Análisis de Snowrunner
Repartiendo la bufa y la yusa.
La interfaz de SnowRunners asusta un poco, al principio. No exactamente porque sea muy compleja, sino porque los pocos elementos que tenemos a la vista parecen pedirnos atención constantemente. Abajo a la derecha vemos un esquema de la caja de cambios de nuestro camión - cuya complejidad depende, eso sí, de las características del vehículo que estamos conduciendo - que nos dejará alternar entre distintos sistemas de tracción y marchas bajas y marchas altas para superar las peculiaridades del terreno. Haremos una parte de nuestro trayecto por carretera, claro, pero las regiones de Michigan y Alaska (Estados Unidos) y Taymyr (Rusia), los distintos mapas que iremos desbloqueando conforme avancemos, están repletas de lodazales, caminos pedregosos, charcos, ríos descubiertos y cascadas. Embalarnos más de la cuenta, confiar en las marchas automáticas o no saber usar correctamente la reversa pueden tirar al garete una excursión que parecía particularmente buena en cuestión de segundos.
Incluso entendiendo la necesidad mecánica de esta parte de la pantalla, cuando empecé a jugar esta nueva entrega de la saga Spintires no podía apartar la vista del margen izquierdo del televisor. Unos pequeños indicadores nos muestran el daño que ha recibido nuestro vehículo cuando nos hemos chocado contra algún elemento del mapa - en la amortiguación, el motor o los neumáticos, por ejemplo - y, sobre todo, hay un medidor de cuánta gasolina gastamos por minuto que no deja de moverse y reducirse cada vez que nos ponemos en marcha. Durante el tutorial la señal te agobia, te da la sensación de que vas a quedarte sin combustible y atascarte en mitad de la nada, o que vas a pinchar un neumático y vas a tener que pagar un montón de dinero para repararlo, pero cuando llegas, esfuerzo mediante, a la primera gasolinera o el primer taller, un mensaje emergente te avisa: tanto repostar combustible como reparar nuestro vehículo son gratis.
Es una concesión pequeña, pero cambia dramáticamente la manera en la que nos aproximamos a cada encargo. Las misiones del juego no son particularmente vanguardistas, y generalmente consisten en recoger una serie de mercancías en una parte del mapa y entregarlas en otra. Con esta premisa podremos construir puentes, reparar construcciones caídas, como postes de luz o generadores de electricidad, o simplemente ayudar a granjas, talleres, aserraderos y otros lugares de interés a mantener su producción. Como recompensa a cada encargo recibiremos puntos de prestigio que aumentarán nuestro rango de camionero - un reconocimiento social, supongo; me gusta pensar que los conductores son la élite de este universo que se nos plantea - y dinero con el que podremos desbloquear modificaciones para nuestros vehículos. Desde comprar vehículos nuevos, camiones más pesados o menos, a todoterrenos que utilizaremos para hacer reconocimiento de lugares desconocidos y aprendernos los caminos antes de meter allí toda nuestra maquinaria pesada. Tenemos mejoras de motor, de llantas, distintos tipos de remolques que acoplar a cada coche e incluso grúas para los trabajos más difíciles.
Pero eliminar los elementos de microgestión, esto es, que no tenga apenas repercusión más allá de que hemos perdido un poco el tiempo cuando nos atascamos en un lugar y tenemos que utilizar el botón de rescate para volver al último punto de guardado, o cuando tomamos un desvío que no lleva a ninguna parte y hemos dejado casi vacío el depósito, hace que el juego establezca desde el principio que sus prioridades son otras. Aquí lo importante no es nuestra habilidad, aunque la necesitaremos, sino nuestro conocimiento del terreno. Saber qué caminos son adecuados y cuales no, planear meticulosamente las rutas, a mano, sobre el mapa de nuestro menú, y optimizarlas para lo que queremos hacer.
Así que cada vez que nos acercamos a un mapa o a una zona nueva, tenderemos a hacerlo mediante la exploración. Coger un camión pesado e ir a la aventura sin saber muy bien qué nos espera no es buena idea, por lo que será más sensato coger nuestro todoterreno y hacer un viajecillo de reconocimiento. Hay determinados puntos elevados, marcados mediante un símbolo, a los que será más complicado acceder, pero desde los cuales podremos ver todos los caminos y puntos de interés de un tramo concreto, al estilo Assassin's Creed. Los coches más ligeros tienen también la posibilidad de quedarse atascados en una cuesta o en el barro, pero en general será más sencillo maniobrar con ellos, y necesitaremos objetos mucho menos contundentes para poder amarrar el cabrestante y darnos un poco de impulso si la cosa se pone peliaguda.
Hecho el reconocimiento, y recogidos los distintos objetivos de la zona, sí que es el momento de sacar la artillería. Tenemos un taller en el que podemos almacenar los distintos vehículos que nos encontremos por el camino, y escoger el camión más adecuado a nuestras necesidades. Hay un montón de estadísticas y pequeños puntos de estabilidad, velocidad o carga que podemos tener en cuenta aquí, pero también me veo en la obligación de confesar que el juego deja, muy frecuentemente, que pasemos por encima de todo esto y simplemente escojamos el que más nos guste. Muchas veces me he encontrado a mí misma seleccionando un transporte menos óptimo para la zona simplemente porque le tenía cariño a ese camión concreto.
