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The Last Remnant

Innovación frustrada.

El componente estratégico es vital a varios niveles. A la hora de decidir la formación o el tamaño de los grupos (si tu pequeño ejército es de doce soldados, puedes repartirlos en tres unidades de cuatro soldados o en cuatro de tres), por ejemplo, o al seleccionar los blancos para intentar atacar con por el flanco o la retaguardia para subir la moral de las tropas.

La mezcla de todos estos elementos, que no son pocos, nos da unos combates con muchas posibilidades pero con la justa complejidad, llamativos, intensos y a veces bastante largos. En ocasiones debemos pulsar un botón en el momento adecuado para incrementar la efectividad de un ataque, cosa que añade dinamismo y obliga a prestar siempre atención a la pantalla.

Y si te cansas de las batallas, puedes evitarlas casi todas esquivando a los enemigos, que son visibles en todo momento. Lo opuesto es intentar enfrentarse a más bichos a la vez para conseguir mayores botines con la victoria.

La evolución de los personajes es también algo atípica, pues no existen niveles. De todos modos, el valor de los distintos atributos sube tras algunas batallas y se van aprendiendo nuevas habilidades, de un tipo u otro dependiendo del estilo de lucha de cada personaje. Se puede optar por potenciar las artes místicas o los ataques especiales con armas, que a tampoco son las mismas si usamos un enorme filo a dos manos que si combinamos la espada con el escudo.

Con el apartado técnico llegamos al punto más oscuro del juego. El célebre Unreal Engine 3, que normalmente es sinónimo de espectáculo visual, actúa aquí como una arma de doble filo. Gracias a un notable diseño artístico, típico pero sin pasarse y siempre agradable, al nivel de detalle tanto en personajes como en enemigos y a efectos de todo tipo, estamos ante un título que luce la mar de bien… en fotos. Y es que The Last Remnant adolece de dos grandes problemas técnicos: un framerate atroz durante los combates (no así en cinemáticas o en momentos de exploración) y unas texturas que tardan en cargar y aparecen de golpe cuando les apetece.

Son problemas que sufren otros juegos con la tecnología de Epic, como Mass Effect, pero en la aventura de Rush son mucho más descarados y molestos. Por suerte, la instalación en el disco duro que permite la Nueva Experiencia Xbox disimula estos fallos (aunque no los soluciona totalmente, ni mucho menos) y reduce también los frecuentes tiempos de carga. No es la panacea, pero sí una opción entre muy recomendable y casi obligatoria.

En cuanto a sonido, poco que objetar. La banda sonora, épica, solemne o “cañera”, según la situación, mantiene el nivel marca de la casa del estudio japonés. Las voces se han mantenido en inglés, con un doblaje correcto para unos personajes y realmente bueno para otros. Todos los textos sí están perfectamente traducidos.

La apuesta por un sistema de combate diferente ha salido tan bien que algunos reclamarán más innovación en otros aspectos. ¿Pero realmente necesita Square Enix occidentalizar sus JRPG? Habrá opiniones de todo tipo, pero está claro que si eso es lo que pretendían, como se había insinuado, con The Last Remnant, han fracasado. Utilizar (de forma torpe) un motor gráfico Made in USA, permitir guardar partida en todo momento o restaurar automáticamente la salud de nuestras tropas tras cada combate son cambios con poco efecto sobre una experiencia de juego que sigue apelando al seguidor de Final Fantasy y similares.

Es a ellos a quienes va dirigido el juego y son ellos los que, si pueden pasar por alto los evidentísimos problemas técnicos, disfrutarán de un digno juego de rol.

7 / 10

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