Shift 2: Unleashed
¿Te gusta conducir?
El nivel de simulación puede no ser tan enfermizamente alto como en otros juegos, pero Shift 2 tiene indudablemente un componente importante que lo separa radicalmente de cualquier denominación arcade. Aquí hay que frenar, cambiar de marchas manualmente y, a ser posible, jugar con volante. Las ayudas que podemos configurar pueden servir para que los más mancos (me meto en el saco) vayan pillando el truco a cierto tipo de curvas, aprendan a controlar el timing de los frenos o interioricen lo que, más o menos, es un trazado bueno en un circuito, pero la misma filosofía del juego nos anima una y otra vez, no explícitamente, a jugar sin ayudas y simplemente mejorar nuestra conducción.
Para mejorar nuestra conducción no sólo podremos confiar en nuestra habilidad pura y dura, sino que podemos aplicar ciertas modificaciones a los coches (motor, reducción de peso, neumáticos... un poco lo que es de esperar) para conseguir mejores salidas o más control. También tenemos vinilos y otra parafernalia medio tuning que sirve más como adorno que otra cosa; en cualquier caso, las posibilidades de modificación de los coches son profundas y se notan cuando nos ponemos al volante (¡qué contento estaba yo con mi Civic tuneado!).
Pero en el fondo, como he ido dejando caer alguna vez, lo importante en Shift 2 son las emociones. Cómo un juego de coches puede hacernos sentir tantas emociones es algo que todavía se me escapa un poco: lo que sí sé es que jugando uno siente la potencia del aparato sobre el que va sentado, siente el riesgo que supone apurar una curva para adelantar al primero y siente el corazón latir más deprisa cuando varios vehículos se juntan en una zona peliaguda del circuito y tenemos que salir de ahí lo mejor parados posibles. La gloria del juego es esa: consigue trasladarnos mejor que ningún otro al pellejo del conductor, nos da una idea de lo que un piloto de carreras siente cuando lleva un deportivo y sabe que a la velocidad que va un volantazo mal dado puede hacer que se eleve en el aire dando vueltas de campana.
Esto no sería posible sin el apartado audiovisual de Shift 2, en ambos casos de nivel muy, muy alto. A la excelencia sonora (no así musical: la banda sonora del juego es pestilente) que ya todos conocemos, con esos motores rugiendo poderosos que a más de uno nos hicieron babear en los tráilers, se une un apartado gráfico brillante, que sin destacar especialmente a nivel técnico sí asombra por lo inteligente de sus trucos: todo está muy bien colocado, cada destello del sol, cada lluvia de hierros al chocarnos, para impresionar, y da la sensación de que cómo y dónde poner cada una de estas cosas ha sido medido con precisión germana. Los circuitos, mitad reales y mitad inventados, son bonitos, bien diseñados y bien representados, con lo que no hay ninguna queja en este aspecto.
El par de cosillas que afean un poco el conjunto (las pruebas de derrape, que cortan un poco el rollo al bajar muchísimo el nivel de competición, por ejemplo) no logran quitarnos de la cabeza el único y brutal hecho que sirve como conclusión de Shift 2: que es uno de los mejores juegos de conducción, que no de coches, que saldrán este año, y uno de los mejores que hemos podido probar en esta generación. Casi todo lo que se le pudiera echar en cara a la primera parte queda aquí redimido: los amantes de la conducción se encontrarán con un vendaval de sensaciones que no muchos juegos han logrado recrear con tanta intensidad como el juego de Slightly Mad y EA. Los no amantes de la conducción puede que se lo piensen dos veces una vez se pongan a los mandos, lo cual dice mucho, y todo bueno, de Shift 2: Unleashed.