Análisis de The Persistence
Horizonte final.
Resulta muy adecuado que The Persistence se llame así. No solo porque es el nombre de la nave varada en mitad del espacio en la que se ambienta su historia de terror y ciencia ficción, sino porque como representante del género de los roguelike, un juego cuyo diseño conlleva escenarios que se generan aleatoriamente y verle muchas veces las fauces a la muerte requiere cierta persistencia por parte del jugador. Imaginad por un momento que la teniente Ripley tuviera que haber lidiado con una Nostromo que ordenaba sus estancias de forma aleatoria cada vez que despertaba, manteniendo cada una de ellas intactas pero diseminándolas tal y como su inteligencia artificial le hubiera hecho entender. ¿Se habría quedado la teniente a enfrentarse contra el xenomorfo teniendo que adaptarse varias veces al día a los caprichos de una nave aparentemente sintiente o la desesperación le hubiera empujado a abandonarla incluso antes de poder saber que existía tal criatura? Yo apuesto por la segunda opción, y no hablo de boquilla: lo he vivido en mis propias carnes a bordo de la Persistence. Las ganas de salir de ahí de una vez, me refiero.
Tras haber sido transferida a la computadora de la nave, la conciencia de Serena es la única superviviente de una misión de exploración del espacio profundo que ha salido mal porque por algo es el espacio profundo, y ahora la nave se encuentra al filo de un agujero negro tras haber sufrido un accidente con una extraña materia oscura. Por si la situación no fuera ya lo bastante desesperante, toda la tripulación se ha transformado en aberraciones horripilantes, por lo que a Serena no le queda otra que depender de una de las impresoras de clones que hay repartidas por la nave para subir la conciencia de otra compañera abatida, Zimri Eder, e imbuirla en un nuevo clon con el fin de guiarla, arreglar la nave y salir pitando con destino a la Tierra.
Esa premisa argumental es la excusa perfecta para justificar las muchas veces que vamos a morir, porque las mágicas máquinas clonadoras imbuirán de nuevo la mente de la protagonista en un nuevo cuerpo y volveremos al punto de partida sin el equipo que habíamos ido consiguiendo, pero con las mejoras y habilidades desbloqueadas intactas. Toca entonces enfrentarse a una nave cuyas estancias cambian de disposición con cada muerte; siempre son las mismas en cada nivel, pero nunca suelen estar distribuidas de la misma manera, por lo que dependemos en gran medida de un mapa siempre presente y de nuestro sentido de la orientación.
The Persistence se cimienta sobre los principales elementos del survival horror clásico (poca munición, vulnerabilidad del personaje, entorno hostil e imprevisible), con una marcada escasez de recursos y un ambiente de tensión constante bastante efectivo. Es un juego en el que el sigilo resulta necesario y eficaz, y en el que es requisito indispensable, principalmente por la cantidad de veces que vamos a morir, encontrar nuevas estaciones en las que desbloquear las pintorescas armas y secuenciadores de ADN para mejorar las habilidades. Y esas armas, que pueden ser desde pistolas estándar hasta enormes lanzas a dos manos o granadas que despliegan droides, tienen los usos muy contados y son muy distintas unas de otras, por lo que hay que saber muy bien cuándo usar cada una de ellas; por suerte Zimri cuenta con su propia arma permanente, la Cosechadora, que resulta especialmente útil cuando nos acercamos sigilosamente a los enemigos. No dispara y su uso cuerpo a cuerpo tampoco es la panacea, pero resulta esencial para conseguir células madre de las monstruosidades que habitan las estancias, una de las distintas monedas que usa The Persistence para que podamos gastar en los fabricadores repartidos por la nave.
La disposición de todas esas mecánicas permite que podamos decidir cómo afrontar los enfrentamientos, ya sea desde un punto de vista ofensivo, defensivo o desde uno centrado en mejorar la salud y las habilidades de Zimri, como el escudo que puede desplegar durante un par de segundos para evitar las acometidas enemigas y para el que hay que tener cierto pulso con el timing. Pero también podemos apostar por un término medio que mezcle lo mejor de cada una de esas estrategias, ya que la combinación de las distintas armas es la fórmula que suele dar los mejores resultados. Eso, unido a la posibilidad de desbloquear distintos tipos de clones que cuentan con habilidades únicas (recoger más botín, aumentar la capacidad de recolecta de la Cosechadora, tener descuento en las armerías) hace que decantarse más hacia una u otra estrategia suela tener mejores resultados que avanzar sin tener las ideas tan claras.
Aun así, comentaba que The Persistence surge de la realidad virtual, y su herencia es algo que se deja notar. Porque estamos hablando de un juego del año 2018 que nació para jugarse con unas gafas en la cabeza y se concibió y diseñó con esa máxima en mente, y las aristas sin pulir son mucho más evidentes cuando se juega de forma tradicional y se sale de un medio todavía bastante nuevo en el que tenía un espacio mucho más amplio para innovar y aportar algo que no se hubiera visto antes. Algunos detalles, como el hecho de que podamos recoger objetos dejando un par de segundos el punto de mira encima o que podamos transportarnos a corta distancia automáticamente, tan característicos de los juegos de realidad virtual, siguen estando presentes en esta versión.
Y sin la novedad de la realidad virtual, cada intento de llegar a los cuatro niveles de la nave, en los que hay que restaurar algún sistema vital, termina poniendo a prueba nuestra paciencia, dejando que aflore poco a poco la frustración y se evidencie su repetitividad. Los constantes ruidos ambientales, el crujido de la nave, los golpes que surgen de la nada o los ataques repentinos de mutantes descabezados, artefactos que sin duda resultaban mucho más efectivos al jugarse bajo la influencia de un casco de realidad virtual, terminan siendo en esta versión nada más que eso, los sonidos, ruidos y ataques repentinos que hemos escuchado docenas de veces en docenas de exponentes del género, y los enemigos genéricos con los que hemos tenido que lidiar de mejores y más formas antes. Efectivos, pero no lo suficiente.
Y eso podría decirse de todo el juego: como experiencia roguelike es interesante pero no lo bastante profunda, y fácilmente puede terminar convirtiéndose en una carrera por recoger puntos de fabricación y células madre que permitan volver a fabricar ese arma que ya habíamos fabricado doce veces antes porque un mutante nos ha matado por enésima vez con un par de embestidas, y que llegue un punto en que la exploración pase a un segundo plano y solo nos interese cumplir rápidamente los cinco objetivos principales del juego para, como decía al principio, salir de ahí de una vez. The Persistence recompensa más a los jugadores más persistentes, pero la experiencia general no resulta tan memorable sin unas gafas puestas como para que el sacrificio merezca la pena.