Skip to main content

Super Meat Boy

Auténtica carne de Kobe.

Dicen los sibaritas gastronómicos que hay pocos platos tan exquisitos como la carne de Kobe, un manjar tan caro como elitista y apetitoso. Yo no sé si realmente es la carne más deliciosa del mundo, pero sí doy fe de que casi tengo un orgasmo gustativo cuando la probé hace unos meses.

Algo parecido ocurre con Super Meat Boy, la última delicatessen indie para Steam y Xbox Live Arcade. Bajo la piel de un plataformas bidimensional de corte clásico, con reminiscencias de títulos como Mega Man o N+, se esconde un juego de dificultad endiablada que sabe recompensar como ninguno el sacrificio de sus sufridos jugadores.

Tomando el control de Meat Boy, un pedazo de carne cruda que va dejando regueros de sangre a su paso por el escenario, el objetivo es tan simple como rescatar a Bandage Girl de las garras del Dr. Fetus (un villano con monóculo, lo cual siempre suma puntos) a lo largo de varios mundos. El problema es que esa simplicidad se desvanece por completo en el momento en que las fases se ven inundadas de sal, lava, cuchillas, lásers o explosiones, pasando a ser un enfermizo reto en el que debemos estar preparados para morir miles de veces.

Porque si hay algo que caracteriza a Super Meat Boy es su dificultad, impropia de los juegos actuales. No se hace ningún tipo de concesión para simplificar la aventura: ni checkpoints, ni power-ups ni modos guía automáticos (sí, Nintendo, te miro a ti). Es ese tipo de videojuego capaz de provocar tanta frustración que den ganas de estampar el gamepad contra el televisor, en un arrebato de furia tras haber muerto por cuadragésimo sexta ocasión en la misma pantalla, pero también el que recompensa como ninguno a nivel personal cuando al fin conseguimos averiguar el secreto para superarla. Resulta cuanto menos paradójico: el jugador aprender a amar y a odiar el juego a partes iguales.

Amor, desde luego, lo hay en grandes cantidades. El diseño de los niveles, sin ir más lejos, es todo un portento de maquiavélica imaginación que no tiene ni trampa ni cartón: no hay trucos baratos porque el éxito o el fracaso depende únicamente de nuestra habilidad. La mecánica es simple y directa, puesto que se basa en cuatro factores: correr, saltar, rebotar en las paredes y, sobretodo, el timing de hacer el movimiento correcto en el momento adecuado, pero dominarlo es complicado. En total hay más de 300 niveles divididos en varios mundos, con un jefe final en cada uno, aunque no es necesario superar la totalidad de los niveles para seguir avanzando. Al terminarlos, casi como si fuera una burla hacia nuestra ineptitud, vemos una repetición de todas nuestros fallos en una orgía de sangre y muerte.

También se nota el cariño en los gráficos, claramente basados en las dos direcciones artísticas típicas de los juegos indie (el pixel art en ciertos niveles o los gráficos vectoriales típicos de los juegos Flash en las cinemáticas -con guiños a Street Fighter II, Castlevania o Super Mario Bros. incluidos-) o en la banda sonora, con una inequívoca influencia del chiptune. Incluso se aprecia en algo tan simple como la posibilidad de obtener una calificación A+ si superamos la pantalla por debajo de un tiempo mínimo, recuperando ese clásico aliciente retro que son los speedruns.

Otro detalle agradable, a la par que divertido, es la presencia de numerosos elementos desbloqueables. Ya sea recogiendo tiritas (que suelen estar vilmente situadas en los rincones más inaccesibles del escenario) o superando las fases especiales con regusto de 8 bits (las Warp Zones) se puede ir ampliando el plantel de personajes protagonistas. Y entonces empieza todo un festival de homenaje al videojuego indie: aparecen desde Tim (el protagonista de Braid) hasta Gish, pasando por el Ninja de N+, el Capitán de VVVVVV, Steve (el modelo de jugador de Minecraft), el robot Josef de Machinarium, el Comandante Video de la serie Bit.Trip, el caballero rosa de Castle Crashers, o el cangrejo alienígena de Half-Life. Lo mejor de todo es que cada uno de ellos tiene unas características y habilidades muy diferenciadas, lo cual provoca que superar un nivel sea algo totalmente diferente en función de quien hayamos escogido. Algunos de estos personajes son comunes en PC y 360, mientras que otros son exclusivos de una u otra versión.

En contra de Super Meat Boy tan solo juega un factor: que es un producto dirigido a un tipo de público muy concreto y hoy en día minoritario. Es muy importante tenerlo en cuenta: si te has acomodado a videojuegos fáciles en los que se avanza casi por inercia sin el menor atisbo de reto, lo vas a pasar mal. Muy mal. Pero si eres capaz de mantener los nervios templados ante su desquiciante dificultad, entonces lo que el Team Meat propone es uno de los mejores juegos de plataformas de los últimos tiempos. Tú decides.

9 / 10

También te puede interesar