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Análisis de Story of Seasons: Friends of Mineral Town

Manda huevos.

Adictivo como siempre, pero también sencillo como siempre, es difícil no esperar más de este Story of Seasons.

Heredamos una granja, nos mudamos a un pueblo nuevo, y sus habitantes - en su mayoría - nos reciben con cariño. Limpiamos la maleza acumulada por años de desuso, nos acercamos a una tienda a comprar unas semillas, y casi al límite de nuestras energías, plantamos los primeros cultivos que germinarán para darnos algo de dinero. Paseamos por el pueblo, saludando a quienes viven allí: algunos estarán dispuestos a ayudarnos y acogernos desde el primer momento, pero otros simplemente no querrán hablar con nosotros, y tendremos que ganarnos su confianza poquito a poco. Los días pasan, las estaciones cambian, y nosotros y nuestro entorno también.

Una premisa tan repetida a lo largo de la historia de los videojuegos, y de la saga que hoy nos ocupa en particular, tiene una ventaja: nos hace sentir que navegamos por terreno conocido desde el principio. Hay una familiaridad muy dulce en estos comienzos, formulaicos pero directos, que nos plantean los juegos basados en la simulación de agricultura, y quizás una de las cosas más agradecidas de Story of Seasons: Friends of Mineral Town es que entiende que la mayoría ya hemos estado aquí en algún momento, y no nos atosiga con explicaciones constantes durante las primeras horas de juego. No es que no haya tutorial - se nos dan unas pequeñas nociones al principio, y podemos consultar toda la información en cualquier momento desde nuestro menú o desde la biblioteca del pueblo - sino que podemos tanto saltárnoslo, si creemos que ya sabemos como funcionan las cosas, como ir interiorizando las mecánicas poco a poco, a nuestro ritmo. No necesitamos saber cómo recorrer las minas para poder plantar hortalizas, no necesitamos aprender a mejorar nuestras relaciones sociales antes de entender bien como cuidar a los animales; podemos coger cada reto y desgranarlo poco a poco, uno a uno. Al fin y al cabo, hemos venido a la granja a cuidarla, y no hay más conflicto en el juego que este, así que no tenemos ninguna prisa.

El apartado estético, sin embargo, resulta poco sorprendente o gratamente sorprendente, según como se mire. Su estilo 3D es tosco, basándose sobre todo en fondos planos y prerenderizados y personajes pequeños y cabezones, pero diseñados con suficientemente talento como para que seamos capaces de reconocerlos al instante en el mapa, aunque tan apenas les veamos las caras hasta que no conversamos con ellos; entonces sí, se despliegan unas ilustraciones que nos permiten entender su personalidad y sus gestos. Hay algo entrañable en esa estética cartoon, sin muchas complicaciones, especialmente si tenemos en cuenta que el juego es una especie de remake - un poco libre - de Harvest Moon: Friends of mineral town, que salió originalmente en el año 2003 para Game Boy Advance.

Si lo comparamos con el título original, entonces sí: la nueva versión ha ganado muchísima legibilidad y accesibilidad con su nuevo estilo. Pero el mundo ha cambiado un tanto desde entonces: los simuladores de vida y agricultura han prosperado y ahora son un género más común que nunca, y la sombra de Stardew Valley o Animal Crossing son alargadas. Además, el título debuta por primera vez en mucho tiempo en una consola que no es exactamente una portátil, y que compite en la liga de los mayores al menos en los aspectos técnicos. Cuando tenemos en las manos un hardware que ofrece tantas posibilidades como la Nintendo Switch, que incluso en sus limitaciones es capaz de levantar juegos triple A con un rendimiento decente, algunas de las decisiones tomadas a la hora de plantear este juego nos hacen cuestionarnos si de verdad era ésta la manera óptima de realizar el remake. De hecho, la más flagrante no tiene que ver con la definición de los gráficos ni la complejidad de los modelados, sino con la cámara: una perspectiva cenital que no podemos oscilar en ningún momento nos hace pasar decenas de horas mirando la cocorota de nuestro personaje y, más importante, limita el movimiento hasta que nos aprendemos al dedillo el mapa, pues en muchas ocasiones es difícil ver las localizaciones o las utilidades que tenemos enfrente.

No es sencillo, el salto de ser una saga que en los últimos años se ha prodigado fundamentalmente por el ámbito portátil a una que habita en consolas de sobremesa, o al menos medio de sobremesa; muchas franquicias de Nintendo han tenido ya este problema, el de no saber exactamente donde poner la línea entre una cosa y la otra. Y a pesar de que no hace que este Story of Seasons sea injugable, ni mucho menos, es un pequeño runrún en nuestra oreja que nunca acaba de irse del todo. Seguramente no va a ser un juego que queramos jugar en pantalla grande, en nuestro televisor; pero si nos llevamos la Switch de paseo o nos tiramos en la cama a plantar patatas, la cosa cambia. En mantenerse fiel a sus raíces de juego que lo mismo nos apaña un viaje en autobús que una sala de espera del médico o nos hace compañía mientras vemos la tele, Friends of Mineral Town también hace resaltar la mayor de sus virtudes: el ciclo de acción y recompensa que, de forma sutil pero certera, sabe engancharnos desde el primer momento y hacer que el tiempo pase volando mientras encadenamos una tarea tras otra.

