuestro juego favorito de todos los tiempos, pero con que una sola persona más se de cuenta a tiempo ya habrá merecido la pena esperar.

También te puede interesar