No es tontería, claro: desarrollamos vínculos emocionales con el entorno y con nuestras herramientas de trabajo casi sin darnos cuenta. La física específica del camión en el que hemos pasado horas de aquí para allá termina por parecernos tan natural como el caminar, y al final es hasta difícil desprendernos de esa carraca en la que hemos recorrido la primera parte del juego, porque no teníamos nada mejor, aunque se nos pongan vehículos más brillantes y potentes delante. A veces nos dejaremos seducir por ese bicho gigantesco y de colores brillantes que hemos comprado con nuestro duro esfuerzo, llevando aquí para allá fajos de madera y de hierro, pero en los momentos más complicados siempre terminaba por acudir al viejo Chevrolet inicial, menos potente, pero mucho más seguro en lo emocional.
Una de las grandes virtudes de SnowRunners es que, en realidad, no tenemos jefe. Nuestra lista de encargos - oculta, eso sí, por una serie de menús que seguramente podrían ser más claros y concisos - es larga, pero podemos enfocarlo como nosotros queramos. Pronto nos daremos cuenta de que hacer dos o tres viajes seguidos desde distintos puntos y hasta el mismo lugar de finalización no es necesariamente la mejor idea; tras unas horas de juego, terminas por pensar en el territorio como un todo, casi como una persona cuyas necesidades generales tenemos que cumplir. Empezamos en un aserradero y vamos poco a poco, moviéndonos de lado a lado, por carreteras que ya conocemos, ofreciéndole madera a todo aquel que la necesite; cuando hemos terminado con esto podemos hacer lo propio con los materiales de construcción, o con el combustible.
Esta dinámica nadie te la explica cuando empiezas a jugar, claro, pero acaba perfilándose como la más óptima; igual que el juego no te explica otras tantas cosas. Si se le puede sacar un defecto al título es precisamente que no es nada amable para aquellos que no estén familiarizados con las peculiaridades de la saga, o de este tipo de simuladores de conducción, y los momentos verdaderamente frustrantes no vienen de nuestros fallos, sino de pelearnos con algunas mecánicas concretas hasta que conseguimos saber cómo funcionan. Os ahorraré horas de paseos en balde, por ejemplo, explicando que para acoplar un remolque a nuestro camión no sólo tendremos que estar extraordinariamente cerca de éste - podemos ayudarnos, eso sí, del cabrestante, anclándolo a la parte trasera de nuestro vehículo y a la frontal del remolque para dejarlo exactamente donde queremos - sino que también necesitaremos llevar equipado un enganche específico, un anclaje alto o bajo, que se coloca en el taller de manera gratuita y sin el cual el juego no nos permitirá llevar ese extra de carga.
La torpeza con la que a veces SnowRunners se explica a sí mismo es prácticamente el único elemento discordante en lo que por lo demás es una experiencia sorprendentemente disfrutable incluso para quienes no sean fanáticos de la logística o la automoción. Llama especialmente la atención por contraste con un diseño de niveles y de progreso extraordinariamente inteligente, que sabe perfectamente que objetivos o rangos a un lado, lo que nos gusta verdaderamente del juego es lo contemplativo, la sensación de caminar por ahí a nuestras anchas, descubrir caminos secretos o pequeñas esquinas en las que nunca habíamos estado, engancharnos un podcast y conducir durante las horas nocturnas o superar una zona particularmente peliaguda que hasta entonces siempre se nos había atragantado. Como pequeño regalo, caramelito para nosotros que queremos ver mundo y árboles y pensar en nuestras cosas mientras damos un paseo por Alaska, el juego tiene a bien salpimentar las misiones de transporte con algunas explícitamente de descubrimiento que nos dan todavía más excusa para explorar el mapa y ver qué más tiene que ofrecernos más allá de las carreteras.
Los mapas son gigantescos, inmensos, pero nunca agobian; e incluso cuando nos consumen las ganas de ver más, de avanzar más, de hacer una última entrega antes de irnos a dormir, no le perdemos el respeto a un terreno que no está en el fondo hecho para nosotros. Quizás mi detalle favorito de las toneladas de ellos que tiene este título es que hay ocasiones en las que nuestro trayecto pasa, sí o sí, por una zona que parece, a priori, particularmente inhóspita. Cuando estamos avanzando a duras penas, aumentando la velocidad, dando marcha atrás, empujándonos poquito a poco a través del lodo, vemos algo al fondo: la sombra de un camino, de unas ruedas ajenas. Suspiramos hondo, entonces: alguien ha pasado por aquí antes, alguien ha conseguido superar este camino que a mí me parece imposible, así que por fuerza debe haber una manera de hacerlo. Seguimos intentándolo. Pisamos el acelerador a fondo.
En eso, en la manera en la que el juego entiende tácitamente nuestras necesidades, donde realmente brilla. No voy a conducir un camión en mi vida, seguramente, pero en SnowRunners he encontrado paz y calma, muchos motivos para incluso desear que en otra vida, o en otro universo, haya una versión de mí que se eche a la carretera y disfrute de esta vida que ha sido mía durante unas horas. Ojalá esa Paula de una dimensión paralela exista, y ojalá disfrute de su trabajo tanto como yo he disfrutado de esta experiencia.