Análisis de Super Mario Odyssey
Legado.
Estos últimos días, por avatares del destino y situaciones personales, he estado pensando mucho en la idea del legado que todos, tarde o temprano, acabaremos dejando en este mundo. En aquello que transmitiremos y dejaremos a nuestros sucesores, de quienes esperamos sean capaces de conservar un respeto por su esencia al tiempo que dan un paso más para adaptarse al signo de los tiempos. No puedo evitar pensar que esto también le habrá pasado por la cabeza más de una vez al padre de Mario, Shigeru Miyamoto.
Imagino que, al principio, no es fácil alejarse de una creación tan personal como Mario para dejarla en manos de otra persona. Miyamoto dirigió Super Mario 64 junto a Yoshiaki Koizumi, el que estaba llamado a ser su heredero natural, y a partir de ahí la mascota de Nintendo ha ido rotando para empaparse de diferentes filosofías de diseño y toques más o menos personales: Koizumi dejó paso a Koichi Hayashida (Super Mario Galaxy 2, Super Mario 3D World), y Hayashida a Kenta Motokura, el director de esta nueva entrega. Nuevas generaciones y nuevas ideas, saltos evolutivos y revoluciones cuantificables. ¿Es Super Mario Odyssey el siguiente capítulo dentro de ese cuidado crecimiento y evolución que ha tenido Mario a lo largo de las últimas tres décadas?
En cierto modo, Odyssey es también producto del propio legado de la saga Mario, una confluencia de todas sus ideas y, al mismo tiempo, un sentido y sincero homenaje a las mismas. Es cierto que con su planteamiento de mundo abierto, juguetón con la peculiar idiosincrasia del sandbox, este nuevo Mario se siente heredero natural de Super Mario 64 y Super Mario Sunshine, pero es imposible no apreciar también en él pinceladas de otras entregas con una estructura más encorsetada, como Super Mario 3D World o los dos Galaxy. Hay un poquito del legado de toda la trayectoria de Mario en Odyssey, haciendo de esta aventura una mezcla de coherente greatest hits con algo que resulta innegablemente nuevo y fresco, no visto antes en la franquicia.
La historia de Super Mario Odyssey, como no podía ser de otra forma, es ciertamente sencilla y tira de todos los tópicos y tropos habituales en la saga; lo primero que vemos es un enfrentamiento entre Mario y Bowser, que termina con el villano secuestrando por enésima vez a Peach, al tiempo que destroza la gorra del fontanero y lo arroja desde el cielo a un lugar desconocido, el Reino Sombrero. Allí Mario une fuerzas con Cappy, un ente que le permite capturar criaturas y objetos para transformarse en ellos y aprovechar sus habilidades, para recorrer juntos una aventura que, con prisas y a lo loco (algo que para nada recomiendo, dicho sea de paso), puede superarse en algo más de una docena de horas.
Terminar la historia -sobre todo si no te has parado a explorar y disfrutar en el camino- es solo el principio de un largo viaje. Super Mario Odyssey, como heredero natural del espíritu libre y abierto de Super Mario 64 y Super Mario Sunshine, esconde muchísimas sorpresas tras el endgame.
Pero terminar la historia -sobre todo si no te has parado a explorar y disfrutar en el camino- es solo el principio de un largo viaje. Odyssey, como heredero natural del espíritu libre y abierto de Super Mario 64 y Super Mario Sunshine, esconde muchísimo tras el endgame, hasta el punto que incluso se podría argumentar que para muchos jugadores lo mejor se encuentra tras la secuencia de créditos. Es en ese momento, cuando se desbloquean nuevos reinos y un montón de lunas más, cuando el juego empieza a exigirte más precisión, habilidad y un completo dominio de las habilidades y mecánicas que deberías haber interiorizado a lo largo de la primera ronda. De pronto, esas doce horas se transforman en muchísimas más.
Y a lo largo de todo ese camino, Odyssey te va soltando una sorpresa tras otra, haciendo su particular mic drop cada pocos minutos. No hay momento en el que no haga un cómplice guiño al jugador de toda la vida, al fan de Nintendo o al aficionado a los videojuegos de plataformas. Pero no voy a entrar en ello. Porque podría hablar de por qué el Festival de la Ciudad de Nueva Donk es tan emocionante, o por qué si encontráis cierto secreto en el Reino de los Fogones durante la primera ronda os caeréis de culo y gritaréis de alegría. Podría hablar del alegato feminista que se marca Peach, o de por qué Mario Odyssey tiene -creedme, lo entenderéis llegado el momento- el Dark Souls de los Mario. Podría comentar lo del biombo japonés o lo del cine. Pero no lo haré, porque de verdad que todo esto merece la pena descubrirlo uno mismo, poco a poco, dentro de esa fluida narrativa abierta que ha diseñado el equipo que dirige Motokura.
Ese preciso sentido del ritmo es uno de los aspectos más sorprendentes de este nuevo Mario, aunque también lo es la curiosa pieza sobre la que se fundamentan las múltiples mecánicas de las que hace gala Odyssey. El salto sigue siendo la unidad mínima de expresión, pero la revolución llega con Cappy y la posibilidad de capturar diferentes tipos de objetos o enemigos (más de cincuenta) al más puro estilo Kirby. Aquí es donde Nintendo saca lo mejor de si misma y pega un puñetazo sobre la mesa, desenvolviéndose como mejor sabe hacerlo: estas transformaciones se usan en combates y en puzles deliciosamente diseñados, con una tremenda variedad de subsistemas y mecánicas jugables, e incluso se permite el lujo de utilizar unas pocas una única vez y con un cometido muy concreto, como cuando te conviertes en un gigantesco filete de ternera (¡hola, Enrique!).
