Análisis de Star Ocean 5
Estrella moribunda.
Reconozco que éste es un género que me gusta particularmente. Me gusta su conservadurismo, me gustan sus tics clásicos, me gusta recorrer una y otra vez todos esos lugares comunes, de un título a otro, porque de alguna manera me hacen sentir como en casa. Una vuelta al hogar, a los orígenes, al pasado; a uno de los géneros de videojuego que más me han hecho disfrutar desde que empecé en esto. Esa pureza del protagonista desmemoriado; la inocencia que encierra la premisa misma de un grupo de jóvenes capaz de acabar con descomunales fuerzas malignas susceptibles de destruir todo un universo conocido a base de cooperar dentro del campo de batalla (yo te apoyo, él ataca, ella te cura, ellos defienden) y fuera de él (amistad, compañerismo, etc.); la simpleza con la que maneja conceptos como bondad, maldad, amistad, o amor; el grado de predictibilidad de sus geografías (ese desvío seguro que lleva hasta un cofre, en esa explanada seguro que aparece un enemigo fuerte). Incluso, no me desagrada particularmente que siga tirando de cliché grueso a la hora de escribir y dibujar a sus personajes: el héroe valiente, no demasiado inteligente pero de corazón noble, la compañera tímida y apocada de tonos pastel responsable de la magia curativa o de apoyo (ojo ahí al rol asistencial de las mujeres), la maga negra, explosiva, enigmática y con malas pulgas (ojo ahí a las mujeres como brujas), el guerrero curtido, grandullón y un poco arrogante, o la criatura no humana a la que al principio no hacemos mucho caso pero que acaba repartiendo como casi nadie. Hay un poso de inconsciencia en todo esto, en esta repetición automática de rasgos y caracteres, pero es, o suele ser, una inconsciencia inofensiva, y se perdona cuando resulta en personajes agradables, divertidos, entrañables y carismáticos. Lamentablemente, éste no es el caso de Star Ocean: Integrity and Faithlessness.
El JRPG es un género que, por sus propias características, tiene establecidos unos límites muy marcados, unas fronteras muy claras que separan lo que es y lo que no es un juego de rol japonés clásico. Variar esta premisa, innovar, debilitar los muros de contención de una fórmula cuyos ingredientes parecen inamovibles es difícil, y no todos los que lo intentan salen bien parados. Se me viene a la mente el caso de The Last Remnant (Square Enix, 2008), un juego tan extraño y confuso como, para mí, fascinante, pero que no fue excesivamente bien tratado por la crítica y buena parte del público. Salirse del guión y no morir en el intento parece que ha estado al alcance de muy pocos, y entre éstos se observa una tendencia bidireccional; por un lado, los que respetan, más o menos, los preceptos esquemáticos, mecánicos y de desarrollo pero innovan en los temas y estéticas a tratar, como pudiera ser Eternal Sonata (Tri-Crescendo, 2007) y, por otro, los que consiguen alterar el esquema e introducen elementos nuevos en la arquitectura interna del juego, como ha hecho la saga Persona de Atlus en sus últimas entregas, o el milagroso NieR (Cavia, 2010), que directamente desmontó de un puñetazo todas las piezas del juego y lo reconstruyó como le dio la gana, en un movimiento importante de ruptura, tanto en lo formal como en lo temático y estético, con respecto a los cánones del género.
Star Ocean: Integrity and Faithlessness no sólo no pretende innovar en ningún aspecto, sino que su conservadurismo está muy mal planteado y no es capaz de satisfacer unas mínimas exigencias para el que simplemente busque, como yo, un más de lo mismo bien entendido y bien resuelto. Ya de entrada resulta torpe y arrítmico; es una concatenación de movimientos absurdos por un mundo, espacios abiertos y ciudades, incómodo, carente de armonía o naturalidad, de un colorido estridente como de plástico, y con una distribución de sus elementos extremadamente desganada, asimétrica. La cosa no mejora conforme avanza, ni siquiera el sistema de combate, ese asidero al que aferrarse cuando todo lo demás falla, consigue aguantar el tipo, aunque ofrezca buenos momentos gracias sobre todo al apoyo de la banda sonora. Ni rastro de la plasticidad y el pulso que tenía el combate en la anterior entrega de la franquicia, Star Ocean: The Last Hope, juego que además hizo del cliché una refrescante autoparodia resultante en personajes secundarios demenciales y sidequests deliciosamente ridículas a bordo de una nave espacial de cartón piedra capitaneada por un niño de 15 años. Pero era un juego con encanto, profundo y muy divertido. La quinta entrega deshace el camino andado y se ahoga en la pequeñez de su premisa. Es un juego que denota un decepcionante grado de desgana y de insignificancia en todo lo que se propone, algo muy triste teniendo en cuenta los antecedentes, teniendo en cuenta que no era tan difícil cumplir, y teniendo en cuenta, sobre todo, quién está detrás de su desarrollo.
Parte de la culpa de este naufragio posiblemente recaiga en la intención manifiesta de volver a los orígenes de la franquicia. Star Ocean: Integrity and Faithlessness quería recuperar la esencia de la saga, el espíritu del clásico de 16 bits, pero con ello ha perdido la chispa y el nervio. Quizá esto sea una muestra de que el género, a pesar de lo que pueda parecer a simple vista y de la percepción popular, sí que evoluciona, pero lento, a su propio ritmo y con sus propias cadencias. Esta supuesta vuelta a los orígenes es un viraje artificial y el resultado de este viraje es un videojuego hueco, mustio, insípido, y sin espíritu.