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Un día normal de Story of Seasons suele transcurrir así: nos levantamos por la mañana - bien prontito, claro - y nos encargamos de nuestras tareas rutinarias. Regamos los cultivos (aunque, llegados a cierto punto, se nos ofrecerá la posibilidad de automatizar esto al menos un poco), recogemos aquello que haya florecido mientras dormíamos, cuidamos a los animales y quizás cortamos algo de leña. Cuando, después de todo esto, nuestro medidor de energía esté al mínimo, podemos o bien usar comida para recuperar algunos puntos y seguir a lo nuestro, o simplemente dedicarnos a las tareas que no nos requieren esfuerzo físico. Básicamente: comprar en las tiendas, tanto mejoras de herramientas como semillas, nuevas utilidades para nuestra casa, animales para nuestros establos o demás enseres del campo, y relacionarnos con los habitantes del pueblo, mejorando así nuestra relación con ellos y desbloqueando pequeños tramos de su historia.

Las tiendas en Friends of Mineral Town sirven fundamentalmente para comprar y no para vender. Si queremos sacarle buen beneficio a nuestras calabazas, pepinos y demás, o a los productos derivados de nuestro ganado, como la leche, los huevos o mayonesa, solo tendremos que depositarlos en un cajón convenientemente situado enfrente de nuestra casa y un amable ciudadano vendrá a recogerlos a las cinco de la tarde, entregándonos a cambio el dinero que nos corresponda. Las tiendas y los establecimientos también tienen horarios, y por alguna especie de magia cósmica siempre cerrarán en días alternados, los martes o los jueves o los sábados, y organizarnos para saber qué día de la semana tenemos que comprar qué antes de que cierren es parte de la estrategia que conlleva el día a día. Tampoco hay mucha penalización: prácticamente todo, con contadas excepciones, que no hagamos en un día podemos llevárnoslo a otro sin apenas repercusiones, más allá de que tardaremos un rato más en obtener lo que queramos.

El tiempo en el juego no pasa al ritmo real, sino bastante rápido: un día entero son alrededor de veinte minutos de juego. Esta velocidad medio acelerada a la que pasan las horas, sumada a la tranquilidad que en sí misma representa la premisa del juego, es lo que nos mete enseguida en su bucle. Los meses y los años pasan rápido, da la sensación de que mucho más rápido que en otras entregas, incluso, y aunque quizás no haya tantos eventos especiales como en juegos más recientes, sí apreciamos que el progreso está muy bien medido. Cada par de semanas descubriremos una mecánica nueva, una opción que no sabíamos que teníamos, o una mejora de herramienta que nos abre posibilidades nuevas. Hay tanto que hacer que el juego se permite la licencia de dejar pasar años de juego antes de permitirnos, por ejemplo, aprovechar el cien por cien de las facilidades que tenemos en nuestra granja. Una mezcla de confianza en sí mismo y obligación de no atosigar al jugador que era una apuesta arriesgada pero que, en conjunto, funciona a la perfección.

El aspecto más flojo del conjunto, con diferencia, son las relaciones sociales. No es que los personajes que se nos presentan no sean carismáticos - algunos, de hecho, tienen tramas bastante interesantes - sino que el título está pensado para jugarse muy a largo plazo y, como tal, nuestro nivel de confianza con cada uno progresa despacio. Ir conociendo a los habitantes poco a poco no plantea un problema, pero sí lo hace lo formulaico de las dinámicas - básicamente, lo único que podemos hacer es darles regalos que les gusten todos los días - y la poca variedad que hay en sus rutinas y sus movimientos por la urbe. Si no fuera porque durante el mes de invierno no podemos dedicarnos al campo, puesto que los cultivos no crecen, sería tentador ignorar este aspecto en absoluto, irnos a dormir a las dos de la tarde y progresar más rápido.

Story of Seasons: Friends of Mineral Town es, en esencia, un poco más de lo mismo: un juego cálido y relajado pero adictivo, que siempre nos insta a seguir un ratito más. También es un salto de consola un poco torpón, no entendiendo o no queriendo entender del todo las posibilidades y también las responsabilidades que conlleva el cambio. No es un mal juego, en absoluto, y más de un día nos iremos a dormir pensando en qué tal estarán nuestras gallinas, o en qué vamos a regalarle a ese vecino que se nos resiste. Pero siendo un remake de juego que se considera una de las cúspides de la serie, quizás podía haber apuntado más alto. Quizás incluso debería haberlo hecho.

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