Todo esto funciona a la perfección porque de forma imperceptible se basa en un control perfecto. Nintendo inauguró las plataformas 3D con Mario 64 (en realidad, si somos precisos, ese honor le corresponde al Alpha Waves de Infogrames, pero fue el juego de N64 el que está en la mente de todos los jugadores) y son quienes sin duda mejor tienen asumidos sus mecanismos. Es curioso, realmente, porque es algo que damos por hecho al coger el mando para jugar a un Mario 3D, en lo que no pensamos de forma consciente y que no salta a la vista hasta que juegas a otro juego -Yooka Laylee, mismamente- y descubres que no es tan fácil de lograr como parece. Ni mucho menos.
Probablemente Super Mario Odyssey no sea tan revolucionario como The Legend of Zelda: Breath of the Wild, otro de los contendientes a GOTY de 2017, pero sí es un juego al que resulta prácticamente imposible poner pegas, con un brillante diseño sin fisuras que sorprende continuamente al jugador y hace gala de una imaginación desbordante de principio a fin.
Si bien las lunas (id preparando horas libres en el calendario, porque hay más de ochocientas) son el nexo alrededor del cual gira el progreso de Odyssey, por ser el “combustible” necesario para que la nave pueda viajar a nuevos reinos, hay muchos otros ítems importantes en el juego. Las monedas, para empezar, pueden ser de dos tipos: las doradas ejercen como vidas (no las hay como tal, sino que al morir se nos descuentan diez del contador) y sirven para comprar algunos objetos y trajes generales, mientras que las propias de cada reino son la única forma de conseguir pegatinas y recuerdos para adornar la nave y para adquirir disfraces exclusivos. Nintendo, quizás por convicción o por seguir anclada muchas veces varios años en el pasado, opta aquí por permitir al usuario comprar todo de forma tradicional, sin micropagos, y no recurre a las problemáticas loot boxes o mecánicas igualmente discutibles. La implementación de los trajes es también ejemplar: su fundamento es meramente estético para, como mucho, tener el extra adicional de desbloquear algunas habitaciones selladas. Y si os sobra tiempo, tenéis un modo foto la mar de apañado, con filtros que dan un resultado espectacular.
Odyssey, a su manera, también viene a acallar el trillado debate sobre las capacidades técnicas de Switch. Breath of the Wild se le atragantaba en contadas ocasiones a la consola híbrida de Nintendo, pero la aventura de Mario es de esos juegos que cuando tienes entre las manos cuesta creer que se esté moviendo sin problemas en un dispositivo móvil. Sí, el precio a pagar por la gran extensión de los escenarios es algo de pop-in en los objetos más distantes, lo cual llamará la atención a los más quisquillosos (el resto ni se dará cuenta), pero por lo general es un espectáculo de color y alegría, con una inspirada dirección artística y una gran variedad de recursos estilísticos que pueden incluso tener ramificaciones jugables, como en esas tuberías donde Mario se transforma en un personaje pixelado de NES atrapado en el plano bidimensional de las paredes.
Y luego está la banda sonora, un acompañamiento al que no solemos prestar tanta atención pero que aquí tiene un protagonismo bastante especial. Porque sí, el juego entra en primer lugar por los ojos, pero enamora también en los oídos, empezando por ese tema principal cantado (Jump Up, Super star!) por primera vez en la historia de la saga, y continuando con melodías de estilo e instrumentación muy distinta para cada reino. Si os digo la verdad, creo que hay un par de canciones que se convertirán en clásicos instantáneos para los fans. Otras quizás no alcanzarán tanta relevancia, pero también las querréis en un CD para escucharlas en el equipo Hi-Fi del salón. Son así de buenas.
Probablemente Super Mario Odyssey no sea tan revolucionario como The Legend of Zelda: Breath of the Wild, otro de los contendientes a GOTY de 2017, pero sí es un juego al que resulta prácticamente imposible poner pegas (personalmente el único detalle que encuentro mejorable es que se repitan dos veces las batallas con los Broodals, sin ningún cambio de rutina ni mecánica en el segundo enfrentamiento), con un brillante diseño sin fisuras que sorprende continuamente al jugador y hace gala de una imaginación desbordante de principio a fin. Es otro paso adelante y otro giro de tuerca más dentro de una franquicia que, con habilidad, lleva ya más de tres décadas reinventándose a si misma para mantenerse tan fresca como el primer día. Es, en definitiva, un título imprescindible e inolvidable que nadie debería perderse.
Shigeru Miyamoto puede estar tranquilo, porque su legado está en buenas manos. Si algo demuestra Odyssey -aparte de dar a los escépticos una razón muy de peso para salir corriendo ahora mismo a comprar una Nintendo Switch- es que Mario tiene aún mucho recorrido por delante, muchas aventuras que vivir y muchas princesas que rescatar.
Princesas que estarán en otros castillos diseñados por otras personas, eso sí...