Si todavía no estás preparado para dejar atrás el verano del todo, Natsu-Mon es tu juego
Quince de agosto.
Pocas cosas hay tan universalmente nostálgicas como los veranos de nuestra infancia. Períodos calurosos y tranquilos, de dos meses o más, en los que nuestra principal preocupación era, precisamente, encontrar algo que hacer. Quizás es por la absoluta certeza de que ese tipo de calma es extraordinariamente difícil de replicar, o por la tendencia que tenemos a romantizar el pasado. En cualquier caso, seguro que, como yo, muchos de quienes estáis leyendo ahora este artículo aceptaríais volver atrás en el tiempo, aunque sólo fuese un ratito, para poder volver a ser un niño de diez años en el mes de agosto.
Sería una suerte, entonces, que hubiese un estudio de videojuegos cuyo trabajo gira en torno a tratar de replicar precisamente este sentimiento.
La obra de Millennium Kitchen no es muy conocida en occidente, especialmente porque han sido muy escasos los títulos de su trayectoria que hemos podido disfrutar aquí. La serie Boku no Natsuyasumi, dirigida por Kaz Ayabe, suele considerarse como el epítome del trabajo del estudio. Los juegos de este autor que se han publicado previamente en inglés o castellano son, precisamente, los que están un poco fuera de la norma, alejándose de la saga: el Attack of the Friday Monsters de 3DS tiene una dinámica un poco particular, si bien igualmente interesante, y el más reciente Shin-chan: Mi verano con el profesor se ve restringido por las necesidades de la licencia que adapta pero trata, igualmente, de capturar el sentimiento de ser un niño despreocupado en verano, todo ganas de explorar y ocupar, con libertad, el tiempo libre de un verano que parece infinito.
El pasado agosto, no obstante, se lanzó Natsu-Mon: 20th Century Summer Kid. A pesar de que el juego sigue siendo, de hecho, un spin-off de la serie Boku no Natsuyasumi, se juega bastante más parecido a éstos que cualquier otro título de Millennium Kitchen que hubiésemos podido jugar antes en occidente. Al mismo tiempo, es un juego excelente para escapar un rato de la realidad y revivir esos veranos más dulces, más pausados, de cuando éramos niños.
En Natsu-Mon: 20th Century Summer Kid - sólo en inglés, eso sí; aún nos falta un empujón para conseguir uno de estos juegos en castellano - interpretamos a Satoru, un niño que acompaña a su familia, que forma parte de una compañía circense, en su viaje a una aldea rural durante el mes de agosto. Más allá de este planteamiento, el juego apenas nos da objetivos. Tenemos toda una ciudad que explorar, en un mapa sorprendentemente grande que nos va desvelando nuevas áreas conforme pasan los días; una caña de pescar y una red que podemos utilizar para atrapar peces y bichos y ayudar, con donaciones, al museo local; un puñado de niños de nuestra edad a los que podremos conocer y que nos abrirán la puerta a alguna que otra aventura más; y una ineludible cita con la rutina de gimnasia mañanera, para la cual todo el pueblo se reúne a la puerta del santuario.
A pesar de que el enfoque de la partida es muy, muy relajado, lo cierto es que sí hay ciertos elementos en Natsu-Mon que marcan el progreso. Conforme avancemos, conozcamos nuevos personajes y descubramos nuevas áreas iremos adquiriendo misiones secundarias que podremos completar a nuestro ritmo. Por ejemplo, hay una serie de tareas que nos instan a escalar distintos edificios altos de la ciudad; otras buscarán que investiguemos ciertos sucesos que han ocurrido en el pueblo con la ayuda de los otros niños. Algunas de estas misiones nos otorgarán “pegatinas” como recompensa, que son puntos del medidor de resistencia que permite a Satoru correr y escalar. Pero, fundamentalmente, lo que obtendremos son recuerdos, en varios sentidos. Por un lado, obtendremos pequeños momentos con nuestra familia, los componentes del circo o las personas del pueblo; por otro, añadiremos pequeñas anécdotas al diario de Satoru, que rellenará religiosamente todos los días antes de acostarse.
Natsu-Mon tiene una opción, bastante inteligente, que nos permite configurar en el menú cómo de lento o rápido pasa el tiempo in-game, permitiéndonos adoptar una postura más relajada ante los días y los eventos o avanzar más rápido en las distintas tareas. Personalmente, aunque he probado todos los modos disponibles, me he dado cuenta de que disfruto notablemente más del juego cuando utilizo el modo más pausado. Es verdad que, si lo hacemos así, habrá ocasiones en las que nos encontremos ociosos o sin tener muy claro cómo proceder; pero, ¿no es eso, acaso, lo que verdaderamente echamos de menos de los veranos de nuestra infancia? Cuando aprendemos a no dejarnos llevar por la necesidad de progreso, y simplemente interiorizamos que este mundo sólo busca que nos relajemos y lo desentrañemos muy, muy poquito a poco, es cuando el trabajo de Millennium Kitchen brilla de verdad.
Un último detalle de Natsu-Mon: el juego es excelente en hacernos sentir que su mundo no gira a nuestro alrededor. Una sensación, la verdad, muy frecuentemente perseguida por muchos otros títulos, pero extraordinariamente complicada de ejecutar con soltura. Salvo algunas ocasiones concretas, en las que el juego se decide a saltarse su propia norma, lo cierto es que casi todo lo que sucede en su mundo ocurrirá independientemente de que nosotros estemos delante o no. Los aldeanos tendrán sus rutinas, las tiendas cerrarán a su hora, nadie nos esperará para darnos una misión o una pista sobre cómo resolver una situación: si queremos que la pequeña ciudad nos de todo lo que necesitamos, tendremos que aprender a movernos bajo sus normas. Esto hace, de hecho, bastante más interesante la navegación. Mirar al mapa no basta. Nos iremos familiarizando poco a poco con las calles, con las tiendas, con los horarios de los distintos vecinos, los días de la semana en los que algo, de repente, cambia y nos ofrece un encuentro extra, una conversación, un concierto en una cafetería. Nada es particularmente grande, ni especialmente mágico; sólo pequeños recuerdos, momentos dulces y descubrimientos, como si el verano fuese a ser eterno. Como si pudiésemos tener diez años para siempre.