Análisis de Toby: The Secret Mine
En el limbo.
Hay una cita de la antropóloga Helen Fisher que ha sido repetida hasta la saciedad y que no había llegado nunca a comprender del todo: dice que las personas decidimos en los primeros tres minutos tras conocer a alguien si encontramos o no en ellos potencial para establecer una relación. En los primeros tres minutos de Toby: The Secret Mine el juego te lanza, sin más explicaciones, al principio del primer nivel. Nuestro avatar es un pequeño bichillo de color negro con cuernos en la cabeza, y los controles son lo suficientemente intuitivos como para no necesitar un tutorial: con el botón X podemos saltar, con el stick derecho nos desplazamos, con el círculo interactuamos con los objetos. El conflicto principal no tarda en aparecer: un monstruo grande - presumiblemente de la misma especie que nuestro protagonista pero de mayor tamaño - nos dispara una flecha sin motivo aparente y después sale corriendo.
Es más que evidente que, tras el agravio, nuestra misión es ir tras él para hacerle pagar por tamaña ofensa. Así que, inconscientemente, mis dedos buscaron sobre el mando un botón para moverme más rápido. Probé todas las alternativas posibles: R1, R2, L1, L2, pulsar más rápido el botón de saltar, pulsar los botones secundarios de los sticks. Como si estuviese anticipándonos ya cuál va a ser la dinámica que va a reinar durante toda la aventura, el juego hace que tengamos que probar todos los botones para darnos cuenta de que correr no es una opción que esté disponible para nosotros.
Como no podemos correr, seguimos andando.
Y no podemos alcanzarle.
En su arranque, el título utiliza un mecanismo relativamente sencillo para establecer el tono de la historia: nos crea la sensación de ser pequeños, débiles e indefensos, moviéndonos despacio en un mundo de sombras y secretos. Y quizás por eso mismo, por el hecho de que el título supo hacerme sentir tantas cosas en sus primeros minutos, fui capaz de pasar por alto algunos de sus evidentes defectos que terminan por lastrar en cierta medida la experiencia.
Estamos ante un título que, salta a la vista, es extremadamente derivativo de juegos como Limbo, pero aún así consigue de algún modo alcanzar un poco de personalidad propia mediante su apartado artístico.
Estamos hablando de un título que, salta a la vista, es extremadamente derivativo de juegos como Limbo; pero que aún así consigue de algún modo alcanzar un poco de personalidad propia mediante su apartado artístico. Los escenarios combinan los colores planos y oscuros del terreno y los elementos interactuables con pinceladas de colores brillantes que tienen un regusto a acuarela. En las mecánicas, eso sí, no aporta ningún elemento distintivo: es un plataformas de puzzles que, con sus altibajos, cumplen su función pero no arriesgan demasiado. Y como consecuencia, el jugador se encuentra rodeado de escenarios agradables y bonitos, pero nunca termina de disfrutarlos porque la cantidad de acciones que puede realizar en ellos es extremadamente limitada.
La sensación que transmite es la de que o bien el juego no confía en que el jugador sepa desenvolverse por sí mismo, o no está suficientemente convencido de su propia habilidad para guiarle hacia las soluciones de los acertijos: hay muy, muy poco que se pueda hacer en los distintos escenarios que no sea estrictamente necesario para avanzar. No ayuda el hecho de que las normas por las que se rigen los elementos que sí podemos utilizar para resolver los puzzles tampoco están bien acotadas: muchas veces es complicado saber si caminar en un lugar determinado va a matarnos, o si el objeto que tenemos delante es utilizable o parte de la decoración.
Toby: The Secret Mine es un juego con un buen corazón atrapado en una serie de decisiones de diseño extrañas que crean un universo inconsistente.
No podemos confiar en nuestra lógica, y tampoco se nos incentiva la exploración, así que ante unos escenarios inertes y demasiado acotados y la incapacidad de deducir las soluciones, la muerte es la única herramienta que tenemos para solventar los dilemas que se nos presentan. Conforme avanzamos, se va haciendo más claro que es este sistema de prueba y error el mecanismo que el juego ha elegido, a propósito, para enseñarnos a resolver los puzzles. Con el uso de la muerte en el videojuego como método de aprendizaje no hay ningún problema en sí mismo; tampoco lo hay con el hecho de que un título sea particularmente lineal o limitado en las opciones que nos da. Lo que sí es un problema es combinar estos dos elementos de forma que se fuerza al jugador a morir y volver sobre sus pasos una y otra vez sin prácticamente ningún tipo de recompensa. Salvo en un par de momentos concretos, no sentimos esa satisfacción del trabajo bien hecho cuando logramos superar un desafío, cuando resolvemos un tramo en el que nos habíamos atascado: al fin y al cabo, tampoco había posibilidad de equivocarnos.
Toby: The Secret Mine es un juego con un buen corazón atrapado en una serie de decisiones de diseño extrañas que crean un universo inconsistente. Y aún con esto, en los últimos compases del juego, cuando se desprende un poco del miedo a ser ingenioso y exigente, el título remonta y nos deleita con algunos momentos de lucidez que rompen sus propios esquemas. Por estos instantes, y por los geniales primeros minutos, terminar de jugarlo me dejó un regusto un poco agrio pero también un poco dulce: una de cal y una de arena, como la sensación de jugar un título muy bonito pero muy frustrante, de perseguir a un enemigo que corre cuando tú no puedes correr.