Section 8
Un aterrizaje difícil.
Sección 8 es el nombre familiar de la octava División Acorazada de Infantería de las Fuerzas Imperiales de los Estados Unidos [sic]. Al parecer, está compuesta (la Sección 8) por soldados duros, alocados e hiperdisciplinados que se adentran en las fauces del lobo y pelean allí donde nadie en su sano juicio lo haría: se lanzan desde la órbita del objetivo y aterrizan en medio del campo de batalla embutidos en sus servoarmaduras blindadas, dispuestos a volar en pedazos cualquier cosa que les oponga resistencia. Su misión es aplastar a la milicia rebelde —de Orión, nada menos— que desafía el orden establecido atacando las colonias exteriores del Imperio. Por esas cosas que pasan en la vida, los desalmados insurgentes de roja armadura han conseguido hacerse con el control de una buena copia de territorios y se han hecho fuertes allí, obligando a los nobles soldados de brillo añil a desplazarse hasta allí para reventarles a tiros, empezando por una Nueva Madrid que será la tumba de la resistencia.
Tras esta poco prometedora premisa se agazapa la muy olvidable campaña monojugador de Section 8: argumento inane, desarrollo completamente falto de interés y ritmo muy deficiente jalonan el tortuoso camino de la Sección 8 por anodinos escenarios y niveles brumosamente perfilados y espeluznantemente repetitivos en sus mecánicas y diseños. Según tocamos suelo tras nuestro primer despliegue y comenzamos a desplazarnos por el desértico entorno de Nueva Madrid nos topamos con el que seguramente es el mayor defecto de este juego: es pesadísimo, inmensamente lento de manejar y alarmantemente impreciso. Por supuesto, somos parte de una división acorazada, lo que es decir: enfundados en nuestras armaduras (que son configurables mediante el reparto de mejoras) no podemos aspirar a una movilidad de antílope; pero esto no desarma la sensación de torpeza y de lentitud que nos va a perseguir durante toda la campaña que, aun siendo corta, acabará por parecer interminable. Disponemos de una suerte de turbo para aligerar nuestro paso y también de un jetpack que la imprecisión del control y la exigencia del tiempo de recarga convierten en anecdótico; pero incluso moviéndonos a toda marcha o saltando de aquí para allá, la impresión de tardar siempre demasiado en llegar a cualquier parte es agobiante y esto se aplica también cuando nos ponemos a los mandos de un tanque, cuyo esquema de control responde a algún arcano mecanismo de tortura mental. La preocupante despoblación de todos los ambientes no ayuda, puesto que entre objetivo y objetivo no hay absolutamente nada nunca.
Una vez lleguemos a donde teníamos previsto ir —horror: tampoco está todo lo poblado que uno esperaría―, habrá que eliminar cualquier amenaza enemiga y, seguramente, llevar a cabo algunos sabotajes, recoger unos objetos o volar por los aires alguna que otra pieza fundamental para el funcionamiento del ejército rival. Empecemos por esto último: Section 8 es un shooter en primera persona, pero esconde algunos elementos de linaje estratégico como la posibilidad de desplegar estructuras, sistemas de apoyo o de abastecimiento que tendremos que mantener en buen estado si queremos superar exitosamente las misiones. Este mantenimiento es absolutamente básico y requiere permanecer cerca del ítem mientras se llena una barra de energía. Exactamente lo mismo sucede con el sabotaje y, en general, con todos los objetivos del juego que se consiguen, o bien disparando a objetos hasta hacerlos desaparecer (literalmente: de los objetos no quedan restos destrozados, sino que al ser destruidos dejan tras de sí relucientes superficies vacías) o bien apretando un botón y esperando. Si esto parece aburrido es porque, ciertamente, lo es.