Análisis de The Station
Menos mal que nadie me escucha gritar en el espacio.
Voy a comenzar con una confesión: lo paso muy mal con las películas y juegos de terror. Concretamente, con los que crean ese terror a través del susto, aunque tampoco es necesario mucho para hacerme dar un salto en el asiento. Pese a esto, el terror tiene algo que me atrae de forma irreversible, en especial cuando se engloba dentro de la ciencia ficción. Pero... ¿por qué hablo de miedo si The Station no es un juego de terror?
Crear tensión o suspense en un videojuego es complejo. La interactividad hace que podamos sentirnos más tensos que ante una película, y para ello es necesario pulir no sólo los controles sino también el propio escenario. Porque son las esquinas, las puertas cerradas y las ventanas los puntos en los que estamos en el equilibrio entre lo que vemos y lo que no. Por así decirlo, el terror tiene también algo de arquitectura y algo de sonido. La interactividad hace que estos elementos se reúnan, porque los desarrolladores tienen que contar con esa fuerza caótica que es un jugador.
Dicen que la curiosidad mató al gato, pero la segunda parte del refrán es que la satisfacción lo devolvió a la vida ("curiosity killed the cat, but satisfaction brought it back"), y es probablemente la curiosidad lo que hizo que me decidiera a jugar a The Station.
The Station es el primer juego del estudio con el mismo nombre, que gracias a Kickstarter logró recaudar una cifra de 15.370 dólares canadienses. A nivel técnico, el juego está suficientemente bien optimizado; sus especificaciones mínimas incluyen componentes de hace más de cuatro años, por lo que no debería dar problemas de rendimiento en la mayoría de equipos.
El juego nos traslada al futuro, uno en el que se ha descubierto una civilización alienígena. Para estudiarla se ha enviado a un pequeño equipo, pero nuestro cometido, sin embargo, será averiguar qué ha pasado con él. Tendremos que recorrer una estación espacial, aparentemente vacía, y para avanzar habrá que resolver una serie de puzles.
A nivel mecánico el juego se desenvuelve bien. Se podría decir que se compone de dos partes: la exploración y los puzles. Según la campaña de Kickstarter son intuitivos, y lo cierto es que ninguno se antoja excesivamente complejo y se solucionan rápido si estamos atentos a nuestros alrededores. Además, la falta de una dificultad artificial hace que esos puzles estén bien integrados a nivel narrativo; no sientes que estén ahí por estar, sino que son parte natural del escenario. Esta naturalidad, de hecho, refuerza la parte de exploración, porque te anima a recorrer tus alrededores para descubrir la clave de la solución de los rompecabezas.
The Station intenta contarte una historia, y para ello no sólo recurre a que puedas recoger objetos y observarlos, porque también te presenta elementos de realidad aumentada que sirven para escuchar lo sucedido o leer conversaciones. La narrativa principal tiene sus fallos, aunque profundizar en esto acarrearía spoilers de la trama. La verdad es que no es especialmente original, pero las partes de realidad aumentada nos ayudan a hacernos una idea de los personajes, que están bien construidos. Hay mucho cuidado en cómo nos los presentan, sus espacios personales y sus interacciones; cada uno tiene sus propias pequeñas tramas, y al final podemos pasarnos más tiempo conociéndolos que descubriendo qué ha sucedido en la estación.
El principal problema que tiene el juego es el ritmo. A pesar de la posible urgencia que tengamos para realizar la misión, nos dejan vagabundear por la nave sin presionarnos. Esto nos permite cumplir con los puzles e investigar la historia, pero si nos detenemos poco nos saltamos esos pequeños trozos que nos permiten ahondar en la narrativa. Por así decirlo, las mecánicas nos animan a explorar, a mirar cada trozo de papel o realidad aumentada, a intentar descubrir los secretos que se esconden en la estación. Pero, al mismo tiempo, el juego quiere decirnos también que nos demos prisa.
También debemos hablar del escenario. Está pensado para crearnos tensión, para que, como si fuera un juego de terror, estemos temerosos de lo que podemos encontrarnos tras esa esquina, al fondo de ese pasillo oscuro o tras una puerta cerrada. A ese diseño sólo puedo sacarle una pega, y es que la estación es demasiado grande para una tripulación tan pequeña y para su tipo de misión. Tiene su justificación dentro del juego, pero no deja de resultarme extraño lo grande que es teniendo en cuenta que, en el espacio, prima la funcionalidad por encima de todo. A pesar de ello, el escenario está bien construido y el sonido acompaña correctamente. Como ya hemos dicho, mantienen la tensión y se adaptan a las necesidades narrativas de la trama.
Existe cierto temor al espacio. Es uno aprendido, tal vez, alimentado por películas y obras que exploran la idea de que no estamos solos en el universo. The Station es un juego que me habrá mantenido en tensión, pero que en líneas generales no se hace pesado, en parte por su brevedad. Sus puzles son entretenidos, y aunque la narrativa se podría haber pulido más, no deja de ser un juego para pasar la tarde. Tal vez, hasta para encontrar respuesta a qué pasaría si nos encontráramos vida en el espacio.