Avance de Shadow of the Colossus
Liberación.
Tras recorrer a galope tendido una inmensa campiña que parece congelada en el tiempo, Agro aminora la marcha y se aproxima a la entrada de un bosquecillo. No ha sido él quien nos ha llevado hasta allí, sino nuestro instinto y el haz de luz de esa espada que se empeña en guiarnos hacia el horizonte, pero cuesta no fiarse del animal; parece tenso, dubitativo, y durante unos segundos estamos tentados de ahorrarle el trago y dar media vuelta. No lo hacemos, porque hay una misión que cumplir y porque el corcel siempre ha sido más valiente que nosotros mismos: su trote es lento pero decidido, y pronto la espada se torna inútil porque el follaje se cierra sobre nuestras cabezas y nos niega la luz del sol. El bosque parece envolvernos, nos sentimos perdidos, y es Agro, de nuevo, quien se abre camino a través de un sendero desdibujado sin que sepamos reunir valor para tocar demasiado el stick que guía su movimiento. Lo recorremos a solas pero a la vez podríamos jurar que hay alguien que nos observa, y no tardamos en echar de menos la campiña y la soledad; los rayos furtivos que recortan la silueta de los árboles marcando el final del camino no podrían llegar en mejor momento. Al otro lado, tras el risco y sobre el acantilado, nuestras lealtades vuelven a colisionar: la luz nos pide continuar a pie, y un árbol solitario marca el lugar de nuestra traición. No dura, por suerte: con las rodillas magulladas por el descenso llamamos a nuestro amigo a gritos, la cámara se revuelve y un torbellino con las crines al viento se recorta sobre una pasarela labrada en la roca viva en uno de esos momentos que te calientan el corazón. Unidos de nuevo seguimos adelante, y entonces llega el desierto, y un pedestal de piedra, y una visión de otro mundo que se cierne sobre nuestras cabezas. Majestuosa, amenazante, pero también extrañamente calmada. Ya no se hacen juegos como este.
Quizá por ese motivo toque rescatarlos del pasado, y por eso me gustaría comenzar atajando el debate lo antes posible: todos tenemos a Shadow of the Colossus en un altar y a todos se nos hace cuesta arriba pagar dos veces por la misma cosa, pero me cuesta pensar en un remake más justificado que este. Por ambición, por escala y por muchísimas cosas más la obra de Ueda era un concepto adelantado a su tiempo, y los milagros tienen su precio. Ver algo así moverse (arrastrarse quizá sería más certero) en una PlayStation 2 sin duda nos marcó a todos, pero cerrar filas alrededor del original es hacerle un flaco favor: entiendo la pasión del purista, pero la mejor forma de reivindicarlo es dejarlo libre para que vuele en su forma final arropado en la tecnología que puede hacerle justicia. Todos esos momentos, toda esa soledad y esa incertidumbre, esas dudas y esos afiladísimos remordimientos ya estaban ahí, pero Shadow of the Colossus también es un juego hecho para ser bello y creo que le debemos esta oportunidad.
Pero no estoy hablando solo de gráficos. Evidentemente están ahí, en la forma de miles de mechones de pelo que se mecen con el viento y nos envuelven al ascender por la espalda de los gigantes y en la de esos rayos de sol a los que también nos aferramos de una u otra manera. En las texturas de la piedra y la hierba, en los relieves labrados en las paredes, en las partículas, en los pedazos de tierra y polvo que se desprenden de los salientes. Como remake, como producto de otra generación trasplantado a la nuestra, Shadow of the Colossus puede descomponerse en un absurdo listado de efectos y añadidos estéticos, pero me niego a hablar de la implementación del HDR sin hacerlo antes de esa iluminación que lo baña todo para trasladarte a otro mundo o de la definición de las sombras sin mencionar la del coloso número trece recortándose sobre la arena. Es un todo, un conjunto de arte, diseño, potencia e intención que toma al original y lo eleva en volandas, dibujando detalles en donde solo había borrones y escuchando con atención al maestro para pasar a limpio sus escrituras. Es, que no cunda el pánico, rabiosamente fiel, e inequívocamente mejor. Es el Shadow of the Colossus que me gustaría que jugaran mis hijos.
Este remake de Shadow of the Colossus es una buena noticia, porque la tecnología era su jaula y siempre es emocionante ver como un coloso rompe con sus cadenas.
No encontrarán demasiadas trabas para hacerlo porque en lo relativo al control todo está donde debe, y que vuelvan a perdonarme los más conservadores si me atrevo a decir que quizá no fuera así del todo en sus encarnaciones pasadas. No quiero asustar a nadie, porque lo verdaderamente importante permanece y porque aferrarse a la vida mediante una pulsación de gatillo sigue contando cosas sobre el personaje y definiendo todo el diseño, pero hay ciertos cambios de colocación que merece la pena tener en cuenta: el más evidente es el del propio agarre, ahora ligado a R2, un pulsador igual de accesible pero con cierto recorrido que refuerza la sensación de asirnos de manera física colosos y salientes en las paredes. El R1 queda pues libre para mapear el apuntado con arco, y en cuanto al resto de acciones quizá destacar que el salto pasa de triángulo a equis y que el círculo ahora nos permite escapar rodando. Es una redistribución que no altera una sola mecánica y tan solo se basa en la ergonomía, que mantiene una mayor cercanía a ciertos estándares y sobre todo que se interioriza en un santiamén, sin aspavientos innecesarios. De nuevo, tranquilidad.
Hará falta, porque en lo jugable el segundo de los trillizos sigue siendo ese juego tenso y desafiante que recordábamos, aunque evidentemente la experiencia juega en su desventaja. Por eso siento cierta envidia al pensar en los que lo descubrirán ahora, con un envoltorio de lujo y un contenido virgen, pero saber recitar los puntos débiles de cada coloso de carrerilla no evita que los nervios se crispen con cada resbalón ni que la banda sonora siga maravillando como pocas lo han hecho. Sigue mereciendo la pena rejugarlo una y mil veces, claro que sí, y sobre todo desde una perspectiva histórica: visto ahora, con The Last Guardian reciente en el recuerdo, se aprecian de otra manera ciertos mensajes y ciertas temáticas, cierta intención que resuena ahora de otra manera. Está en la soledad, por supuesto, pero también en el comportamiento rebelde y errático de un animal, otro más, que se resiste a ser un convidado de piedra. En la inmensa tristeza que nos sacude cuando la sangre comienza a brotar, y en la inocencia de unas criaturas que mueren sin ningún sentido. En lo que implica el control, y lo que implica la libertad. Por eso este Shadow of the Colossus es una buena noticia: porque la tecnología era su jaula, y siempre es emocionante ver como un coloso rompe con sus cadenas.