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Análisis de The Pathless - Caminando hacia un mundo abierto más recogido

Este es el Camino.

Eurogamer.es - Recomendado sello
The Pathless condensa la experiencia de un mundo abierto en una duración ajustada, centrada en el movimiento y los puzles.

La abundancia de videojuegos de mundo abierto en los últimos años nos ha dejado multitud de joyas en las que la exploración y el descubrimiento son el motor del avance, pero también juegos sobrecargados de iconos donde seguimos una línea amarilla de un punto a otro mientras nos fijamos en el minimapa. El juego que nos ocupa sabe recoger las influencias de los títulos que nos han dado las ideas más interesantes en tiempos recientes, desde la fascinación por el detalle de Breath of the Wild hasta la manera en que Death Stranding pone en el centro de la experiencia el propio desplazamiento como mecánica en torno a la que se sostienen el resto de sistemas.

The Pathless nos cuenta la historia de la última Cazadora, que viaja a una isla para descubrir la causa de la maldición que amenaza con consumir el mundo; para ello tendremos que liberar a una serie de espíritus. Por el camino nos cruzamos con un águila que nos acompañará en nuestro camino, ayudándonos gracias a su gran fuerza que le permite trasladar cargas e incluso levantarnos en el aire y planear.

El nuevo juego de Giant Squid convierte el propio acto de desplazarse por la isla en una de sus mecánicas principales mediante la introducción de los talismanes. Cuando viajemos campo a través veremos unos rombos flotantes a los que podemos disparar con el arco, rellenando una barra que nos permite seguir corriendo sin parar. Hay un cierto elemento de riesgo-recompensa, ya que aunque podemos acertar seguro manteniendo el botón del arco hasta que se rellena la barra, podemos tratar de llenarla solo hasta la mitad, generando una pequeña explosión que llena más la barra y nos da un impulso extra.

El resultado es que el simple hecho de moverse corriendo por los prados del juego es una auténtica gozada; el desplazamiento entre A y B no es una excusa para alargar la duración artificialmente sino el centro de la experiencia. No hay minimapa y los talismanes están elevados sobre nosotros porque el juego no quiere que apartemos la atención de su mundo en ningún momento. Aunque tenemos una especie de "modo detective" para detectar a distancia los puntos de importancia, en realidad el propio diseño del mundo nos conduce de forma bastante clara a través de sus hitos; podrían haberlo retirado y no habría pasado nada.

Cuando lleguemos a uno de estos lugares destacados, nos encontraremos con alguna sala de puzle que por tamaño y complejidad recuerdan a los santuarios de The Legends of Zelda: Breath of the Wild. Casi todas juegan con unos parámetros similares (propagar fuego con flechas, pulsar interruptores, usar el modo detective para eliminar obstáculos) pero The Pathless realiza un buen trabajo dándoles giritos para que nunca llegue a cansar, aprovechando el entorno particular de cada zona en su favor. El juego está repleto de aún más pequeños puzles y pruebas que recompensan al ojo curioso, de manera muy similar a la presencia de los kolog en Breath of the Wild. Casi cualquier detalle que salte a la vista, ya sean unas piedras con una forma extraña o unas mariposas revoloteando al unísono, se convertirán en un reto con el que conseguir unos pocos puntos de experiencia para mejorar la habilidad de elevarse del águila.

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Esos puntos, por cierto, se pueden perder si no vamos con cuidado. Los espíritus de cada zona generan a su alrededor una zona de elevada temperatura que se puede distinguir desde lejos como un enorme remolino rojo que se puede desplazar de forma lenta pero segura. Si quedamos atrapados en su interior tendremos que superar una pequeña fase de sigilo, esquivando el arco de visión del espíritu para reunirnos con el águila y escapar. Al salir del remolino tendremos que pararnos a cuidar al águila, limpiando sus plumas de hollín. Gran parte de la fuerza de los momentos emotivos es mérito de la banda sonora de Austin Wintory (Journey, The Banner Saga), que repite con Giant Squid tras la experiencia de Abzu. Sabe ser sutil e intrigante cuando nos abrimos paso entre ruinas, animada y exótica cuando corremos a toda velocidad por las verdes mesetas y dramática cuando llega el momento de enfrentarnos a los espíritus en combate directo.

Sobre los propios jefes finales, nos encontramos con que no son una ruptura total con los sistemas con los que hemos estado jugando hasta ahora. Cada combate empieza con una persecución en la que saber realizar lanzamientos de flecha especiales de manera instintiva nos permitirá sacar ventaja al rival y golpearle en los costados, antes de trasladarnos a una arena donde tenemos que esquivar ataques; esta última fase se intercala en ocasiones con pequeños puzles o secuencias de sigilo como las que nos encontramos en el mundo corriente. No son peleas especialmente difíciles (diría que es imposible morir, o al menos muy complicado), pero saben mantenernos pegados al asiento con un hábil uso del ritmo, aumentando la intensidad progresivamente hasta el estallido final con el que acaba cada encuentro.

Para llegar a los jefes no hace falta completar todos y cada uno de los desafíos que nos presenta cada zona; de hecho pronto comprobamos que muchos de los retos son opcionales, así que si nos atascamos en una prueba tenemos donde elegir de sobra. Este punto ayuda a mitigar la única pieza que quizá no encaja tanto: la rigidez de su estructura. Cada zona se divide en tres torres, y cada una de ellas requiere dos símbolos para activarse (excepto los dos primeros, solo un símbolo), pasando directamente al jefe final. No le pesa demasiado la repetición porque en 5-6 horas podemos finalizar la historia y dedicarnos a explorar libremente el mundo para resolver todos sus acertijos; de hecho el juego invita de forma bastante evidente a pasar un tiempo extra en la isla y completar todo lo que nos ofrece.

The Pathless nos presenta una versión miniaturizada, contenida y condensada de lo que ofrecen otros juegos de mundo abierto. Es un título con un gran cariño por la naturaleza que representa y una enorme pasión por la exploración; sabe que no es fácil alcanzar la genialidad de sus referentes, pero encuentra su encanto e identidad propios poniendo el movimiento en el centro de la experiencia. Tanto el desplazamiento como el resto de mecánicas se desarrollan poco a poco a lo largo de la partida, culminando en jefes finales que cumplen a su perfección el papel de prueba de habilidad para poner la guinda a cada tramo para terminar de redondear el conjunto.

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